domingo, 20 de mayo de 2012

Capítulo Veinte " Incógnita"

 
   " Ab insomne non custita dracone"
   Para vigilar el dragón debe permanecer insomne




   -Lo encontramos!, lo encontramos- gritaba Aran (el sobrenombre de Arantxa) al tiempo que corría hasta donde estaba Iñaki junto al capitán Salvadores. Esta ex- arqueóloga estaba trabajando desde hacía meses en la búsqueda de unos túneles en base a unos planos encontrados tiempo atrás. Según dichos planos, existirían una serie de pasadizos, recámaras y túneles debajo de la Ciudadela. Tanto Iñaki, como el capitán Salvadores tenían la esperanza que se encontrara allí algún pozo de agua potable ya que la falta de este líquido elemento se estaba complicando.
  -Dónde?-preguntó Iñaki
  -En el ala sur-respondió Aran-tuvimos que sacar una gran cantidad de piedra encima de su entrada. Al parecer hace años que se había sellado y según los planos comunica con algún lugar del exterior.
  -Tendremos que tener mucho cuidado-dijo Salvadores.
  Aran condujo a los dos hombres hasta su hallazgo. Tomaron rumbo hacia el ala sur, donde estaba la Vuelta del Castillo, en las proximidades de la Contraguardia de Santa Isabel.. Al llegar vieron una gran mezcla de escombros e hierbas a los lados de lo que parecía una entrada al subsuelo de la Ciudadela.
  -Buen trabajo Aran-le felicitó Iñaki- ahora idearemos un plan para ver si hay algo adentro.
 Aran era una arqueóloga de una voz dulce que se contradecía con su fuerte carácter. Meses atrás había encontrado unos libros en un rincón olvidado de la Ciudadela y en uno de ellos una especie de mapa de túneles. Le preguntó a Iñaki si le dejaba explorar un poco y éste había accedido. De todas formas si se lo hubiera negado igualmente hubiera trabajado en ello.
  -Mañana por la mañana organizaremos un escuadrón para ver que hay ahí abajo. Ahora es un poco tarde. Felicitó de nuevo a Aran y las otras personas que trabajaron con ella.
  -Crees que habrá algo allí abajo?- preguntó Salvadores.
  -No lo sé-le respondió Iñaki-pero necesitamos encontrar agua urgentemente.
Después de un invierno muy duro, pero casi sin nieve, las provisiones se estaban agotando rápidamente, en especial el agua potable. Encontrar agua era una necesidad.
  -Pondremos todos nuestro esfuerzo en encontrar algo Salvadores y agregó-Dos personas que se queden de guardia esta noche, por las dudas. David y José harán el turno de noche en el portón. Traélos para aquí- le ordenó a Merlín y tanto él como Salvadores se alejaron de allí. Mientras tanto, Aran con su pala movió unos escombros que estaban a su derecha. -Mañana será otro día-dijo. Se secó unas gotas de sudor de su frente y se despidió.
   


    26 de noviembre 2011, esquina de Monasterio de Urdax y la Avenida de Barañain.


  Aran miró su reloj. Un Weisser comprado en Austria. Ocho y cuarto.-Ya es tarde!- se lamentó. Si sus amigas no llegaba pronto llegarian tarde el cine.- Siempre igual estas dos!- habló en voz alta. Miró para su derecha, hacia la Avenida de Sancho el Fuerte y nada. Abrío su bolso y sacó su teléfono móvil. Comenzó a marcar...647...Hace dos días que había regresado de su trabajo en Egipto. Trabajaba en el Valle de los Reyes para un equipo de investigación español auspiciado por una fundación Franco-alemana. Los egipcios poco dinero tenían para conservar lo que ya tenían como para buscar nuevos hallazgos. Su trabajo le apasionaba. Mezclada entre investigadores de varias partes del mundo y llena de arena hasta el más íntimo poro, trabajaba a destajo en la búsqueda de aquellos vestigios. Seis meses fuera de Pamplona y parecía una eternidad.
  ....458 y su teléfono que sube a su oreja. Una vez...dos veces...tres veces...-No puede ser que no conteste-se dijo. 
   Unas manos suaves le taparon los ojos desde atrás.Y una voz conocida que habló.
   -Felicidades!-dijo su amiga
  Aran se dió vuelta y se encontró con sus dos amigas. Habían decidido festejar su cumpleaños yendo al cine y después a cenar. Seguro que irían por el casco viejo de la vieja Pamplona.
  -Gracias chicas! les respondió-gracias!Pero tendremos que tomar un taxi si queremos llegar a ver la película-les dijo apurada.
  -Que cine,ni que cine!- le dijo Bea-hace casi siete meses que no nos vemos y vamos a ir al cine para no poder hablar nada?-le preguntó.
  -Eso, eso!-acompaño la sugerencia Fernanda- Vamos a un bar, que tenemos mucho de que hablar. Que tal tu trabajo?.Has visto muchas momias? Conociste alguien interesante en Egipto?-ametralló a preguntas su amiga.
   -Tranquila chicas-respondió Aran.-No iremos al cine entonces- Vamos a tomar algo y les cuento todo! dijo entusiasmada -
   -Entonces si has conocido a alguien!-dijo Fernanda.
   -Bueno, vamos! ordenó Bea-me dijeron que por la Plaza del Obispo Irurita han abierto un bar que está muy bien-
   Las tres amigas pasaron varias horas hablando de sus cosas y el tiempo voló. Aran les contó todo lo que querían oír. Les parecía un trabajo de lo más exótico e interesante. Entre restos de una antigua civilización, entre  pirámides ( aunque no estaba precisamente allí) y un calor abrasador.


  -Que fue lo más interesante que te pasó?-preguntó Fernanda-
  -Bueno, varias cosas-respondió Aran-lo más excitante fue cuando estaba trabajando con unas vasijas que habíamos encontrado. De repente miré al suelo hacia la derecha y creí ver algo que sobresalía  que no era una piedra. Con mi pala empecé a levantar cuidadosamente las piedras y la arena de encima y descubrí un aro de hierro-
  -Guau!- dijo Bea - Y que era? preguntó.
  -Era la entrada a una cueva sellada- contestó Aran. Y continuó su relato entre risas, recuerdos y el relato de un mundo lejano e insólito. Al final de unas cuantas horas tomaron un taxi y una a una fueron bajando en sus domicilios. Ella fue la segunda. Caminó unos pasos y abríó la puerta de su casa.
  Empujó la puerta de la residencia comunal y se acostó en su viejo camastro. Aquella noche en la Ciudadela se acordó de sus amigas, de su pasado y de su descubrimiento en aquél país lejano. Un descubrimiento muy distinto al de ahora.
   -Cuidado chicos, no quiero que se lastimen-dijo Inaki.
   Junto al foso descubierto por Aran estaban Jota Jota, Merlín, Carlos, Tomás , Iñaki, Julia, Aran, Matías y Matilde, la mujer de Jota Jota y unos cuantos más. El capitán Salvadores y el australiano estaban dando una vuelta de reconocimiento por todos las entradas de la Ciudadela.
   Limpiaron un poco más la entrada. Se veía unas escalones de piedra que avanzaban unos cuantos metros al interior de la tierra de la Ciudadela. Un par de metros. Más allá de ellos la oscuridad. Encendieron las antorchas. 
  -Tienen todo listo?-preguntó Iñaki.
  -Sí-contestó Matías. Aquí tengo el cordel, la linterna por si se nos apagan las antorchas y las armas.
  -Id con cuidado y marcando el camino-dijo Iñaki-No sabemos que se  pueden encontrar allí abajo y tampoco quiero que se pierdan.
  -Quédate tranquilo Iñaki- respondió Carlos. Daremos una vuelta y veremos que pasa.
  Uno a uno fueron bajando con sumo cuidado ante las miradas de los que se quedaban fuera.
  Primero Carlos, luego Matías, Aran, Jota Jota y José uno de los arqueros que pasaron la noche allí. La última antorcha se fue desdibujando y poco a poco la oscuridad se fue comiendo a la claridad. Otra vez quedó todo a oscuras.
   -Buena suerte y cuidado!- les dijo Iñaki- fijarse bien donde pisan!
   -Sin cuidado, jefe- contestó Jota Jota.Y no se escuchó más.
   Después de unos cuantos escalones llegaron a tierra firme. Era un corredor estrecho, una humedad asfixiante, las paredes recubiertas de una fina capa de musgo.Con la antorcha Carlos apuntaba hacia todos lados. Se respiraba un olor nauseabundo, fruto del encierro de quien sabe cuantos años. Una oscuridad que daba miedo. Aran, que cerraba la hilera se dió la vuelta y vió como la luz de la entrada cada vez se hacía mas pequeña. El corredor dobló hacia la izquierda y la luz desapareció totalmente. Estaban solos.Todos a oscuras, como aquella vez.


    Julio 2012

   El toque de queda estaba instalado desde hacía una semana. No tenía casi alimentos, ni agua. No quiso salir fuera. Las calles estaban muy peligrosas y las noticias no eran muy alentadoras. Una epidemia no se sabe de que estaba convirtiendo a la gente en caníbales. Miró por la ventana y vió como un grupo de uniformados disparaba contra varios caníbales. Sus caras eran anti-naturales. Sus dientes fuera desafiaban toda autoridad. Algunos caían por las balas pero la mayoría se levantaban y volvían al ataque. La policía era muy inferior en número y también caían. Pero al caer y ser alcanzado por uno o varios de los caníbales su agonía empezaba. Arrancaban con sus garras la piel a jirones, dejando al descubierto las entrañas que luego serían su alimento. Clavaban sus dientes en la piel y moviendo la cabeza de un lado al otro lograban arrancarla. Muchos compañeros uniformados al ver esta agonía sin fin no dudaban y disparaban directo al caído en combate. Una muerte más digna.
   Aran contemplaba la escena desde una posición privilegiada, si había privilegios en ese lugar. Era por oleadas. A veces se veía gente correr por las calles, otras eran perseguidos por caníbales. En otras oportunidades la gente lograba tirar y matar a alguno de ellos. Tenía miedo de salir. No se animaba. No sabía nada de nadie. No funcionaban los teléfonos, ni había electricidad. Nada de nada. 
   Al caer esa noche y en plena oscuridad se fijó que estuviera la puerta bien asegurada al igual que las ventanas. No quería despertarse y encontrarse con alguna de esas criaturas. Apagó la media vela que le quedaba, cogió su cuchillo y se tapó con unas mantas junto a la ventana. No había luna. Fuera, el aullido de esos caníbales le ponía los pelos de punta. Se tapaba con las manos para no oirlos. Apenas podía pegar los ojos.
   La luz del alba la despertó. Miró su reloj; las seis y cuarto. Miró por la ventana: no había nadie. Se incorporó, se lavó un poco las manos y la cara con un cuarto de agua mineral que todavía tenía, metió en su mochila unos pocos alimentos, su cuchillo y un par de fotos. Había decidido que sería la última noche que la pasaría sola y a oscuras. Además tendría que hacerlo ahora, ya que después no lo podría hacer por la debilidad fruto de su falta de alimentación. Alguien tendría que haber fuera. Retiró las sillas que hacían de parapeto en la entrada de la casa y abrió lentamente. Miró hacia ambos lados y no vio a nadie. Cerró con llave sin saber que jamás volvería allí. Llegó a la esquina y avanzó despacio, con sigilo. A la mitad de la calle había media docena de caníbales que se estaban dando un festín con un par de perros y seguramente algún humano. 
  Tuvo miedo y se refugio en los soportales. Miraba como esas formas antes humanas representaban el instinto más asesino de la humanidad. De repente sintió un ruido detrás de ella. Ese ruido acompañado de un gruñido y una garra que se estiró hacia ella. Dió un paso atrás, gritó, blandió su cuchillo de derecha a izquierda. El caníbal ni se inmutaba. Le saludaba con sus dientes podridos y su olor nauseabundo. El aliento de la muerte. Se le tiró encima. Apenas pudo esquivarlo. Le hundió el cuchillo en la espalda y el caníbal dió un giro violento. Se quedó sin arma. Su cuchillo clavado en el cuerpo de ese caníbal ya no le pertenecía.       Empezó a correr y correr sin mirar atrás. Y gritaba buscando auxilio. Cuando no pudo más y su corazón estaba a punto de explotar se detuvo contra un portal. Estaba rendida y se sentó contra la puerta exhausta. Su cuerpo se hizo para atrás. La puerta cedió y unos brazos la metieron dentro. Gritó. Unas manos humanas le taparon la boca. Estaba todo oscuro, muy oscuro.
   -No grites- dijo una voz adulta-me llamo Tomás. Era el que luego sería el médico-bicicletero.
   
   Ciudadela, años más tarde.


   Ese largo pasillo tenía la misma oscuridad. Solo que ahora estaba salpicada por las lucecitas de aquellas antorchas y lo que ahora se escuchaba era el aliento de sus compañeros que transitaban por esos túneles que ella descubrió.
  
  















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