sábado, 3 de marzo de 2012

Capítulo Doce:"San Crístobal"

  
   "Ignavi coram morte quidem animan trahunt, audaces autem illam non saltem advertunt"
    Los cobardes agonizan ante la muerte, los valientes ni se enteran de ella"


   25 de julio 2012

Festividad de Santiago. La sirena de la ambulancia resonaba como un eco fantasmal en las casi desiertas calles de Pamplona. Después de abandonar la ciudad y dejar atrás el último puesto militar se adentró en terreno libre de cuarentena. Subió aquella cuesta,una curva y otra y otra más. Dibujando con sus ruedas meandros de terreno casi virgen. Una curva más y atravesaría el portón improvisado del Centro de Plagas y Epidemias consituído en el monte de San Cristóbal. Los dos cuerpos inertes de su interior recogidos por las " cuadrillas de limpieza" del Ejército iban camino al laboratorio de los científicos para ver si se encontraba algo en ellos que diera un poco de luz a tamaña incertidumbre científica.
   La noche anterior Pamplona fue un caos. Hubo saqueos a numerosos negocios, combates cuerpo a cuerpo contra los "inhumanos", como empezaron a llamarles por parte del ejército,gente disparando desde sus casas,otros que corrían a lugares más seguros. El infierno en la tierra o la tierra hecha infierno.
   A pesar de aquel panorama en el Monte de San Cristóbal se trabajaba a destajo para encontrar algo, por mínimo que fuera, aunque sin resultado todavía.
  -Ponedlos allí, en las camillas- dijo el Jefe médico a cargo, un prestigioso médico de Madrid, llegado recientemente. Le habían localizado en su lugar de vacaciones una semana antes. Lo dejó todo, a su familia, sus hijos, el mar, las arenas blancas. Ahora el espectáculo era otro, tenía que analizar aquellos cuerpos una y otra vez. Muchas pruebas, muchos análisis, autopsias para llegar al fondo de la cuestión. Cómo era posible que una persona normal de un día para otro, súbitamente se convirtiera en una especie de perro salvaje que devoraba cuanto se  ponía a su alcance. Todos lo sabían, pero nadie lo decía. Aquello era algo que superaba la rabia o cualquier otra nefermedad contagiosa conocida con creces.
Después de preparar un poco los cuerpos, todo estaba a punto. Tres médicos y una enfermera preparados.
  -¿Listos?-preguntó el Jefe.
  Los otros asintieron. El bisturí que baja lentamente hacia el abdómen previamente marcado con un rotulador. Se hunde un poco y empieza a recorrer suavemente y a paso firme aquella piel dura.Después sucede lo que jamás pudieron imaginar. El cuerpo se estremece,como despertando de un sueño aletargado por el tiempo. Ellos son forenses, trabajan con cadáveres. ¿Acaso no estaba muerto? Unos ojos sin expresión se abren lentamente, las manos  parecen garras y recobran toda la energía perdida días u horas atrás y atraen el cuerpo de uno de los médicos para si. Los dientes se hunden en su cara y le arrancan parte de su mejilla. Esos inmundos dientes masticando piel humana daban repulsa hasta al más salvaje de los caníbales. Una visión que dejó paralizados a todos por unos segundos sin saber que hacer,sin entender nada. Los otros dos se abalanzan contra el inhumano, tratan de sujetarlo pero también son alcanzados por esas garras y por esas mordeduras. La enfermera que con sus gritos alertó al personal de seguridad apostado en los pasillos trató de socorrer a uno de ellos.. Entran los efectivos de seguridad con sus armas automáticas,disparan con cuidado de no herir a ningún humano. Esa bestia de fuerza desconocida no cae por más que las balas traspasen su cuerpo. Dos soldados le sujetan. Uno de ellos le sacude fuertemente con la culata de su arma. El inhumano acusa el golpe.Retrocede contra la pared. Es una fiera acorralada. Sus ojos blancos y rojos, sus cuerdas vocales emiten un gruñido desafiante y presenta una pose amenazadora. Agita sus brazos y muestra sus garras al tiempo que masculla sonidos incomprensibles. Y entonces lo inesperado, si podía esperarse algo más inesperado. El otro cuerpo recostado en la camilla se levanta y clava sus uñas en la cabeza de uno de los guardias. Este cae aturdido. El otro dispara automáticamene, pero esta vez a la cabeza. Acierta. El orificio en su frente, negro como el alma del muerto es lo último que se ve antes de que caiga desplomado. El otro inhumano que abraza a uno de los médicos y no lo suelta. Los gritos de dolor del científico superan cualquier racionalidad. En un arrojo de valor la enfermera coge una pinza y la clava en la nuca del inhumano. La sangre de su boca dibuja mapas rojos en su perilla. Llegaron mas médicos y más efectivos para socorrerlos. Varias personas resultaron heridas y rápidamente fueron trasladadas poder comenzar con los tratamientos. El reloj del laboratorio marcaban las 20:52 de aquél 25 de julio en Pamplona.
Aspecto actual de las tumbas de algunos de los
Últimos Doscientos


   Se realizaron los primeros cuidados a todos los heridos. Algunos estaban más graves que otros ya que habían perdido mucha sangre alcanzando el estado de shock, también nervioso como la enfermera ahora relegada de sus funciones. Sería una noche larga para todos.
   Desde lo alto del monte de San Cristobal se oían los disparos de las automáticas en Pamplona,mientras sus destellos eran como luciérnagas que decoraban la noche que se cernía sobre los edificios. Otra vez el caos,otra vez las luchas y los saqueos. Pamplona era una ciudad ingobernable. Las autoridades la habían abandonado ubicando su sede provisionalmente en la localidad cercana de Olite. Hasta allí todavía no había llegado la locura. Se trataba de trabajar en conjunto con el ejército y las policías nacionales y forales. Trabajo arduo ya que muchos habían abandonado sus labores en busca de un destino mejor.Las sectas apocalípticas de varias partes del globo hablaban del "fin del mundo",algunos sectores de la Iglesia opinaban que Dios estaba castigando a la humanidad y que Pamplona era el lugar elegido para el "escarmiento",los científicos hablaban de un mal incurable y progresivo. Pero nadie acertaba a dar una explicación de lo que realmente pasaba y cual sería su solución, si la tenía.Pamplona convertida en Sodoma y Gomorra para la expiación de los pecados.
   Como todas las mañanas desde el Centro de Plagas y Epidemias de San Cristobal se emitía un parte con las investigaciones que se habían llevado a cabo el día anterior. El gobierno en funciones en Olite era el recepctor de aquellos partes y en base a él dictaminaba algunas directrices. Aquel 26 de julio a las ocho horas, la hora habitual,nada se vio ni escuchó. La pantalla gigante que comunicaba con el Centro de Epidemias permanecía a oscuras.Se llamó en repetidas oportunidades y solo hubo silencio de radio.
  Dos vehículos militares más un vehículo médico partieron a las ocho y veinte desde el Centro Médico de la calle Amaya.Bajaron por la Avenida de la Baja Navarra. Dejaron a la izquiera el viejo Colegio de Médicos de Navarra y el Club Amaya y al llegar a la rotonda que va hacia Burlada giraron a toda marcha a la izquierda. Luego un par de giros más. Al llegar a la Ronda Oeste viraron a la izquierda nuevamente y cuando vieron el cartel de Artica  a la derecha comenzaron a ascender el monte. Llegaron al portón del Centro de Investigación que inexplicablemente éstaba abierto de par en par. Los vehículos se detienen, a la expectativa.Se bajan del primero media docena de hombres fuertemente armados. De entre los árboles salen unas cuantas figuras que ,con su andar bamboleante y sus gruñidos de perros salvajes se dirigen a los autos. Los soldados disparan al tiempo que más y más sombras aparecen por todos lados. Se abalanzan sobre el auto médico y sacan a sus ocupantes que se defienden como pueden. Los soldados disparando, vaciando sus cartuchos. Muchos caen, pero muchos se levantan. Es la sombra de la muerte la que oscurece aquellos automóviles. Médicos, guardias, enfermeras,todos con las mismas caras,con los mismos rostros desencajados. El silencio de un día de verano interrumpido por cientos de disparos. Pero los inhumanos eran muchos. Muy pronto las armas callaron sus ronquidos. Muy pronto aquellas figuras no humanas se daban un festín imposible de describir,como aves carroñeras hundían sus fauces en todo lo que encontraban. El horror de los cuentos de Poe a pocos pies de altura de Pamplona.
  Ese fue el fin del Centro de Epidemias en San Cristobal. El fin de una pequeña llama de esperanza encendida por aquellos médicos que trabajaban en busca de algo y el principio de una oscuridad que se adueñaría de Pamplona para siempre.
 

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