sábado, 23 de junio de 2012

Capítulo veinticuatro: "Boomerang"

 
       "El mundo comenzó sin el hombre y terminará sin él. "
                       Claude Lévi-Strauss           

Nadie se daba cuenta que sería el último San Fermín



  
    Julio, 6 del 2012, 12 horas.




     -Pamploneses!, pamplonesas!- la voz del concejal retumbaba en la Plaza del Ayuntamiento de Pamplona. El día celeste y caluroso dejaba ver un sol que en el medio del cenit, calentaba las cabezas de las miles de personas que colmaban aquella plaza. Desde los balcones las personas más privilegiadas arrojaban agua para los casi insolados visitantes. Miles de pañuelos rojos que el viento cálido hace ondear por las cabezas y una emoción contenida. Alguna banderas de otro tiempo y ajenas a esta fiesta también hacen su acto de presencia. Luego de unas palabras a viva voz , recitando la fórmula tradicional, el mechero que se prende y con el se enciende aún más el ánimo de todos los presentes. La mecha que toma el color rojizo fuego y las chispas que se desparraman por el aire. El rojo incandescente  va trepando por el cordel que va desintegrándose a su paso y que llega, como paloma a su nido, hasta cumplir con su cometido. Hace contacto con el cohete. Un silbido hiriente atraviesa el aire y a los pocos segundos una explosión que da el inicio a las fiestas de San Fermín. Las bebidas que son arrojadas por encima de los cuerpos empapándose de lujuria baconiana. Serán nueve días de fiesta en Pamplona que recorrerá todos los rincones de la ciudad y que se esparcirá por el mundo a través de los visitantes. Pamplona, una ciudad formal y seria, elegante y limpia durante el año se convertirá como una extraña mutación el la ciudad del "todo vale". La catarsis de una ciudad que necesita de esos diez días para redimirse de su habitual seriedad. Bueno, esta vez no sería una fiesta más. Sería la Última de las fiestas, rompiendo una tradición de años. No habría más fiestas, ni más catarsis, ni más seriedad. No habría más Pamplona. Pamplona tal cual la conocíamos.
   El Paseo Sarasate era una marea roja y blanca. Los miles de personas que celebraban estas fiestas después de asistir al lanzamiento del "chupinazo", el cohete que inicia las fiestas se habían desperdigado por la las innumerables atracciones de la ciudad. Algunos a comer con sus familias. Otros con sus "cuadrillas". Sacaban sus largas mesas en algunas calles del casco antiguo y a estar allí hasta la noche si era posible, Los que tenían hijos trataban de ir cogiendo algún lugar privilegiado para la actuación de los gigantes que por la tarde harían la delicia de los más pequeños. Por la tarde había conciertos en varias plazas de la ciudad, esta vez de menos presupuesto ya que la crisis había hecho mella en las arcas de la Comunidad. Pero los más, solo pensaban en otra cosa. Irse a los cientos de bares de Pamplona que para esas fechas triplicaban sus precios y emborracharse a más no poder. Cada grupo de "guiris"-como llamaban a los extranjeros-tenían sus lugares preferidos. Y así es que algunos australianos enfilaban ya para la Plaza de Navarrería. En el medio de esa Plaza existía una fuente, "la Fuente de Navarrería" en donde estos inconscientes se trepaban a ella y se tiraban desde lo alto. Abajo, sus amigos, hacían un colchón humano para atraparlo en su caída. Pero muchas veces alguien no sujetaba con fuerza al "ángel volador" y pasaba lo que pasaba. Esos accidentes que lo dejan a uno postrado en sillas de ruedas. A lo largo de los años varias personas lo habían sufrido.
   Un grupo de australianos se abre paso entre la muchedumbre que atesta las calles. Son casi veinte con sus torsos al aire, llenos de vino hasta la médula, sucios-como todo el mundo que viene del Ayuntamiento- y dispuestos a pasarlo en grande. Llegan hasta la fuente y uno de ellos comienza a treparla. Sus pies que se resbalan en ella y que hace que la ascensión sea dificultosa. Desiste de su idea. Demasiado alcohol para realizar tal hazaña. Otro, un poco más joven quiere hacer la misma tarea. Apoya un pie en la base, luego estira las manos , el otro pie y casi, casi ya está en la cima. Desde lo alto contempla la escena. Miles de cabecitas que lo miran, miles de personas que esperan que de el gran salto. Debajo su "colchón" de amigos esperándolo. Se prepara, coloca las manos detrás para darse impulso, se pone en puntas de pies y vuela. El cielo azul, los brazos esperándolo debajo, el olor a alcohol por todos lados y ese vuelo interminable. Sus brazos abiertos y su vuelo eterno, para la foto.






   Años más tarde, ese mismo australiano volaba, pero de otra forma. De fiebre. Sentado en su cama ese día se despertó con mucho dolor de cabeza, ganas de vomitar y con fiebre. Apenas se pudo incorporar. Avanzó unos pasos y cogió un poco de agua. Tomo un sorbo, pero lo vomitó todo. Luego agarró un trapo, lo roció de agua y se lo llevó a la cabeza. No tenía termómetro pero su cuerpo le decía que estaba cerca de los cuarenta grados. A esa hora no había nadie durmiendo en aquel barracón. Se asomó a la ventana. El cielo estaba celeste. No sabía que hora era, estaba mareado. Salió por la miserable puerta de madera podrida y avanzó unos pasos. Estaba débil. Por la fiebre o por el hambre. Vió unos chicos  correr. Pobres! pensó, tan flaquitos. Una pareja de ancianos que lo miró. Sus ojos que se iban para atrás, mareado, sin fuerzas. Un fuerte golpe que le hace sangrar la frente. Desde el suelo divisó unos pies que venían corriendo a su encuentro. Se desvaneció.
   -Está volando de fiebre-dijo Tomás 
   -Sì-le contestó Julia.
   -Saquemósle la camiseta-dijo Merlín-hace mucho calor aquí.


   La camiseta que vuela por el aire. Gritos de algarabía. O de borrachera. Su vuelo había aterrizado con éxito. Los brazos que lo sujetaban lo sueltan rápidamente y otro que comienza con la ascensión a lo alto de la fuente. Le tocaba ahora a él hacer de "colchón". Después de media hora sin incidentes se alejan de la fuente. Un grupo de ingleses habían copado la parada y ahora era el turno de ellos. Bajan por la calle empinada y se dirigen a la Plaza del Castillo. El Café Iruña sería su próxima parada. Allí podrían dar rienda suelta a su locura sanferminera. Al entrar se tropieza con unos cuantos pies que salen. Cae al suelo. Se golpea un poco, la espalda magullada. Tiene sangre.

   Merlín con la ayuda de Tomás le saca ese harapiento trapo que antiguamente fue camiseta. Lo dejan a un lado. Merlín le señala algo en la espalda a Tomás. Tomás que mira asustado. Unos cuántos granos con pus pueblan su torso. Iguales a los de José.
   -Julia-dijo Tomás-por favor retírate y llama a Iñaki
   Obedeció a regañadientes. Sabía que algo malo estaba pasando. Corrió hasta donde estaba Iñaki.
   -Iñaki, Iñaki!-gritó en la puerta de su choza, pero nada. Iñaki no estaba.Había ido a buscar al capitán Salvadores que estaba tardando.Raro en él, siempre puntual.
   Julia entró en la choza. No estaba. Sus fotos del Osasuna que se descolgaban descoloridas de la pared. Recuerdos de otro tiempo. Cerró la puerta que no cerraba y regresó a donde estaba el australiano. Merlín no la dejó entrar. El australiano tenía convulsiones y Tomás trataba de calmarlas. Se retorcía en el catre y el médico lo sujetaba fuertemente. No sólo en su torso tenía granos, también en sus piernas. La mascarilla que se le suelta y la sujeta con una mano.El australiano que se desmaya.
  
   Lo despiertan entre tres o cuatro. Estuvo durmiendo varias horas. La cabeza le pesaba. Le dolía todo el cuerpo. Que hora sería. Tirado en aquella gran Plaza se había perdido casi toda la tarde durmiendo. Los ruidos de la gente le molestaban, que dolor de cabeza! El alcohol que deja su impronta. Su cuerpo empapado de alcohol y su ropa toda sucia. Un desastre. Se tumba de nuevo en el banco. No tiene fuerzas todavía.


    Con ayuda de Tomás se incorpora. Sus ojos estaban en otro lado . La cabeza se la hacía para atrás y el peso muerto era para el pobre Tomás un suplicio.
   -Desde cuando tienes esos granos?-le dijo el médico.
  El australiano no contestó. Estaba lejos de allí. Su cabeza inclinada hacia atrás y sus recuerdos en otro país. Él, que había sobrevivido a un accidente aéreo ahora a punto de morir por una epidemia. No habían podido ni la desesperación de verse rodeados de carnívoros, ni el hambre, ni nada. Pero esos granos con pus serían su fin. Sus ojos se cerraron. No volvió a respirar.
  Fuera Julia y Merlín aguardaban. En los últimos días habían muerto tres o cuatro personas por lo mismo. Pero no había forma de pararlo, sin medicamentos, sin jabón, casi sin agua...
 A lo lejos viene Iñaki. Julia y Merlín van a su encuentro.
   -Fui a buscarte-dijo Julia desesperada
  Iñaki no contestó. Sus ojos estaban rojos como de haber dormido mal o haber llorado. 
   -Que pasa Jefe?-preguntó Merlín
Iñaki los miró a ambos y luego de un suspiro dijo
   -Encontré muerto a Salvadores-
  Julia que rompió a llorar y abrazó a  Merlín.
 La puerta de la enfermería que se abre y que Tomás cierra detrás suyo. Los mira a todos y baja la cabeza. No hubo palabras. No hacía falta. Los llantos de Julia entonces se hicieron más fuertes.
   



No hay comentarios:

Publicar un comentario