" y abri el pozo del abismo; y subio del pozo un
humo semejante al de un grande horno; y con el humo de este pozo quedaron
obscurecidos el sol y el aire. y del humo del pozo salieron langostas sobre la
tierra, y dioseles poder semejante al que tienen los escorpiones de la tierra.
Y se les mando no hiciesen daño a la hierba de la tierra, ni a cosa verde, y a ningun
arbol; sino solamente a los hombres que no tienen la señal de Dios en sus frentes.
Y se les encargo, no que los matasen, sino que los atormentasen por cinco meses
; y el tormento que causan es como el que causa el escorpion cuando hiere a un
hombre. Durante aquel tiempo los hombres buscaran la muerte, y no la hallaran;
y desearan morir, y la muerte ira huyendo de ellos. Y las figuras de la
langostas se parecian a caballos aparejados para la batalla ... Tenian a si
mismo colas parecidas a la de los escorpiones, y en las colas aguijones, con
potestad de hacer daño a los hombres por cinco meses ... El primer
"ay", mas luego van a venir dos "ayes" todavia ... Fueron,
pues, desatados los cuatro angeles, los cuales estaban prontos para la hora, el
dia, el mes y el año en que debian matar la tercera parte de los hombres ... Y
por estos tres azotes fue muerta la tercera parte de los hombres el fuego, el
humo, y el azufre que salia de sus bocas."
Apocalipsis 9:2-18
Apocalipsis 9:2-18
Ciudadela de Pamplona, año del Señor del 2354
La aeronaves apoyaron suave y silenciosamente sus apéndices sobre el suelo de la Ciudadela.Costó encontrar un lugar para hacerlo. Las malezas y las ruinas lo cubrían todo. Siglos de abandono lo pueden todo. Eran dos M-J 27 de última generación y apenas hacían ruido. Sus cámaras giraban de derecha a izquierda y no divisaban nada. El polvo levantado por el aterrizaje se estaba disipando y la visión era cada vez más clara. Al fin la imagen apareció nítida y los ocupantes de las naves observaron con curiosidad a través de las pantallas. Las ruinas de aquella fortificación les llamaba la atención. Escombros, árboles, extrañas máquinas y una especie de cobertizo de piedra y madera hundidos por el tiempo.Vestigios del pasado. Un pasado lejano.
El comandante de la expedición ordenó que se prepararan y sus máscaras pronto cubrieron sus rostros, especies de hombres-máquinas, lo útimo en tecnología militar. La plataforma de la nave se abrió y en un ordenado descenso uno a uno de sus ocupantes descendieron por ella. A las señales del comandante, los tres grupos se dividieron y avanzaron sigilosamente por entre la maleza y las ruinas.
El jefe de grupo visionaba por las pantallas de la nave el avance de sus hombres. Por los intercomunicadores los capitanes informaban de lo que veían, pero ninguna novedad. Ascendieron con sus dispositivos voladores hacia lo alto de los terraplenes pero no veían nada. Solo unos cañones de siglos pasados, unos carros que seguramente serían algún medio de transporte y poca cosa más. No había nadie en ese reducto fortificado y semi-derruido por el tiempo. A pesar del paso de éste, aquellas paredes resistían. Sus fuertes muros en otra época se habrían convertido en un fortín inexpugnable pero quien hubiera habitado dentro de esas paredes ahora no estaba. Es más; a juzgar por esta realidad presente hacía varios siglos que no lo habitaba nadie. Los exploradores llegaron hasta las puertas de un gran establo pero no entraron en él. Sus techos abatidos se lo impedían. Costaba avanzar. La naturaleza había tejido redes de vegetación salvaje imposibles de desenmarañar y la única forma de sortearlas era elevándose por el aire. Después de veinte minutos decidieron volver a las aeronaves. La escotilla se abrió y rápidamente los soldados subieron por ella y ocuparon sus posiciones. El Comandante dio la orden y los aparatos se elevaron rumbo a las partes altas de la Antigua Ciudad. La operación Urbania había terminado. No había rastro de presencia humana. Las naves fueron desapareciendo en el cielo de la Antigua Pamplona y pronto todo volvió a su estado original. Silencio. Este silencio roto de vez en cuando por las ratas que pululaban por la zona y que parecían ser la únicas que habitan es lugar.
Inspeccionando la Ciudadela |
Dentro de la Ciudadela hubo que habilitar un espacio nuevo para enterrar a las víctimas. A la muerte del australiano, de Salvadores y otros más, otras se fueron sucediendo sin final. Aparecían esa marcas en le piel, el desgano, las fiebres, las convulsiones y el corto trayecto hasta el fin. Aunque encerrados allí, terminar con todo era el menor de los males. El hambre, el agua racionada, la suciedad y ese miedo primitivo a ser devorado por los caníbales había tirado abajo las pocas defensas de los habitantes que solo esperaban la muerte más digna y menos dolorosa. Se fueron sucediendo suicidios dentro de los Últimos Doscientos y el pequeño cementerio ya no daba a vasto.
Y lo peor de todo era que no había nada que hacer. La peste negra se propagaba por todos lados y muy pocos estaban todavía a salvo, aunque sabían que muy pronto todos estarían acabados. Fuera, las hordas de caníbales no cejaban en su intento de atravesar los portones. Se contaban de a cientos, incluso miles vagando por las calles de la Vieja Pamplona. Una ciudad plagada de inhumanos. Sus edificios ya habían comenzado a mostrar el deterioro y en las calles el olor nauseabundo de la muerte andante era insoportable. Esos seres famélicos que de la noche a la mañana se habían convertido en amos de la ciudad eran los únicos que nunca descansaban, nunca se rendían en su búsqueda de alimento y lo que era peor, nunca tenían miedo.
Ante esta situación los pocos habitantes que no padecían la enfermedad se preguntaban cuando les tocaría a ellos. Pero habían un puñado de hombres que estaban ideando un plan. Un plan descabellado aunque era lo único que los mantenía con esperanza. Se irían de allí. Ahora ya no existían jerarquías,nadie mandaba ,ni nadie obedecía. Solo eran hombres movidos por instintos que sobrevivían como podían.
Iñaki y Merlín estaban arreglando el viejo camión que Salvadores había traído desde El Pais Vasco. Con piezas de otros vehículos lo habían apañado bastante bien. Juntaron toda la gasolina que habían estado reservando durante años y apenas les alcanzó para llenar un poco más de medio tanque. Julia y Andrea fabricaban lanzas con las ramas que podían arrancar de los árboles y Aran se ocupaba de los "aros de la muerte", aquel invento de Julia. Carlos trabajaba con el doctor Tomás en la revisión de los portones. Había tan poca gente disponible que ellos mismos se ocupaban de esos quehaceres antes delegados en otros. Por su parte Matías recorría con algunos otros los barracones llevando un poco de agua, la poca que quedaba a aquellos moribundos que ya no salían de allí. Dejaban los vasos de agua en la puerta y daban tres golpes. Luego se alejaban y miraban de reojo como aquellas manos flacas y manchadas se asomaban y cogían el vaso. La humanidad reducida a la mínima expresión. Eran días de desdicha en los últimos habitantes de Pamplona. Solo treinta almas en pena. Unos futbolistas, otros médicos, algunos operarios, gente normal. Gente que alguna vez soñó con cosas comunes, comprarse una casa, un auto, tener vacaciones. Tener una vida común, ahora viviendo como primitivos, aunque había más primitivos fuera que alguna vez tuvieron los mismos sueños. Una delgada línea de humanidad los separaba,una delgada línea....muy delgada.
La luna se apoyó en el techo de Pamplona. Las fogatas se fueron apagando y el silencio arrinconó a los sobrevivientes. Se juntaban en torno al fuego. Contaban sus historias, sus recuerdos, sus amores. Arán contó la historia de un chico que había conocido años atrás y con el que había quedado un par de veces. Nunca supo a ciencia cierta que sentía cuando estaba con él. A veces bien, otras mejor, otras peor. Pero no pudo continuar conociéndolo. Cuando empezó todo no volvió a verlo. Solo tenía su número de teléfono y más o menos su dirección, pero nada más. Nunca supo si hubiera llegado lejos con él. Sólo recordaba que él la colmaba de piropos cada vez que se veían y eso la hacía poner colorada. Lo recordaba y le vinieron a la cabeza momentos íntimos que los llevaba guardados muy dentro. Su tesoro, ese tesoro que estaba debajo del arcoiris. Julia y su fugaz historia con el australiano, que tan temprano la había dejado. Ya no era la misma desde que se había ido. Todas las tardes visitaba su tumba y derramaba lágrimas por el, por ella, por el mundo perdido. Iñaki y su fúbol en Osasuna, Matías y su trabajo como publicista. Todos absortos en su pensamientos que afloraban de vez en cuando para que sean partícipes de tiempos pasados, para que nadie crea que eso fue un sueño. Se fueron a dormir malamente como podían, pero esa noche el sueño sería más corto...
En el medio de la noche unos pasos avanzaban en silencio. Se arrastraba con dificultad. Cerró la puerta de su barracón y esperó unos segundos para ver si alguien lo había oido. Nada. Caminó rumbó al portón principal. Con bastante dificultad llegó hasta él. Poco a poco empezó a desmontar las barras de madera que hacían de travesaños. Uno, dos, tres. Una a una iban cayendo al suelo. Al fin no había ninguna más. Empezó a abrir el portón, lo empujaba con todas las fuerzas. Logró ver el exterior a la luz de la luna. Y lo que observó ya no le llamaba la atención. Los inhumanos lo vieron y durante unos segundos dejaron de gruñir. Los que estaban tirados en el suelo se levantaron y los que estaban levantados avanzaron despacio hacia él. Este pobre hombre había perdido la cordura y levantaba los brazos en señal de bienvenida a los cavernícolas . Se fundió con ellos en un abrazo de muerte. Luego un disparo que rompió el silencio de la noche.
-Iñaki!Iñaki!-gritaba Merlín
Este se levantó de un salto, cogió una lanza y salió para fuera.Lo que vió lo enmudeció. Cientos de inhumanos estaban atravesando el portón principal y avanzaban en todas direcciones. Entraban a los barracones y los gritos de muerte lastimaban el aire como flechas. Tomás alertado por los gritos venía con Julia a la carrera. Merlín que dormía al lado de Iñaki también cogió un hacha y empezó a cortar miembros.
-Corramos! gritó Iñaki- al camión
En medio minuto llegaron al vehículo de Salvadores. Merlín se puso al volante. Julia, Iñaki y Tomás a su lado. Arrancaron el motor y al avanzar unos metros las primeras víctimas no se hicieron esperan. El vehículo los aplastaba dando brincos. Fueron hasta el barracón de Arán. Por las ventanas veían como Arán, Carlos y algún otro aguijoneaban a algunos inhumanos a través de las ventanas. Pero esto eran muchos. Merlín tocó el claxon e hizo señas a los de dentro al tiempo que enfilaba el camión contra la entrada al barracón. De un golpe la puerta y parte de las paredes cayeron. Muchos inhumanos sucumbieron bajo las ruedas. Arán y Carlos salieron y se treparon en la parte de atrás. Otro compañero no tuvo la misma suerte ya que lograron apresarlo con las garras de la muerte y lo tiraron al suelo.
-No mires Arán!- grito Carlos-no podemos hacer nada por él. Depués dieron dos golpes en el techo de la cabina y el camión retrocedió. Al dar marcha atrás golpeó fuertemente contra más inhumanos que ya copaban todo el lugar y era muy dificil avanzar.
-Tenemos que llegar al portón-gritó Iñaki
Pero el portón era una masa negra en movimiento que no cesaba. Cientos y cientos de salvajes entraba a través de él. Lo que habían estado esperando tantos años, al fin sucedía. El último bastión humano caía.
En medio de la oscuridad se veía como había un grupo que parecía que estaba peleando. El camión arrolló la primera tanda y en medio de ese grupo Matías, Andrea y cinco personas más que, con lo único que tenían, unos palos con puntas, defendían sus vidas. Matías los vió venir y se apartó. Cogió a Andrea de la mano y trató de subir al camión donde los brazos de Arán y Carlos los esperaban. Andrea resbaló, Matías quiso ayudarla pero no pudo. Una docena de inhumanos dieron cuenta de ella. Sus gritos desgarradores martirizaron el oido de Matías durante mucho tiempo. No había tiempo de más. El camión avanzó firmemente hacia el portón. La marea humana seguía avanzando, nada los detenía. Ni las ruedas del camión que avanzaba contra ellos. Salío a la Avenida del Ejército y enfiló para el lado de Barañain. Al llegar a la esquina de Pio XII golpeó en el medio de unos coches puestos como barricada en las primeras épocas y siguió su ruta. Sentados en la parte de atrás Arán, Carlos y Matías observaban la que ,hasta ese momento, había sido su hogar en los últimos años. Una lágrima brotó de los ojos de Arán. Carlos la abrazó y Matias levantó suavemente la vista a la luna y vió que estaba muy redonda. Hacía rato que no la veía tan hermosa. La Ciudadela poco a poco fue desapareciendo cuando el camión dobló por la Avenida Bayona. Aquellas calles que siempre habían recorrido ya no eran las de antes. Pamplona se había convertido en una ciudad fantasma y sus ocupantes trasformados en cuerpos sin alma. Matías cerró los ojos y bajó la cabeza entre sus rodillas. Se acordó de una frase del Apocalipsis que había visto en alguna película " cuando no haya más lugar en el infierno los muertos caminaran sobre la tierra". Los llantos de Arán ya no se oyeron y el silencio fue el rey. Arriba la luna, ajena a todo el horror brillaba más que nunca.
Fin primera temporada.
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