miércoles, 1 de febrero de 2012

Capitulo Ocho "Pamplona en llamas"

    "Ardet nec consumitur"
    Quemada pero no destruida.



 El viejo del Paseo Sarasate (Paseo Valencia,como le gustaba decir) dobló el papel y se lo devolvió al australiano. No me digas que tú fuiste uno de los que se salvó de aquel desastre-dijo.
  -Si-contestó con pesar el extranjero y se quedó en silencio.





Jueves 12 de julio 2012


El aeropuerto de Pamplona,en Noaín era un mundo de gente. En el hall recién reformado no cabía un alma. Cientos de personas apiñadas frente a las carteleras electrónicas miraban la hora de sus vuelos.La entrada al aeropuerto estaba militarizada por los últimos desmanes. Después de haberse suspendido las fiestas y ante la poca información que brindaban las autoridades el grueso de los visitantes había abandonado la ciudad aunque muchos todavía estaban allí.En el aeropuerto. La entrada al aeropuerto estaba muy controlada. Nadie sin billete podía acceder a él. Así y todo era un descontrol. Luego de establecerse la cuarentena en la ciudad solo se permitía salir de ella a través del aeropuerto siempre y cuando los ciudadanos no presentaran ningún síntoma de nada.Los controles médicos eran muy rigurosos,cualquier atisbo de fiebre,sarpullido,dolor de cabeza ,malestar en general hacía que aquel individuo no viajara.
   Una voz de chica del tiempo se oyó en el altavoz:
"Atención damas y caballeros. AirPlanet anuncia que la salida del vuelo 3126 rumbo a Madrid se producirá en treinta minutos. Por favor acercarse a la puerta 2 urgentemente para agilizar el embarque y no tener más demoras.Gracias".
Muchos pasajeros corrieron hasta la cinta de las maletas y se colocaron desordenadamente en la fila.El personal de aeropuerto y el ejército trabajaban afanosamente. Durante el día más de treinta aviones habían despegado,algo inusual para aquel pequeño aeropuerto del norte de España. Aquellos "de fuera de Pamplona" que vinieron a pasar sus " sanfermines" huían de la ciudad.Vuelos hacia Madrid,Valencia,Barcelona. Cualquier lugar era bueno para olvidarse de aquellas fiestas,de aquellas muertes inexplicables, de aquella epidemia de no se sabe qué enfermedad. Serían las últimas fiestas.
   Los sanitarios  de la entrada detectan alguien sospechoso. Una mujer mayor, de aproximadamente 65 años, de rasgos nórdicos y mirada extraña. Lleva varias horas esperando salir. Esa espera fue lo que la delató. Se resiste. Comienza el forcejeo. Cae al suelo. La levantan y ante la mirada atónita de los demás saca sus dientes y los hunde en el primer oficial que tiene la mala suerte de cruzarse en su camino. Sus dientes no se despegan del cuello y la sangre chorrea de su boca. Parece un animal acorralado. Mueve de derecha a izquierda su cabeza tratando de arrancar algún trozo de carne fresca. Y lo logra.Los militares alertados por los gritos corren. Se abalanzan sobre ella. Se revuelcan en el suelo. Dueña de una fuerza impropia de una persona de su edad empuja a uno de ellos y otro, nervioso hizo lo que no debía. O lo que debía, quien lo sabe. El disparo le dió de lleno en el pecho. La mujer cayó al lado del sanitario.Se abalanzó nuevamente sobre él a recuperar parte del botín perdido por el disparo. Mordía donde podía y los gritos de horror de este enfermero retumbaban en todo Noaín.Otro disparo. La bala le atravesó la cabeza y esta vez no hubo réplica.Había muerto.
   Los televisores del aeropuerto daban las noticias que podían escapar a la mordaza de la férrea censura impuesta por las autoridades.La manipulación que siempre se hace desde las esferas oficiales cuando no se puede o no se quiere decir la verdad. Desde el Centro de Epidemias del cerro San Cristóbal no se acertaba a dar con el virus mortal Y eso que muestras no le faltaban. Muchos cuerpos yacían en sus morgues a la espera de que alguno de ellos diera una clave, una pista para determinar su origen.
   John Wilkes ,de Australia era uno de esos pasajeros. Mostró su pasaporte y pasó por el detector de metales. Poco llevaba encima. Su gastada ropa de viaje y apenas un bolso de mano.Sabía un poco de castellano aprendido en su país.Este viaje lo tenía preparado muy bien, que hacer,donde ir, donde dormir,amigos conocidos en internet,la fuente de Navarrería donde podía dar el salto de la muerte,toros,juerga y más juergas.Sus otros colegas de viaje estaban desaparecidos. Los había visto un par de días antes cerca de la Catedral ,pero no sabía nada de ellos.Ya los vería en otro lugar. Ahora lo que le importaba era salir de allí. Y rápido.
   El avión abrió sus puertas. Los oficiales indicaba el camino. Sus armas amedrentaban un poco.Tenía el asiento 7b. Le hicieron dejar su bolso al pie de la escalinata,con su comprobante en la boca subió las escaleras.Entró al pájaro de fuego.Se sentó y esperó.A su lado una muchacha de rasgos indígenas. El avión que arranca su motor y las azafatas apurando a los rezagados. De pronto la máquina que se bambolea para adelante,una sacudida fuerte. Varios pasajeros desprevenidos se cayeron al suelo. Delante de él vió como una chica se le doblaba las piernas y caía.Algún pequeño bolso que golpeó alguna cabeza y caían al pasillo. Recobrada la calma,los pasajeros se tranquilizaron. Que había podido pasar?Sin quererlo el piloto había oprimido un mando antes de tiempo?Nadie se lo preguntó. Ni los pasajeros, ni las azafatas,ni los militares a pie del avión. Quizás si lo hubieran hecho....
   "Atención damas y caballeros"-anunció la voz del capitán."Mi nombre es Manuel Quiroga y en pocos minutos despegaremos rumbo a Madrid-concluyó. Fin del mensaje.
  Las puertas se cerraron y las turbinas se oyeron más fuerte al hacer notar su silbido. Al aeropuerto seguían llegando autobuses atestados de gente. Muchos no podía seguir viaje y los desmanes con el ejército se sucedían.De vez en cuando un disparo intimidatorio ponía las cosas en su lugar. Por poco tiempo.El avión que comienza a carretear por la pista.Adquiere velocidad. Los pasajeros sienten ese cosquilleo en el estómago y las pocas luces que todavía permanecen encendidas se divisan desde el aire.Luego lo que ya conocemos. El avión que da un giro violento,el micrófono de la cabina encendido dejar escarpar una lucha. La puerta que se abre y esa persona,vestida de aviador que irrumpe ensangrentada por el pasillo. Sus ojos no humanos despedían fuego,sus gruñidos horror.Una pasajera que grita y otros,policías de paisano se abalanzan contra él.El pasaje que se descontrola y el aparato también. Pierde altura,gritos,golpes. Cae en picado sobre Pamplona.Solo se elevó trescientos metros y aquel soñado cielo se veía más lejos. Un estruendo terrible y ese avión destino Madrid que causa la tragedia en Pamplona.Miles de fragmentos que se esparcen por el barrio de Iturrama. Llamas,caos. Gritos de socorro,hierros retorcidos entre cuerpos quemados. Un pedazo de ciudad convertido en cementerio. Una tragedia se sumaba a la otra.


El avión que se estrelló en el barrio de Iturrama


   John Wilkes,el australiano de los "Últimos Doscientos",salvó su vida.Malherido pudo salvar varias vidas hasta que cayó rendido entre los hierros. Pasó varios días en el hospital. A sus manos llegó el periódico local ,recortó esa noticia, y la guardó. Era como su partida de nacimiento y desde ese día la llevaba consigo.Ese pedazo viejo de periódico era el que le había extendido al viejo de Sarasate.
   -Así que fuiste uno de los pocos que se salvaron-preguntó el viejo.
   -Si,yo ser uno de los pocos afortunados-respondió el australiano que todavía no dominaba bien el castellano.-Después de dos o tres días en el hospital me dejaron ir y nunca más me fui-se lamentó
Afuera del recinto amurallado se oían gruñidos de los inhumanos.
  -Ahí están de nuevo-dijo Andrea-Siempre esperando. Saben que tarde o temprano entrarán aquí.
  -No lo permitiremos -dijo la señora del Sarasate-Todavía somo muchos aquí adentro-
  -Si, contestó Andrea,muchos con poca comida. Tarde o temprano tendremos que irnos a otro lado-termino.
  -Vamos australiano-gritó el viejo de la Chantrea para romper un poco esa conversación-toca la armónica!Vamos!-animó.
  El australiano sacó su armónica del bolsillo y empezó a tocar. Ese sonido dulce y melodioso parecía sacado de otra época, de otro mundo.Tocaba bajo para no molestar a los que ya a esa hora se habían acostado. Algunos inhumanos alertados por ese sonido se agruparon contra una de las pesadas puertas de entrada. Golpeando, gruñendo, aullando. Empujando sus inmundos cuerpos, sus cabezas lastimadas,su olor a podrido y sus piernas y brazos rotos.El viento esparcía el sonido por aquella ciudad en ruinas Mientras tanto en la esquina de la Avenida del Ejército y Pio XII un cerdo que tuvo la mala suerte de tropezarse con varios inhumanos se debatía entre la vida y la muerte.El gruñido de esta inmundicia andante tapó el sonido agradable y melodioso de la armónica.La noche cerró su telón sobre la cabeza de los Últimos Doscientos de la Ciudadela". Fuera nadie descansaba.



1 comentario:

  1. Cuesta leer este tipo de letra. Por lo demás, excelente.

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