jueves, 26 de abril de 2012

Capitulo Diecinueve " Acostarse temprano no es bueno"

      "Carpe diem"
      "Aprovecha el día, aprovecha la vida"




    Tomás estaba cansado. Durante el día no había parado de trabajar con varias bicicletas de los críos. Entre bicicleta y bicicleta el médico también había atendido dos cortes, una mordedura ( de uno de los perros) y además estuvo recolectando leña del galpón para el comedor. Estaba realmente fusilado. Así que después de medio cenar pidió disculpas y se retiró del primer turno del comedor.
   -No te vayas Tomás-le gritó Merlín-que el australiano dijo que nos iba a contar algunas historias de canguros, jajajaja-resonó sus risas.
   -Eso, Tomás, le pidió Andrea- quédate que luego te acompaño a retirar mi bici.
   -Lo siento chicos- contestó- hoy estoy muy cansado y prefiero irme a acostar temprano.
Entonces se envolvió la cabeza con su manta para protegerse de la tenue llovizna que caía sobre Pamplona y en el medio de la oscuridad se fue para su barracón. Caminó por el camino que serpenteaba la Sala de Armas, abrió su puerta y entró. Busco a ciegas su lámpara de queroseno y la encendió. En su humilde morada pocas cosas había. Una cama hecha por el mismo, algunas partes de bicicletas, varias vasijas de barro y pocas cosas más. Hacía mucho frio esa noche y a pesar de ser sólo las ocho, una oscuridad de muerte lo invadía todo. La misma muerte que haría su aparición algunas horas después. Encendió con algunos leños su pequeña estufa y se tiró en la cama. Se abrigó con algunas mantas corroídas por el tiempo y mirando el techo de aquel arruinado barracón de tres por tres metros se durmió pensando en que algún día las cosas cambiarían.
    En el comedor ya no quedaba casi nadie, solo Iñaki, el capitán Salvadores, Matilde la mujer de Jota Jota y algunas otras señoras ayudando en las tareas de limpieza. Todos ajenos a lo que pronto se desataría allí fuera.
   Se escucharon unos gritos, unos perros ladrar y unas cuantas estampidas de las pocas armas de fuego que todavía tenían balas. Tomás se sobresaltó. Se sentó en su vieja cama y esperó unos segundos. Otros disparos y gente corriendo y gritando de terror. De un salto se puso de pie. Cogió su hacha y antes de salir al exterior su puerta se abrió de un golpe. Era Julia con los ojos desencajados y con lágrimas.
   -Tomas!, Tomás!- dijo con desesperación-Han entrado! Los inhumanos han entrado!
   -Pero cómo?-gritó Tomás-
   -No lo sé!-contestó nerviosa Julia. Han alcanzado a Merlín, Matías, Andrea...-y rompió a llorar en brazos del viejo Tomás. Éste la abrazó con fuerza y luego amontonó en la puerta sus pocas cosas para evitar que entraran. Miró a través de la oscuridad de la noche y lo que vió era digno de una película de terror medieval. Algunos arqueros disparando sus armas desde el portón de entrada, los inhumanos en el suelo arrancando a mordiscones lo que antes fue un cuerpo humano. Los chicos y sus madres corriendo muertos de miedo. Algunos eran alcanzados por los inhumanos. Julia vió desde su privilegiada posición como el australiano peleaba heroicamente contra media docena de inhumanos que lo rodeaban. Revoleó su lanza  y una cabeza salvaje voló por el aire, aguijoneó a otro en el pecho y luego le hundió la lanza en el cráneo. El cuerpo del inhumano cayó pesadamente al suelo y tuvo que poner su pie en la cabeza para desprender su lanza. Perdió unos segundos en esta tarea. Los suficientes para que uno de ellos lo cogiera por detrás y le mordiera el cuello El australiano se llevó la mano a la herida y enseguida notó que el final era inevitable. Con sus últimas fuerzas hundió una vez  más su lanza y cayó. Fue presa fácil de los inhumanos que hundieron sus fauces en el cuerpo. A pesar de no comer hace tiempo aquellos inhumanos tenían mucha fuerza en sus dientes. Julia no pudo más y lanzó un grito. Abrió la puerta y salió, hacha en mano contra cuaquier inhumano que se le cruzara. Tomás le siguió. No era lo mejor pero su refugio se había convertido en una ratonera sin salida. Corrieron en dirección a una de las salidas de la Ciudadela donde siempre estaban aparcados las orugas. Había muy poco combustible pero al menos estarían a salvo. No pudieron llegar. Varios inhumanos le cerraron el paso y entraron en una encarnizada lucha cuerpo a cuerpo. Avanzaron a saltos entre los cuerpos muertos que había en el suelo. La oscuridad era total y la lucha muy desigual. Corrieron y corrieron hasta llegar al comedor. Allí en el suelo yacía boca abajo Andrea. Le dieron vuelta y abrió los ojos. Pero ya no era Andrea. Esos ojos otrora llenos de vida ahora no tenían expresión. Miraban al vacío, muertos. En sus brazos había marcas de mordidas. Solo gruñó y miró. Se quiso incorporar pero Tomás le asestó un golpe en la cabeza.
   -Ya no era ella, Julia-Vamos!
  Un inhumano le cerró el paso con sus ojos vidriosos. Lo alcanzó a reconocer. Era Jota Jota. Se sumaron más y los hicieron retroceder dentro del comedor. Julia cogió una cacerola con agua que estaba todavía caliente y se la arrojó a la cara. Nada. Los inhumanos eran inmunes al dolor. Tomás le cortó el brazo a uno de ellos y con la otra mano empujó a dos que se le acercaban peligrosamente. Julia tropezó pero pudo esquivar las garras de uno que se le abalanzó.
   -Rápido-dijo Tomás-por la ventana!- y arrojando su hacha rompió el vidrio. Se subieron a la mesa de comer y de un salto cubriéndose el rostro saltaron al exterior. Al menos habían ganado algunos metros. La escena que contemplaron los dejó sin palabras. Del portón de entrada cientos de inhumanos entraban con sus andar cansado. Era el fin de su refugio de tantos años. En algunas de las esquinas todavía se veían luchas cuerpo a cuerpo pero el fin estaba encima. Vieron en lo alto de la entrada, varios arqueros disparando hacia abajo. Allí también estaba Carlos, Iñaki, el capitán Salvadores. Subieron por la rampilla y se colocaron al lado de ellos tirando lo que encontraban. Pero eran muchos. Muchos de los últimos Doscientos se habrían escondido en el refugio subterráneo pero eso era como morir en vida . La Ciudadela estaba copada por los inhumanos. Cientos de ellos comiendo restos humanos y de los pocos animales que había en la granja, cerdos, perros, gatos...lo que sea. Para el hambre no hay pan duro...
   Era el fin de la Ciudadela y del último bastión humano. Los que se refugiaron jamás podrán volver a salir a menos que los inhumanos abandonaran la Ciudadela. Pero sería inútil, ya era terreno salvaje. Julia desde lo alto lloraba al igual que varios de los que estaba allí. Tampoco ellos podrían bajar. Solo existía la tirolina que comunicaba con el Baluarte. Pero del otro lado las cosas estarán igual .....o peor. Disparaban con todas sus fuerzas sus últimas flechas en un acto de impotencia más que de venganza. Sabían que todo lo que hicieran era inútil. La suerte estaba echada y no era para ellos. 
   -Tendremos que echarlos con fuego -dijo Iñaki
   -Pronto arqueros-ordenó Salvadores-coged todo el combustible que tengais y arrojarlo abajo. Allí se agolpaban cientos de inhumanos que estiraban sus garras como queriendo alcanzarlos, gruñían, se peleaban por ser los primeros.. Menos mal que había al menos cinco metros de distancia. El combustible cayó y acto seguido las antorchas cayeron sobre ellos. Una llamarada se elevó en la noche y unos cuantos inhumanos se prendieron fuego...o los prendieron fuego... Cuerpos ardiendo que contagiaban su fuego a otros cuerpos y ese olor a carne podrida y quemada.
   -Tomás, Tomás!- grito Julia 
   -Que pasa?-pregunto rápido Tomás
   -Cuidado! otro grito de Julia-
  Un inhumano que salió no se sabe de donde estaba a escasos dos metros de él. De un golpe de hacha lo apartó de su vista pero c
uando iba a dar el golpe de gracia una mano lo sujetó.
   -Tomás, Tomás-una voz femenina lo llamó a la realidad.
   Tomás se incorporó de un salto en su cama y miró a aquella figura que le hablaba.
   -Tomás- dijo Andrea-que pasa?. Parece que hubieras visto un fantasma.
  Se levantó y fue hasta la ventana. Fuera había un poquito de sol, pero seguía haciendo frío. Algunos chicos de la Ciudadela jugaban con un balón hecho de trapos, toda era normal. Bueno normal dentro de lo anormal.
   -Venía a buscar mi bicicleta-
  Tomás abrió la puerta. El débil sol le golpeó en la cara. Nunca pensó que ese pequeño gesto le arrancaría una sonrisa.
   -Vamos Andrea-dijo-busquemos tu bici.

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