martes, 3 de enero de 2012

Capitulo Cuatro " Encierro"


  " Crudelis est quam mori semper timere mortem"
   Es más cruel tenerle miedo a la muerte que morir"


   Plaza del Castillo,martes 11 de julio,once horas.
Si bien las fiestas de San Fermín oficialmente se habían suspendido muchas personas no lo aceptaban, especialmente los extranjeros que tenían sus hoteles pagados hasta el día catorce. Pero la gran mayoría de los visitantes ya se había marchado. El motivo de la suspensión era la noticia que estaba circulando entre los principales medios de comunicación, la gente y el gobierno. Existía un virus que se estaba propagando por la ciudad y que para evitar males mayores se había adoptado esa medida. Muchos desconfiaban ya que en anteriores oportunidades se había alarmado a la población con otros epidemias, que si la aviaria, que si la porcina , que si la del pepino.
   - Debe ser una maniobra de los laboratorios- algunos decían.
Las autoridades médicas solo había lanzado unos pocos y escuetos comunicados sobre prevención, como la higiene, no ir de caza, al menor síntoma raro acercarse al médico,etc,etc,etc, lo de siempre. Pero no era lo de siempre.

   La corporación municipal mediante una reunión de emergencia había decretado el estado de sitio. Quedaban prohibidas todas las reuniones públicas, los comercios solo podía abrir por las mañanas, quedaban suspendidos todos los derechos constitucionales y se regía por la ley marcial. Además se había dispuesto controles en todas las entradas de la ciudad, no se podía entrar ni salir de ella. Pamplona estaba bajo cuarentena. Prestigiosos equipos médicos de Madrid y Barcelona especializados en plagas y epidemias estaban trabajando codo a codo para detectar el origen del mal estudiando los cuerpos de las personas fallecidas. Aunque el secretismo era absoluto. Los especialistas trabajaban en un lugar alejado de la población civil en las cercanías de San Cristóbal y en teoría eran los únicos que se podían mover libremente por cualquier lado, incluso salir de la ciudad.

Laboratorio en el monte San Cristóbal


 Aunque poca gente se animaba a salir por las calles. Solo para proveerse de suministros. Muchos negocios decidieron cerrar sus puertas por miedo a saqueos, otros ante la falta de visitantes no podían hacer frente a las deudas y alguna gran superficie como el Carrefour después de arreglar los destrozos de unos días anteriores cerró sus instalaciones de Pamplona. Tanto esperar San Fermín y ahora.......se lamentaban.
   La Policía Nacional tenía el control de la ciudad. Su sede de la calle Chinchilla era un hervidero de furgones que salían o llegaban, en el ambiente se respiraba nerviosismo y preocupación. Sobre todo por no saber contra quien se estaba peleando. Algunos hablaban de algún virus debido al mal estado de algunos alimentos pero los más hablaban de la rabia. ¿Rabia en Pamplona? Un tipo de rabia desconocido.
   Edificio del Casino de Pamplona, al lado del Cafe Iruña. En su balcón dos hombres forcejean. Uno de ellos con una botella rota en la mano amenaza al otro que estaba de espaldas a la plaza. Se escuchan sus gritos. Del otro solo unos gruñidos ininteligibles. Algunos pocos peatones detienen su marcha y observan. En el balcón los cristales de la botella entran y salen repetidamente del cuerpo de uno de ellos. Pero no grita, solo gruñe. Se entrelazan en un abrazo mortal y el que está de espaldas logra tirar al suelo al otro y se abalanza a su espalda. Le clava sus dientes y le arranca un pedazo de ella, como hizo algún boxeador famoso con la oreja de su adversario. Este, en un último esfuerzo se levanta y sacando fuerzas de donde no las tiene empuja por el balcón a su contrincante. Su cuerpo vuela escasos metros y después de rebotar en el toldo del Café Iruña cae al suelo. Un chasquido de huesos, un cuerpo inerte. Un destacamento de la Policía Nacional apostado en la esquina de la calle Estafeta alertado por el griterío acude prestamente al lugar. El otro hombre desde el balcón contempla la escena sujetándose el cuello y dando gritos incomprensibles a la gente hace señas con las manos. Luego cae desvanecido en el balcón.
   Varios peatones corren en auxilio del herido en el suelo que yace entre las mesas del café. Pero ahí fue donde sucedió algo que no estaba en los planes de nadie. El cuerpo inerte de repente cobra vida, se incorpora y ataca a la primera persona que iba a socorrerlo. Su cara desfigurada, sus ojos blanquecinos, fuera de sus órbitas, sus brazos como dos tenazas ensangrentadas que agarran a su presa y entre sus dientes...entre sus dientes todavía tiene un pedazo de piel de su víctima.
   Todo sucede muy rápido, los efectivos de la policía que se abalanzan sobre el agresor, lo tumban al suelo, este se resiste, muerde a un agente, luego a otro y les hace frente.. Un tercer agente saca su arma y le grita que se detenga. No hace caso. Un silbido de arma de fuego y una bala que se estampa en la pierna. Lo detienen. Pero sigue luchando. Dando gruñidos, amenazando con sus dientes. Eso no es una persona.  Un agente cae al suelo y el endemoniado aprovecha para abalanzarse sobre él para hundirle su boca en el pecho. Un compañero con su porra lo golpea pero no hay forma de sacarlo. Al fin con más agentes interviniendo logran detenerlo.El resultado de la contienda no resulta nada barato. Un policía herido en un brazo, otro en el pecho y otros dos en las manos, el agresor herido, pero sobre todo, el vencedor es el miedo. El miedo a ese ser, a esa otrora persona poseída por el mal. Lo meten dentro del furgón. Seguramente dentro de él unos cuantos policías enfurecidos habrán dado rienda suelta a sus ganas. O no. Quién sabe.
   La sirena de la ambulancia inunda la casi vacía Plaza del Castillo. Años anteriores esa plaza y a esa hora estaba llena de gente de blanco y rojo que festejaba su fiesta. Ahora  solo hay un grupo reducido y el único color es el rojo. El rojo sangre. Los sanitarios suben al balcón. Allí está el hombre semi-inconsciente, logran taponarle una profunda herida en el cuello, le ponen una vía, lo estabilizan, le administran oxígeno y no sin esfuerzo lo bajan hasta la ambulancia. El vehículo vuela por la Plaza del Castillo rumbo al Hospital. Dobla en el Paseo de Sarasate y gira en la rotonda del Tres Reyes. Nunca llegó al hospital. Según me enteré tiempo después la ambulancia se estrelló contra un árbol y atropello a un peatón que tenía la mala suerte de estar en el lugar equivocado. Una ambulancia encajada en un árbol. Un hombre moribundo que se quejaba en el suelo, una puerta abierta y dos personas arrastrándose fuera. Sus cuerpos manchados de sangre y sus ojos manchados de odio. A pesar de estar muy mal heridos fueron directo a la persona atropellada. Literalmente lo devoraron. Arrancaron sus entrañas como si se tratara de papel, como si solo fueran hojas de una planta. Ese hombre que saltándose los ruegos de su mujer había salido para comprar algo en los pocos comercios abiertos.
  -Si todavía nos quedan para tres o cuatro días- le había dicho.
  -Lo sé-respondió- Pero después quizás no encontremos nada abierto-agregó.
  -Bueno, pero ven enseguida- resignada le dijo su mujer.- Acuérdate de lo que dice la gente por ahí, que no es seguro ir por las calles-
  - No temas ,volveré pronto- concluyó su marido.
Horas después supimos que no volvería mas. Esa víctima era mi vecino Juan. Ahi comenzamos a sentir en carne propia la gravedad de la situación.

1 comentario:

  1. wow!!! no sé si quedarme aquí esperando a que publiques el próximo capítulo....

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