jueves, 26 de enero de 2012

Capitulo Siete:" Un tiempo de otro tiempo"


  Pamplona.Año del señor del 1610.
El martilleo era constante. Los herreros trabajaban el metal que formaría parte de aquella defensa. Los maestros constructores organizaban a sus obreros y los distribuían por las dependencias. Muchas cosas para hacer. Las carretas con piedras del antiguo Castillo de Fernando el Católico entraban a la Ciudadela no sin gran trabajo. Los bueyes arrastraban su pesada carga por el lozadal en que se habían convertido las estrechas calles de Pamplona después de las últimas lluvias. El sol picaba en la espalda de los siervos que transportaban maderas sobre sus cuerpos llagados.  Fuera de la fortificación algunos curiosos se asomaban,varios niños correteaban y se tiraban piedras. Otros más adolescentes trepaban  encima de toneles de madera y los hacían rodar. De vez en cuando esos toneles eran los que les pasaban por encima.
  -Vamos, vamos, deprisa!-Sois una cuadrilla de haraganes!-gritaba enérgicamente uno de los constructores a sus obreros.Los carros apenas avanzaban. Por más que gritara aquellos bueyes no daban más de si. Su carga repetida varias veces al día habían mermado sus fuerzas..

  La fortificación fue ordenada por Felipe II en 1571. Varios años después todavía no estaba concluída y la paciencia se iba agotando.El martilleo constante contra las piedras para moldearlas o contra el metal para fraguarlo se había convertido en algo cotidiano y los oídos eran inmunes a él. Las carretas entraron por la puerta principal mientras los gritos del constructor herían más que el martillo.
  -Moveos,moveos-seguía- Que así nos va a coger el día del juicio final !. No quisiera estar entre vosotros cuando la Trompeta de San Gabriel llame a los muertos para que abandonen sus tumbas para el Juicio!-gritaba.
   Los bloques de piedra se amontonaban aquí y allá, por todos lados de forma irregular.Los carpinteros trabajaban en sus bancos apresurando la marcha. Otros niños corrían dentro de la construcción a pesar de estar prohibido. Muchos de sus padres trabajaban allí. Unas pocas mujeres traían escasa comida a sus maridos, trabajadores,a esa hora del día que éstos sin parar de trabajar comían de buen grado.Con poco se contentaban.De pronto un grito se escuchó por encima de los demás gritos. Un obrero cayó desde su andamio y estrello su cuerpo contra el suelo. Un borbotón de sangre empezó a manar de su cabeza. Fueron a socorrerlo pero era tarde.No hay socorro que valga.Otra muerte más dentro de aquellos pesados muros..  El ingeniero de la Ciudadela,Antonelli,informó a Felipe II en 1569 de que "Pamplona es ahora más frontera que metrópoli y que tendría que tener una fortificación fuerte para defenderse del peligro tanto de fuera como de dentro.Y con ese criterio se construyó. Lo que jamás pudo imaginarse Felipe II  es que varias centurias más tarde aquella Ciudadela se convertiría en el reducto final de los supervivientes de Pamplona.
  - Así que un cerdo a la rastra,no?-dijo severo Iñaki, el jefe de la Ciudadela.
Carlos y Matías no alcanzaron a responder. Con sus cabezas mirando el viejo suelo de Pamplona solo escucharon los botines de su jefe alejándose. Iñaki mostraba su carácter enérgico como cuando era jugador del Osasuna. Su puesto de jefe lo había heredado de Fernando, el anterior mandamás de la Ciudadela alcanzado por un mordisco en la "Batalla de la Plaza de la Cruz",como se recordaba.En un acto  de generosidad prefirió suicidarse antes de que se convirtiera en un peligro ambulante.
  Carlos y Matías se dirigieron al Polvorín,el lugar de la Ciudadela que se utilizaba para almacenar las pocas armas que había y además donde se reparaban las máquinas y demás utensilios de combate.Habían quedado con Julia, la experta en afilado de hachas y una exigua espadachina. Más de un inhumano sintió( si es que podían sentir) como la afilada katana de Julia le seccionaba la cabeza inmunda. Dentro de la Ciudadela existían otros edificios. Además del Polvorín mencionado  estaba la Sala de Armas y el Almacén de Mixtos.
Los supervivientes también construyeron otros rudimentarios espacios para vivir con sus familias, los que todavía tenían.
   Saludaron al vigía de la Torre Sur y entraron al Almacén de Mixtos.Allí estaba Julia,con sus gafas protectoras y su melena a la francesa.Delgada, alta y dueña de una sonrisa contagiosa, 24 años.Callada,trabajadora y con un sueño no cumplido:ser periodista.
  -Hola Julia!-saludó Matías.
  -Que tal están?-les contestó Julia,sacándose sus gafas.
  -Bien-respondió Carlos-con unos cuantas broncas más encima-señaló.
  Julia extendió la mano y dijo -Dame tu hacha Matías-
La afiladora comenzó a dar vueltas movida por el pedal que Julia apretaba con su pie derecho. Las chispas comenzaron a saltar y el acero reluciente comenzaba a tomar vida nuevamente. Vida para salvar vidas.



Asi era la Ciudadela de Pamplona antes del fin


  La tarde caía una vez más sobre aquellos humanos.Los vigías de las torres dejaban paso a sus sustitutos. Toda la gente dentro de la Ciudadela tenía sus funciones.Desde los que preparaban las comidas, los que arreglaban lo roto, los que preparaban armas,los que daban prácticas de tiro, los que enseñaban a leer a los más pequeños. En fin, una pequeña comunidad. Quizás la última.
   - Creés que habrá alguien ahí fuera?-preguntó Andrea a su madre. Ambas frente a un fogón improvisado contemplaban la noche estrellada de Pamplona. El fuego no era tanto por el frío, que no lo había,sino para ahuyentar a los insectos. El humo era buen repelente.
   -No lo sé hija-respondió su madre.
Andrea era una ex administrativa de una tienda de bricolage de la zona de Cordovilla. Sobrevivió de milagro junto a su familia escondidos en una residencia de la localidad de Cizur. Allí estuvieron cerca de dos semanas alimentándose de los pocos víveres que poco a poco se fueron agotando. Pasaron varias semanas hasta que encontraron más humanos. Y poco a poco se fueron juntando con más. En aquella fortificación no había más de doscientos residentes. Los últimos doscientos de Pamplona.
   - Alguien contó-acotó un viejo venido de la zona de la Chantrea-que se han escuchado señales de walkie talkie lejanas-Creo que debe haber mas gente en algún lado-terminó.
  Madre e hija miraban el cielo ignorando lo que se decía alrededor. De pronto una estrella fugaz cruzó el firmamento.-Sabes lo que estoy pensando-preguntó Andrea a su madre.
-Si, en un deseo-respondió su madre.
-No-negó con la cabeza su hija-Estaba pensando en cuando íbamos a la Sierra del Perdón con el telescopio para ver las estrellas-
  -Si que me acuerdo -respondió su madre-Que lejos están aquellos días!exclamó con un suspiro.
  Junto al fogón también estaba el autraliano O´connors, uno de los pocos supervivientes del avión caído de Iturrama allá por San Fermín 2012 y novio de Julia,y les acompañaban Luis y Teresa un matrimonio del Paseo de Sarasate. Con el tiempo cada uno iba adoptando como apodo el lugar donde vivían. Una forma de pertenecer a algún grupo. Una forma de buscar lazos comunes. Allí estaban los chantreanos,los de "Pamplona de toda la vida",los de las afueras, como eran los de Barañain,Cizur, los extranjeros como el australiano. Cada uno trayendo sus historias, sus vidas pasadas y olvidadas y tratándose de aferrar a todo lo humano posible. Esos fogones servían como catarsis.
   -Tú, australiano-habló el viejo de Sarasate-Cómo fue que te quedaste en Pamplona?Preguntó con curiosidad,aunque la historia la sabía de memoria. El australiano sacó un papel todo doblado y viejo. Era un recorte de un periódico y se lo dió al viejo... En la Ciudadela había silencio. Afuera de vez en cuando un gruñido sacaba a todos de sus recuerdos. El viejo cogió el papel,lo leyó y se lo dió a su mujer. El australiano suspiró. Su cabeza viajó atrás,como la de todos en aquellos momentos.

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