lunes, 2 de abril de 2012

Capitulo Dieciseis " Ciudadela, año Cero"

    "Militia est vita hominis super terra"
    La vida del hombre sobre la tierra es lucha.



  Julia se alejó a toda la velocidad que daba su Oruga. No quería hacerlo pero sabía que la única solución para rescatarlos sería avisar a su gente. Aunque pensaba que el rescate sería muy difícil. Pocos medios había en la Ciudadela. Apenas un par de vehículos desgastados y casi sin protección. Dos inhumanos se le cruzaron en el camino. Mala suerte para ellos. Volaron como muñecos. En Conde  Oliveto la situación era desesperante. Julia vio el panorama y se dio cuenta que sería imposible atravesarlos a todos.
   -Son demasiados-dijo en voz alta-tendré que dar un rodeo.
Se subió a la vereda justo en la esquina con Yanguas y Miranda. Se topó con un antiguo puesto de helados al que partió en dos y frenó un poco en el edificio del INSS. Tenía que pensar como seguir. La muralla de autos frente a la Avenida del Ejército hacía imposible que siguiera por ese camino. Tendría que bordear la Ciudadela y entrar por Pio XII. Cogió su walkie que ya tenía cobertura con Iñaki y lo llamó
   -Iñaki!,me recibes?cambio.
   -Aquí Iñaki,Julia! Me tenían preocupados,cambio-
   -Bueno,cuando te cuente nos preocuparemos más -dijo toda afligida.
Y con el lujo de detalles que la caracterizaba le contó a su jefe y los demás miembros del Comité de Urgencia todo lo que había pasado desde su salida desde el Estadio del Reyno de Navarra. Iñaki movía la cabeza pensando en como resolver este semejante problema. Los demás pensando que en poco tiempo la tarde caería y muchos inhumanos se sumarían a los que por esa hora deambulaban por las calles. La noche les abría el apetito...




    Unos años antes

La lucha era cuerpo a cuerpo. Muchos inhumanos los rodeaban, pero no estaban armados. En el pasadizo de la Jacoba, esa vía que comunicaba con la Plaza del Castillo la sangre se desparramaba por todos lados. Algunos habitantes del casco antiguo, cansados de no tener comida y casi ni agua se habían unido para salir y buscar un lugar mas seguro. Corrían sin esperanza, era a veces, un verdadero suicidio. Dos jóvenes de entre veinte y treinta años se treparon hasta el kiosko de la Plaza y con sus palos golpeaban cabezas de inhumanos. Otros se habían refugiado en el parking y se habían parapetado detrás de sus puertas de cristales.  
  -Tendremos que meternos al parking y salir a Carlos III- dijo uno de ellos al ver que los inhumanos se agolpaban a la entrada y con los cristales a punto de ceder. Eran mas o menos cuarenta personas desesperadas por el miedo y el hambre.
  -Eso es una locura-le contestó una mujer-abajo no hay luz y no sabemos cuántos de ellos hay allí-
   -Lo sé-dijo el primero-pero no podemos quedarnos acá a que rompan los vidrios.
  Fernando, que así se llamaba el líder del grupo parecía decidido. Cogió su lanza y avanzó escaleras abajo por el parking.
   -En silencio!-dijo-Pero era difícil mantener el silencio de cuarenta personas, hombres ,mujeres,niños, ancianos adentrándose a la oscuridad del parking y con el gruñido de los inhumanos de arriba a punto de romper el cristal.
  Bajaron todas las escaleras. Una tenue luz entraba por las aberturas. Una parte de la mampostería se había caído, fruto de los ataques con morteros del ejército y cientos de autos sin dueño se agolpaban en sus plazas. El grupo avanzó despacio.
  -Vamos a dividirnos-dijo Fernando.
  -Tú, José, avanzarás por la izquierda y nos encontraremos al final. Juntos somos un peligro-concluyó.
   José, el vecino de la calle Zapatería avanzó sigiloso haciendo señas a un grupo.
  -Vamos!-despacio.Su voz sonó bajo pero enérgica.
   Un gruñido hambriento llamó su atención. Detrás de un Ford Fiesta salió un inhumano con su aliento mortal. No dió tiempo a nada. Se abalanzó sobre el brazo de una mujer al que le sacó un pedazo. Clavó sus dientes en el débil brazo y moviendo su cabeza lo despedazó de un bocado. Los gritos de la mujer eran aterradores. Su dolor y la suerte que le esperaba hizo el resto. Uno de los hombres golpeó al inhumano. Su cabeza casi se desprendió de cuajo. Aún así no se desprendía de su presa. Otro golpe y se terminó su vida. Que ya había terminado hace rato...La mujer cayó al suelo rota de dolor.Trataron de hacerle un torniquete. Estaba perdiendo mucha sangre. Nada se pudo hacer nada. Sólo que empeoraran las cosas. Los gritos y los golpes atrajeron a más inhumanos que se enfrentaban a los humanos. Caían, se levantaban, mordían. Eran atravesados por las lanzas, por los palos. Muchos cayeron...de ambos lados. La lucha fue sin cuartel. Lo que al principio era todo sigilo se convirtió en un desbande de personas, gritos, muerte.
   El contingente mayor salió por la salida del Paseo de Sarasate. Desde una ventana dos abuelos les gritaban.
  -Por aquí!,por aquí!
  -Fernando levantó la vista y dirigió su grupo hacía donde le indicaba el anciano. Una pesada y vieja puerta del casco antiguo de Pamplona. Se abrió y todos entraron dentro. Agitados, cansados, sin fuerzas pero vivos!.
   -Gracias-dijo José al viejo 
   -De nada! Me alegro encontrar más gente. Desde hace días que no se ve a nadie por aquí. La muerte se había apoderado de Pamplona. La mayoría de Sus habitantes o habían huido a las montañas o estaban muertos. Solo había pequeños restos de humanidad desparramados por escasos lugares de la ciudad.
  -Has visto mas gente por aquí ?-le preguntó Fernando
  -Antes se veían algunas personas en busca de comida. Algunos entraron a mi casa, pero al ver que aquí casi no nos queda nada preferían marcharse. Nosotros ya no tenemos provisiones-se lamentó el viejo.
  -Y a dónde se iban-les preguntó uno de ellos.
  -Creo haber escuchado que en la Ciudadela había gente. Que se habían parapetado allí y habían cerrado sus puertas. He visto algún camión con gente y provisiones de algún mercado que habían saqueado. Pero eso fue ya hace varias semanas. Ahora no se nada más.
  La mujer que hasta ahora no había intervenido dijo-algunas días se escuchan detonaciones, al mirar por las ventanas veíamos en el cielo estelas de humo, como esas bengalas que se tiran desde los barcos que vienen de aquel lado-y señalaba hacia el fondo, hacia el Ediicio Singular.
  -Tendremos que ir para allí-dijo Fernando-quizás haya gente.
  -Podemos quedarnos la noche aquí?-preguntó
  -Claro!. La casa no es muy grande pero nos apañaremos-le contestó el viejo.
 Se ubicaron como pudieron y apenas probaron algo que llevaban en sus mochilas que también compartieron con los viejos. 
  Después de una noche interminable, con más agitación en las calles que de costumbre llegó el día. Fernando se asomó a la ventana junto al viejo dueño de casa. 
   -Lo intentaremos dentro de un rato-le dijo.
   -Qué?-preguntó asombrado.
   -Iremos a la Ciudadela. Además aquí no nos podemos quedar- terminó Fernando.
   Desde el balcón la Estatua a los Fueros  se mantenía impávida al mundo que le rodeaba. Su base, un poco desgastada por el tiempo y las balas permanecía firme. Las otras estatua del paseo contemplaban las calles desiertas y llenas de muertos. Ellas nunca morirían.
  El trayecto fue corto y sin casi sobresaltos. Llegaron hasta el Antiguo Corte Inglés, esa gran tienda de Pamplona y doblaron a la izquierda. Una hilera de coches aparcados en la esquina los hizo detener. 
   -Cuidado! gritó un niño.
  Entre esos coches unas manos ensangrentadas y carcomidas salieron a la superficie amenazantes. Se abalanzaron sobre ellas. Pero más manos, pies y rostros desfigurados empezaron a salir por todos lados. Fernando y José gritaron y los hombres más fuertes se pusieron al frente de la lucha. Sus palos y lanzas golpeaban a diestra y siniestra. Un inhumano estuvo a punto de coger al viejo de Sarasate que lo pudo esquivar mientras otro le clavaba un hierro en sus ojos. Corrieron por la Avenida del Ejército. Detrás de ellos unos cincuenta inhumanos hambrientos de carne fresca. Uno que tropieza y los dientes que dan cuenta de él. Sin saberlo su tropiezo sirvió para que los otros escaparan. Era el precio que a veces se pagaba por el bien común...
  De pronto lo inesperado. Una lluvia de flechas que caía sobre los inhumanos. Un portón enorme que se abre y unos vehículos que salen. Un camión cargado de hombres que disparan armas de fuego. Los rodean, los atropellan, los degüellan. Descargan su ira en aquellos cuerpos que parecen muñecos. Los fugitivos entran a la Ciudadela. Los vehículos después de la matanza de muertos también.
   Fernando agitado por la carrera cae al suelo, como los demás extenuado. El pesado portón se cierra y los comentarios inundan el ambiente.
  El recién llegado siente que un brazo lo levanta y le extiende la mano. 
   -Soy Iñaki, mucho gusto.
   -Yo Fernando-le contestó. Gracias!
Ambos caminaron por el camino de entrada de la Ciudadela. Nadie sabía en ese momento que tiempo después Fernando se convertiría en el Jefe de la Ciudadela. Nadie sabía  en ese momento que protagonizaría una de las batallas mas memorables contra los inhumanos: "La batalla de la Plaza de la Cruz". Pero lo que nadie se imaginaba que un tiempo después Fernando moriría dejando un vacío de poder que luego ocupo Iñaki, el ex-jugador de Osasuna. Una nueva etapa en Pamplona, con los últimos sobrevivientes en la Ciudadela fortificada. Una   nueva era en ese fortín centenario.
   Ese mismo fortín que en la actualidad era el objetivo de Julia a bordo de su Oruga Una.
  







No hay comentarios:

Publicar un comentario