viernes, 24 de febrero de 2012

Capitulo Once " A San Fermín venimos...."

   " A cane muto et aqua silente cane tibi"
   Cuidado con el perro que no ladra y con el agua silenciosa.


   Tomás se levantó temprano esa mañana. Apoyó su pie derecho en el suelo ( para que el día vaya bien) y se calzó las viejas sandalias de cuero. Miró por entre los barrotes de la ventana y el cielo rojizo del amanecer se asentó en sus ojos.Desayunó junto a los otros en aquellos cuencos de barro y salió rumbo a su taller construido con madera y algunas piedras. Este médico  además de curar los males del cuerpo con los pocos elementos que tenía a su alcance también curaba algunos males del alma, especialmente entre los jóvenes que muchas veces se hundían en el abismo de la desesperanza. Muchos de ellos querían abandonar el fortín en busca de nuevos horizontes.
  -Tiene que haber más gente por ahí fuera-decían.
  -Si,seguro que hay personas al otro lado-les contestaba - pero fuera es peligroso. Aquí estamos desde hace casi cinco años y no nos ha ido del todo mal,verdad?-les decís.
  -Del todo mal?,Vivir en esta carcel es no irnos "del todo mal"?-acusaban.
  -Ya vendrán tiempos mejores-respondía. Siempre amable,tratando de imponer un poco de juicio en esa sinrazón. Los más jóvenes siempre le escuchaban y le tenían en alta estima.
  Y así muchas veces,desbaratando planes de fuga y haciendo de su hobby un pasatiempo que lo llevaba bien lejos en sus recuerdos: las bicicletas.Reparaba todas él solo. Las de dentro y las que de vez en cuando algún humano traía de todas las que habían colocado por toda Pamplona.Él mismo les había puesto a cada una de ellas el cartelito que rezaba"en la Ciudadela te estamos esperando". Se suponía que era un mensaje dirigido a los humanos. Aunque a decir verdad desde hacía meses que no venía ninguna del exterior con gente nueva.
   Por los caminitos de la Ciudadela algunos estaban en plena actividad. Unos practicando con sus arcos y flechas, otros tirando sus lanzas contra cabezas de trapo a modo de dianas, a modo de inhumanos. Un poco más allá en los hornos de barro, las abuelas de costumbre moldeando el pan que degustaban todos los días. Una pequeña ciudad dentro de otra gran ciudad perdida para siempre y viviendo con los víveres de ésta.
  -Buenos días, Julia- saludó.
  -Hola Tomás, que tal vas?-le respondió.
  -Aquí andamos. La verdad es que no pude pegar un ojo en toda la noche. Esos gritos....
  -Si,yo también los escuché, parecían muchos, no?
  -Si, muchos- Bueno te dejo, hasta luego-
  -Hasta luego, Tomás-
  Y cada cual siguió su camino.
Cerca de su taller vio a Andrea hablando con Merlín. Desde hacía un tiempo ellos querían hacer una batida en busca de más gente o de alguna salida. Una práctica que antes era habitual pero que en los últimos meses se había suspendido por orden de Iñaki.
   -Tenemos poco espacio y alimentos- era la excusa del jefe.
   -Estoy segura de que hay más humanos al otro lado- decía Andrea.
   -Si, yo también pienso así pero el jefe es el jefe y órdenes son órdenes. Bien sabes que no estoy de acuerdo con él en muchas cosas pero tengo que respetar sus decisiones. Fue elegido por la gente.
   -Lo sé- se lamentó Andrea- pero cuantos hemos encontrado así, treinta?cuarenta? Fuera no tienen escapatoria,aquí al menos... y suspiró profundamente.
   Tomás se apuntó a la conversación.
   -Creo que deberíamos tirar bengalas como antes, desde algún lado nos verán-dijo
   -Buena idea, Tomás. Se lo propondré a Iñaki esta tarde.
   Tomás llegó hasta su pequeño refugio.Lo estaban esperando.
   -Hola Tomás, te estábamos esperando . El mayor de tres críos era el que habló.-Tengo una rueda pinchada-. Los chicos de la Ciudadela pocas veces podían hacer de "chicos". Ayudaban en todo lo que les mandaban o podían hacer pero algún que otro día se podían dar el "lujo" de jugar un poquito a ser "niños".
   -Pero como no!-exclamó Tomás y con una habilidad fruto se su experiencia dió vuelta la bicicleta y en dos segundos desarmó la rueda.
  - Tomás, Tomás, por qué no nos cuentas cómo te escapaste de los inhumanos esa vez de los toros?- dijo uno.
  -Pero si ya os lo sabéis de memoria, mejor que yo- respondió Tomás.
  -Que lo cuente,que lo cuente!!- dijeron a coro los tres.
  -Está bien chicos, ahí va- dijo complaciente y otra vez volvió a relatar la historia. Era una historia que casi toda la Ciudadela conocía. Cada vez que la contaba le agregaba nuevos datos,verdaderos o inventados, tratando de despertar el interés en los demás.
  -Bueno-empezó- En las primeras épocas , cuando empezó este problema, este problemilla con los inhumanos- sonrió para sacarle dramatismo a la narración- Yo vivia cerca de la Plaza de Santiago. Un día que no había muchos inhumanos por la calles salí en busca de comida y de bebida. Caminé un poco por allí, después fui hacia Santo Domingo esquivando dos o tres inhumanos que me empezaron a correr. Pero, claro- fanfarroneó un poco- como yo era mucho más rápido pronto los esquivé. Me metí en un bar de cómida rápida cercano al Museo de Navarra para ver si encontraba algo allí dentro. Solo conseguí un par de botellas de gaseosa como máximo botín. Salí de nuevo a la calle y me sorprendió todo lo que ví. Una sorpresa desagradable. Me ví rodeado de repente por mas de veinte inhumanos. Esos seres inmundos me gruñian y estiraban sus garras para cogerme. Esquivé a uno, a otro y a un tercero le dí en la cabeza con un hierro que llevaba de arma.Empecé a correr y correr cuesta abajo. Me seguían de cerca y al llegar abajo de Santo Domingo me doy de frente con otra docena que venían subiendo con su andar cansino, arrastrando sus piernas, arqueando sus cuerpos  desfigurados por la muerte. Eran muchos contra mí solo y entonces desde una ventana escuché la voz de una mujer que me gritaba " salta dentro del corral, salta". Yo apenas pude ver quien me gritaba pero ese grito me salvó la vida. Como pude me subí al viejo portón de madera al tiempo que le volaba algunos dientes podridos a un inhumano de una patada. Después me trepé hasta donde antes lanzaban el cohete. Lo que ví dentro me aterrorizó aún más. Allí los últimos seis toros de un encierro que jamás se corrió, flacos, famélicos-
  -Que es famélico?- preguntó uno de los niños.
  -Muerto de hambre- contestó otro con aire de suficiencia.
  -Bueno, estos toros- prosiguió Tomás- me miraban con cara de pocos amigos. Calculad que estaba allí desde hacía unos cuantos días, casi sin comida ni agua y entonces pensé en que tenía ganas de ver un encierro privado. Levanté como pude la traba que separaba la vida de la muerte y algunos inhumanos se metieron dentro del corral. Lo que pasó fue como en esas películas mudas de risa. Los toros aún débiles se abalanzaban sobre los inhumanos, les hundían sus cuernos en el abdomen, en sus piernas, los atropellaban como locomotoras descarriladas pero se levantaban de nuevo e iban contra ellos. Los animales arremetían contra ellos, los levantaban por el aire. Uno de estos astados acorraló a un inhumano contra la pared. El inhumano no sabía que hacer, se cogía de un cuerno, se caía, se levantaba, era incrustado de nuevo contra la pared. Los demás corrían igual suerte, parecía una escena de bolos. Los únicos que no se levantaban eran los que eran atravesados en la cabeza.Y así pude escaparme, viendo esa lucha increible entre inhumanos y toros- concluyó Tomás
   -Que historia mas guay- dijo el mayor de los chicos
   -Así es, chicos- dijo Tomás -y aquí está la bicicleta arreglada. Le dió la vuelta y se la entregó a los chicos que se fueron al exterior del taller.
  Nadie a ciencia cierta sabía si esa historia era cierta o no, pero ya pertenecía al folclore de la Ciudadela y los chicos eran los que más disfrutaban con ella.
  -Tomás,Tomás,rápido! gritó Merlín- tenemos un herido.
El médico-bicicletero se lavó rápidamente las manos y salió al encuentro de Merlín. Las bicicletas y los recuerdos podían esperar.




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