viernes, 15 de junio de 2012

Capitulo veintitres " Otra caída o "Como se desencadena el efecto dominó"




      "Animus hominis est inmortalis corpus mortalis"
      "El alma del hombre es inmortal; el cuerpo mortal"
                                                                San Agustín.



   Junio del 2012
   La pareja de ancianos estaba sentada frente al televisor en el sofá de aquella gran casa de la Avenída Sarasate. Su balcón daba a la calle y a esa hora, aproximadamente las 9 de la noche, había bastante gente. El día había estado medio soleado, medio nublado, cosa habitual en Pamplona ni frío , ni calor. Debajo de su portal la parada del 4 que rara vez habían tomado. Su mundo, como buenos pamploneses lo componía las calles céntricas, el casco antiguo, Carlos Tercero y poca cosa más. Alli estaba todo lo que necesitaban.
   El letrero del autobús decía " Barañain".-que lejos que va ese autobús-solía decir la anciana. Barañian estaba situado a escasos quince minutos del centro. Otro mundo para ellos.
   -Vamos, cariño, demos una vuelta-decía la mujer
   -Ya es tarde-le contestó su marido-aparte estoy viendo el partido, no ves?
   -Ya, ya-pero me gustaría salir un ratito hasta los bancos de la Plaza del Castillo. La tarde está agradable...
   -La noche, querrás decir-contestó gruñón su marido
 " El esférico que rueda por la banda derecha. Viene la pelota para Schweinsteiger, larga habilitación para Mario Gomez, recibe solo dentro del área, que calidad!,da la media vuelta con el balón apunta y golllllllllllllllll!!Que golazo! Gooollllllll! de Alemania-grritó exaltado el locutor de la cadena de televisión
  -Como pueden dejar solo al hispano-alemán-Que maravilla de gol! Alemania Uno-Holanda Cero.
Era  la Eurocopa 2012, en Polonia-Ucrania. El anciano, bastante aficionado al fútbol no se perdería ningún partido de ese campeonato. Su favorito era Alemania. Otro gol, Holanda para casa.
  -Está bien-pensaba el anciano-por haber sido tan sucios en la última final con España.
La mujer se resignó. Se asomó a la ventana y vió pasar la gente por las aceras.Otro autobús que se detiene y una señora con su niño en carrito sube por la puerta del medio. Un señor le ayuda con su cochecito. El autobús que arranca y sigue con su recorrido. Da la vuelta en la rotonda del Hotel Tres Reyes y avanza por Pio XII. Pasa por detrás de la Ciudadela. Ese mismo autobús años más tarde se convertiría, una vez mutada su apariencia, en " la Siete de Julio", el acorazado que ahora yacía oxidado y abandonado frente a unos árboles en la Plaza de Merindades.
   A esa misma hora Arán sacó el agua del fuego. Se estaba por preparar un té pakistaní que le habían regalado. Se lo llevó a la nariz y lo olió. Una brisa con sabor a oriente la invadió en todo su ser. Se vió transportada a países lejanos, gente de turbantes, mujeres envueltas en géneros interminables, mercadillos eternos, calor que abraza. Eligió una taza especial para la ocasión. Con total delicadeza volcó su recipiente favorito, no sin antes haber prensado el té en el fondo y el agua que se transforma en aquel líquido tan rico. Luego llevó su taza de té sin azucar al salón y lo acompaño de unas delicatessen traídas por un amigo de Francia. Colocó el ordenador a un costado y empezó a saborear su preparación.
   -Uhmm, que rico!-exclamó-cómo me gusta!
   Después se levantó y miró por la ventana. Desde su posición se veían las montañas que poco a poco estaban desapareciendo bajo la luz de la noche. Su cabeza estaba en otro lado, quén sabe donde. Pocos coches por esa zona de Pamplona. La taza que hace el viaje hasta sus labios y se va vaciando poco a poco. Le gustaba saborear su te despacio, como una cosa exquisita y como no queriendo que se acabe nunca. Un sonido y la media vuelta. Su teléfono que parpadea, un mensaje.
   -Es él-pensó y lo leyó. Su mirada se encendió como una luz en medio de la noche. Se asomó de nuevo a la ventana. La noche envolvía Pamplona y con él el silencio.
  
   Un mes más tarde
  
   Tomás la cogió del brazo y la metió dentro de la casa. Estaba aterrorizada.Ese no muerto que se sacudía con el cuchillo clavado la había marcado mucho. Pero no había tiempo para lamentaciones. El mundo había cambiado...o al menos esa parte del mundo.
   -Cómo se te ocurre andar sola por las calles-inquirió Tomás
   -En casa ya no había nada que hacer, sin comida, casi sin agua,sin nadie-contestó Arán.
   -Bueno, por aquí tampoco hay gran cosa-se lamentó Tomás-tendremos que salir a buscar gente. En algún lado tiene que haber alguien-dijo
   -Pues, lo que voy a hacer yo es marcharme de este infierno-dijo Arán
  -A dónde?-le preguntó Tomás.
  -Tengo unos familiares en Vitoria-contestó-mi auto lo tengo aparcado en el parking de los juzgados y espero que todavía esté allí.
   - Tan lejos!-se lamentó Tomás-te costará una eternidad llegar hasta allí
   -Lo intentaré de todos modos-dijo resolutiva Arán.
   -En ese caso, lo intentaremos-contestó Tomás.
Esperaron a que no hubiera nadie en las cercanías y abrieron la puerta. No había peligro. Iban agazapados entre los autos ubicados en la calle Monasterio de Alloz.
   -Cuidado! -dijo Tomás y señaló a la derecha.
   Un grupo de carroñeros estaban desparramados por la acera dando buena cuenta de un cuerpo. La mujer tendida en el suelo ya no era. Restos del cuerpo esparcidos por los dientes de los inhumanos, que dando mordiscones y moviendo la cabeza para separarlos del cuerpo estaban ajenos a todo. Tomás y Arán se escondieron detrás de unos árboles y continuaron a plena carrera. Arán se dió vuelta para contemplar la escena justo en el preciso momento en que un no vivo levantaba su mirada hacia ella. Duró solo un par de segundos pero a ella le pareció una eternidad. El contraste de unos lindos ojos verdes con unos ojos de fuego, llenos de ira, de hambre de carne humana, unos ojos que alguna vez miraron en forma normal. Lo que a lo mejor en alguna oportunidad hubiera sido el cruce de unas miradas entre un hombre joven y una mujer también joven,  ahora se había convertido en nada. La mirada de algo peor que un animal, la mirada del demonio. Solo unos segundos. La criatura maldita se abocó de nuevo a su tarea junto a sus compañeros de ocasión. Arán y Tomás continuaron  a toda marcha. Jamás se olvidaría de esa visión.
  Llegaron a la Avenida Bayona y después atravesaron la Plaza M. Azuelo rumbo a Monasterio de la Oliva. En las fachadas de las casas se veían restos de los adornos de San Fermín. Algún toro de cartón en algún balcón, ropa roja y blanca tendida en las casas bajas. Pero había muchos cadáveres en las calles. Muchos rostros desfigurados en el suelo, restos de mapostería caída de las fachadas. Algunos edificios semi destruídos, producto de los ataques del ejército de días anteriores, sin éxito por cierto. Si uno levantaba la vista veía el cielo claro que despuntaba en Pamplona, pero si bajamos la cabeza la desolación de las calles era terrible. La muerte se había adueñado de las calles.
   Llegaron a la Avenida Monasterio de Urdax en su cruce con San Roque. Enfrente de los juzgados y a pasos del parking.
  -Tendrás la llave ,no?-preguntó Tomás.
  -Tu, que piensas?contestó sobrando la situación Arán.Metió la mano en el bolsillo y la sacó.
  -Con cuidado! exclamó Tomás-No sabemos que nos podemos encontrar allí abajo.
  Penetraron por la salida de autos. Solo se veía un agujero negro oscuro.
  -Te acuerdás donde lo dejaste?-preguntó Tomás
  -Si, frente a la caja-le contestó
  Sintieron un ruido. Se detuvieron. Entraron en la oficina y se agacharon. Solo se escuchaban las pulsaciones de sus corazones. Hacían tanto ruido que si algo había allí fuera seguro que lo escucharían. Detrás del vidrio roto los vieron. Eran media docena de inhumanos que arrastraban sus pies. Caminaban con ese andar bamboleante, pidiendo un pie permiso al otro, moviendo sus narices como olfateando algo, con ese movimiento de hombros imposible y algunos de ellos con la cabeza casi a la altura de sus cinturas. Uno de ellos se detuvo y entró en la oficina. Tomás le hizo una seña a Arán en medio de la oscuridad para que no se moviera. El inhumano avanzó lentamente, solo se divisaba su contorno. De pronto Arán ya no sintió la respiración de Tomás. Estiró su brazo y no lo encontró. El inhumano estaba frente a ella, pero no la veía. Presa del terror, casi da un grito cuando el carnívoro la olió. Avanzó un paso más y ella retrocedió dos. Ya no había donde retroceder. Ya era tarde. El inhumano se le cayó encima. Sintió un ruido seco. Quería gritar pero el miedo la enmudeció. El cuerpo la aplastó y cayó al lado. Dió un grito que al fin salió. Enfrente de ella otra sombra. Era Tomás que con su cuchillo había atravesado al inhumano en la nuca.. Arán movió el cuerpo intruso y le dió un golpe en el brazo a Tomás.
  -No me dejes más sola!-le recriminó.
  El ruido anterior llamó la aatención de otro inhumano. Retrocedió sus cansados pasos y enfiló para la oficina abandonada. Arán y Tomás se escondieron. El inhumano entró y se dirigió a donde estaba el otro caído. Se abalanzó sobre el y le dió un mordisco sacudiendo la cabeza para descuartizarlo. Se llevó las manos a la boca y se sacó el pedazo de cuerpo de su compañero. Parece que no le gustaba el sabor a carne podrida. Después retrocedió, miró desconfiado y se fue. Arán y Tomás fueron hasta el auto. Entraron en él. Arantxa encendió el motor y las luces. Y lo que vieron no les gustó. Por todo el parking había inhumanos. Algunos tirados en el suelo, otros que parecían dormidos. Otros con el jaleo del motor se incorporaron y fueron hacia el.
  -Acelera!-grito Tomás
  -Ahi voy!-dijo Arán
   El vehículo atropelló a unos cuantos. Su sangre negra estaba tiñiendo el parabrisas. Sus caras alumbradas por los faroles denotaban el terror. Unas caras desfiguradas por esa extraña epidemia que había inundado Pamplona. El auto dio unos cuantos brincos de derecha a izquierda antes de encontrar la salida. Allá a lo lejos se veía la claridad del exterior. El automóvil salió rápidamente. Un inhumano se cruzó delante. Arán no pudo seguir. Dió marcha atrás ante la mirada atónita de Tomás. Esquivó a la criatura y saltó el bordillo de la acera.
  -Porqué no lo atropellaste como a los demás? -le preguntó Tomás
  -Arán, tenía lágrimas en los ojos- suspiró y dijo- Creo que era mi peluquero-dijo cabizbaja.
El auto siguió su camino por las calles desoladas de Pamplona.
    Ahora, sentada en su cama de madera saboreaba un te hecho con unas hierbas que pululaban por ahí. Estaba flaca, la falta de alimentación como todos allí dentro. Sumida en sus recuerdos, en su familia, en sus amigos y en algún amor que encontró el año del fin del mundo. Saltó de su cama porque escuchó pasos fuera. Era Tomás, su amigo que iba rápido al encuentro de Iñaki.
   -Que pasa Tomás? le preguntó.
   -Es José, ha empeorado-le contestó.
  Entraron en la habitación del fondo. Salvadores e Iñaki los esperaban con sus mascarillas. Llegaron hasta José, que estaba sudoroso, con los ojos semicerrados. Iñaki le señalo la cara. Tenía manchas en la piel. Unas protuberancias negras. Le levantó la camisa y también en el cuerpo tenía algunas de esa manchas. Eran como granos con pus a punto de estallar. Tenía el pulso muy débil.
  Arán se puso unos guantes de latex y le cogió la mano.
  -Mi buen amigo, por culpa mía y ese maldito pozo!-exclamó
  -Tu no has tenido la culpa-le tranquilizó Iñaki-fue cosa del destino.
  -No creo que le quede mucho tiempo-dijo Salvadores.
  Tomás le tomó la tensión otra vez, casi imperceptible.
  -No tenemos nada que hacer-dijo lacónicamente.
  Yo me quedo con él dijo Tomás. Iñaki, Salvadores y Arán abandonaron la habitación. Cada uno a sus lugares de descanso.
  -No tenemos que asutar a la gente-dijo Iñaki.
  -Sin cuidado-dijo Arán- Salvadores asintió con la cabeza.
  Se despidieron en la puerta en donde moraba Salvadores.
  -Hasta luego- se dijeron.
  Salvadores se sirvió  un poquito apenas de agua racionada. Se sentó pensativo al borde del  catre. Miró al suelo y se persignó.
 Se sacó la camiseta y se miró en el pequeño espejo que tenía en la pared.Se levantó el pelo y trató de mirarse el cuello. Desde hace unos días había visto crecer un grano negro sospechoso. Ahora estaba más grande y con pus.
  -Que Dios me perdone por no decir nada-dijo y se tumbó en la cama de madera.





   
  


   











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