sábado, 23 de junio de 2012

Capítulo veinticuatro: "Boomerang"

 
       "El mundo comenzó sin el hombre y terminará sin él. "
                       Claude Lévi-Strauss           

Nadie se daba cuenta que sería el último San Fermín



  
    Julio, 6 del 2012, 12 horas.




     -Pamploneses!, pamplonesas!- la voz del concejal retumbaba en la Plaza del Ayuntamiento de Pamplona. El día celeste y caluroso dejaba ver un sol que en el medio del cenit, calentaba las cabezas de las miles de personas que colmaban aquella plaza. Desde los balcones las personas más privilegiadas arrojaban agua para los casi insolados visitantes. Miles de pañuelos rojos que el viento cálido hace ondear por las cabezas y una emoción contenida. Alguna banderas de otro tiempo y ajenas a esta fiesta también hacen su acto de presencia. Luego de unas palabras a viva voz , recitando la fórmula tradicional, el mechero que se prende y con el se enciende aún más el ánimo de todos los presentes. La mecha que toma el color rojizo fuego y las chispas que se desparraman por el aire. El rojo incandescente  va trepando por el cordel que va desintegrándose a su paso y que llega, como paloma a su nido, hasta cumplir con su cometido. Hace contacto con el cohete. Un silbido hiriente atraviesa el aire y a los pocos segundos una explosión que da el inicio a las fiestas de San Fermín. Las bebidas que son arrojadas por encima de los cuerpos empapándose de lujuria baconiana. Serán nueve días de fiesta en Pamplona que recorrerá todos los rincones de la ciudad y que se esparcirá por el mundo a través de los visitantes. Pamplona, una ciudad formal y seria, elegante y limpia durante el año se convertirá como una extraña mutación el la ciudad del "todo vale". La catarsis de una ciudad que necesita de esos diez días para redimirse de su habitual seriedad. Bueno, esta vez no sería una fiesta más. Sería la Última de las fiestas, rompiendo una tradición de años. No habría más fiestas, ni más catarsis, ni más seriedad. No habría más Pamplona. Pamplona tal cual la conocíamos.
   El Paseo Sarasate era una marea roja y blanca. Los miles de personas que celebraban estas fiestas después de asistir al lanzamiento del "chupinazo", el cohete que inicia las fiestas se habían desperdigado por la las innumerables atracciones de la ciudad. Algunos a comer con sus familias. Otros con sus "cuadrillas". Sacaban sus largas mesas en algunas calles del casco antiguo y a estar allí hasta la noche si era posible, Los que tenían hijos trataban de ir cogiendo algún lugar privilegiado para la actuación de los gigantes que por la tarde harían la delicia de los más pequeños. Por la tarde había conciertos en varias plazas de la ciudad, esta vez de menos presupuesto ya que la crisis había hecho mella en las arcas de la Comunidad. Pero los más, solo pensaban en otra cosa. Irse a los cientos de bares de Pamplona que para esas fechas triplicaban sus precios y emborracharse a más no poder. Cada grupo de "guiris"-como llamaban a los extranjeros-tenían sus lugares preferidos. Y así es que algunos australianos enfilaban ya para la Plaza de Navarrería. En el medio de esa Plaza existía una fuente, "la Fuente de Navarrería" en donde estos inconscientes se trepaban a ella y se tiraban desde lo alto. Abajo, sus amigos, hacían un colchón humano para atraparlo en su caída. Pero muchas veces alguien no sujetaba con fuerza al "ángel volador" y pasaba lo que pasaba. Esos accidentes que lo dejan a uno postrado en sillas de ruedas. A lo largo de los años varias personas lo habían sufrido.
   Un grupo de australianos se abre paso entre la muchedumbre que atesta las calles. Son casi veinte con sus torsos al aire, llenos de vino hasta la médula, sucios-como todo el mundo que viene del Ayuntamiento- y dispuestos a pasarlo en grande. Llegan hasta la fuente y uno de ellos comienza a treparla. Sus pies que se resbalan en ella y que hace que la ascensión sea dificultosa. Desiste de su idea. Demasiado alcohol para realizar tal hazaña. Otro, un poco más joven quiere hacer la misma tarea. Apoya un pie en la base, luego estira las manos , el otro pie y casi, casi ya está en la cima. Desde lo alto contempla la escena. Miles de cabecitas que lo miran, miles de personas que esperan que de el gran salto. Debajo su "colchón" de amigos esperándolo. Se prepara, coloca las manos detrás para darse impulso, se pone en puntas de pies y vuela. El cielo azul, los brazos esperándolo debajo, el olor a alcohol por todos lados y ese vuelo interminable. Sus brazos abiertos y su vuelo eterno, para la foto.






   Años más tarde, ese mismo australiano volaba, pero de otra forma. De fiebre. Sentado en su cama ese día se despertó con mucho dolor de cabeza, ganas de vomitar y con fiebre. Apenas se pudo incorporar. Avanzó unos pasos y cogió un poco de agua. Tomo un sorbo, pero lo vomitó todo. Luego agarró un trapo, lo roció de agua y se lo llevó a la cabeza. No tenía termómetro pero su cuerpo le decía que estaba cerca de los cuarenta grados. A esa hora no había nadie durmiendo en aquel barracón. Se asomó a la ventana. El cielo estaba celeste. No sabía que hora era, estaba mareado. Salió por la miserable puerta de madera podrida y avanzó unos pasos. Estaba débil. Por la fiebre o por el hambre. Vió unos chicos  correr. Pobres! pensó, tan flaquitos. Una pareja de ancianos que lo miró. Sus ojos que se iban para atrás, mareado, sin fuerzas. Un fuerte golpe que le hace sangrar la frente. Desde el suelo divisó unos pies que venían corriendo a su encuentro. Se desvaneció.
   -Está volando de fiebre-dijo Tomás 
   -Sì-le contestó Julia.
   -Saquemósle la camiseta-dijo Merlín-hace mucho calor aquí.


   La camiseta que vuela por el aire. Gritos de algarabía. O de borrachera. Su vuelo había aterrizado con éxito. Los brazos que lo sujetaban lo sueltan rápidamente y otro que comienza con la ascensión a lo alto de la fuente. Le tocaba ahora a él hacer de "colchón". Después de media hora sin incidentes se alejan de la fuente. Un grupo de ingleses habían copado la parada y ahora era el turno de ellos. Bajan por la calle empinada y se dirigen a la Plaza del Castillo. El Café Iruña sería su próxima parada. Allí podrían dar rienda suelta a su locura sanferminera. Al entrar se tropieza con unos cuantos pies que salen. Cae al suelo. Se golpea un poco, la espalda magullada. Tiene sangre.

   Merlín con la ayuda de Tomás le saca ese harapiento trapo que antiguamente fue camiseta. Lo dejan a un lado. Merlín le señala algo en la espalda a Tomás. Tomás que mira asustado. Unos cuántos granos con pus pueblan su torso. Iguales a los de José.
   -Julia-dijo Tomás-por favor retírate y llama a Iñaki
   Obedeció a regañadientes. Sabía que algo malo estaba pasando. Corrió hasta donde estaba Iñaki.
   -Iñaki, Iñaki!-gritó en la puerta de su choza, pero nada. Iñaki no estaba.Había ido a buscar al capitán Salvadores que estaba tardando.Raro en él, siempre puntual.
   Julia entró en la choza. No estaba. Sus fotos del Osasuna que se descolgaban descoloridas de la pared. Recuerdos de otro tiempo. Cerró la puerta que no cerraba y regresó a donde estaba el australiano. Merlín no la dejó entrar. El australiano tenía convulsiones y Tomás trataba de calmarlas. Se retorcía en el catre y el médico lo sujetaba fuertemente. No sólo en su torso tenía granos, también en sus piernas. La mascarilla que se le suelta y la sujeta con una mano.El australiano que se desmaya.
  
   Lo despiertan entre tres o cuatro. Estuvo durmiendo varias horas. La cabeza le pesaba. Le dolía todo el cuerpo. Que hora sería. Tirado en aquella gran Plaza se había perdido casi toda la tarde durmiendo. Los ruidos de la gente le molestaban, que dolor de cabeza! El alcohol que deja su impronta. Su cuerpo empapado de alcohol y su ropa toda sucia. Un desastre. Se tumba de nuevo en el banco. No tiene fuerzas todavía.


    Con ayuda de Tomás se incorpora. Sus ojos estaban en otro lado . La cabeza se la hacía para atrás y el peso muerto era para el pobre Tomás un suplicio.
   -Desde cuando tienes esos granos?-le dijo el médico.
  El australiano no contestó. Estaba lejos de allí. Su cabeza inclinada hacia atrás y sus recuerdos en otro país. Él, que había sobrevivido a un accidente aéreo ahora a punto de morir por una epidemia. No habían podido ni la desesperación de verse rodeados de carnívoros, ni el hambre, ni nada. Pero esos granos con pus serían su fin. Sus ojos se cerraron. No volvió a respirar.
  Fuera Julia y Merlín aguardaban. En los últimos días habían muerto tres o cuatro personas por lo mismo. Pero no había forma de pararlo, sin medicamentos, sin jabón, casi sin agua...
 A lo lejos viene Iñaki. Julia y Merlín van a su encuentro.
   -Fui a buscarte-dijo Julia desesperada
  Iñaki no contestó. Sus ojos estaban rojos como de haber dormido mal o haber llorado. 
   -Que pasa Jefe?-preguntó Merlín
Iñaki los miró a ambos y luego de un suspiro dijo
   -Encontré muerto a Salvadores-
  Julia que rompió a llorar y abrazó a  Merlín.
 La puerta de la enfermería que se abre y que Tomás cierra detrás suyo. Los mira a todos y baja la cabeza. No hubo palabras. No hacía falta. Los llantos de Julia entonces se hicieron más fuertes.
   



viernes, 15 de junio de 2012

Capitulo veintitres " Otra caída o "Como se desencadena el efecto dominó"




      "Animus hominis est inmortalis corpus mortalis"
      "El alma del hombre es inmortal; el cuerpo mortal"
                                                                San Agustín.



   Junio del 2012
   La pareja de ancianos estaba sentada frente al televisor en el sofá de aquella gran casa de la Avenída Sarasate. Su balcón daba a la calle y a esa hora, aproximadamente las 9 de la noche, había bastante gente. El día había estado medio soleado, medio nublado, cosa habitual en Pamplona ni frío , ni calor. Debajo de su portal la parada del 4 que rara vez habían tomado. Su mundo, como buenos pamploneses lo componía las calles céntricas, el casco antiguo, Carlos Tercero y poca cosa más. Alli estaba todo lo que necesitaban.
   El letrero del autobús decía " Barañain".-que lejos que va ese autobús-solía decir la anciana. Barañian estaba situado a escasos quince minutos del centro. Otro mundo para ellos.
   -Vamos, cariño, demos una vuelta-decía la mujer
   -Ya es tarde-le contestó su marido-aparte estoy viendo el partido, no ves?
   -Ya, ya-pero me gustaría salir un ratito hasta los bancos de la Plaza del Castillo. La tarde está agradable...
   -La noche, querrás decir-contestó gruñón su marido
 " El esférico que rueda por la banda derecha. Viene la pelota para Schweinsteiger, larga habilitación para Mario Gomez, recibe solo dentro del área, que calidad!,da la media vuelta con el balón apunta y golllllllllllllllll!!Que golazo! Gooollllllll! de Alemania-grritó exaltado el locutor de la cadena de televisión
  -Como pueden dejar solo al hispano-alemán-Que maravilla de gol! Alemania Uno-Holanda Cero.
Era  la Eurocopa 2012, en Polonia-Ucrania. El anciano, bastante aficionado al fútbol no se perdería ningún partido de ese campeonato. Su favorito era Alemania. Otro gol, Holanda para casa.
  -Está bien-pensaba el anciano-por haber sido tan sucios en la última final con España.
La mujer se resignó. Se asomó a la ventana y vió pasar la gente por las aceras.Otro autobús que se detiene y una señora con su niño en carrito sube por la puerta del medio. Un señor le ayuda con su cochecito. El autobús que arranca y sigue con su recorrido. Da la vuelta en la rotonda del Hotel Tres Reyes y avanza por Pio XII. Pasa por detrás de la Ciudadela. Ese mismo autobús años más tarde se convertiría, una vez mutada su apariencia, en " la Siete de Julio", el acorazado que ahora yacía oxidado y abandonado frente a unos árboles en la Plaza de Merindades.
   A esa misma hora Arán sacó el agua del fuego. Se estaba por preparar un té pakistaní que le habían regalado. Se lo llevó a la nariz y lo olió. Una brisa con sabor a oriente la invadió en todo su ser. Se vió transportada a países lejanos, gente de turbantes, mujeres envueltas en géneros interminables, mercadillos eternos, calor que abraza. Eligió una taza especial para la ocasión. Con total delicadeza volcó su recipiente favorito, no sin antes haber prensado el té en el fondo y el agua que se transforma en aquel líquido tan rico. Luego llevó su taza de té sin azucar al salón y lo acompaño de unas delicatessen traídas por un amigo de Francia. Colocó el ordenador a un costado y empezó a saborear su preparación.
   -Uhmm, que rico!-exclamó-cómo me gusta!
   Después se levantó y miró por la ventana. Desde su posición se veían las montañas que poco a poco estaban desapareciendo bajo la luz de la noche. Su cabeza estaba en otro lado, quén sabe donde. Pocos coches por esa zona de Pamplona. La taza que hace el viaje hasta sus labios y se va vaciando poco a poco. Le gustaba saborear su te despacio, como una cosa exquisita y como no queriendo que se acabe nunca. Un sonido y la media vuelta. Su teléfono que parpadea, un mensaje.
   -Es él-pensó y lo leyó. Su mirada se encendió como una luz en medio de la noche. Se asomó de nuevo a la ventana. La noche envolvía Pamplona y con él el silencio.
  
   Un mes más tarde
  
   Tomás la cogió del brazo y la metió dentro de la casa. Estaba aterrorizada.Ese no muerto que se sacudía con el cuchillo clavado la había marcado mucho. Pero no había tiempo para lamentaciones. El mundo había cambiado...o al menos esa parte del mundo.
   -Cómo se te ocurre andar sola por las calles-inquirió Tomás
   -En casa ya no había nada que hacer, sin comida, casi sin agua,sin nadie-contestó Arán.
   -Bueno, por aquí tampoco hay gran cosa-se lamentó Tomás-tendremos que salir a buscar gente. En algún lado tiene que haber alguien-dijo
   -Pues, lo que voy a hacer yo es marcharme de este infierno-dijo Arán
  -A dónde?-le preguntó Tomás.
  -Tengo unos familiares en Vitoria-contestó-mi auto lo tengo aparcado en el parking de los juzgados y espero que todavía esté allí.
   - Tan lejos!-se lamentó Tomás-te costará una eternidad llegar hasta allí
   -Lo intentaré de todos modos-dijo resolutiva Arán.
   -En ese caso, lo intentaremos-contestó Tomás.
Esperaron a que no hubiera nadie en las cercanías y abrieron la puerta. No había peligro. Iban agazapados entre los autos ubicados en la calle Monasterio de Alloz.
   -Cuidado! -dijo Tomás y señaló a la derecha.
   Un grupo de carroñeros estaban desparramados por la acera dando buena cuenta de un cuerpo. La mujer tendida en el suelo ya no era. Restos del cuerpo esparcidos por los dientes de los inhumanos, que dando mordiscones y moviendo la cabeza para separarlos del cuerpo estaban ajenos a todo. Tomás y Arán se escondieron detrás de unos árboles y continuaron a plena carrera. Arán se dió vuelta para contemplar la escena justo en el preciso momento en que un no vivo levantaba su mirada hacia ella. Duró solo un par de segundos pero a ella le pareció una eternidad. El contraste de unos lindos ojos verdes con unos ojos de fuego, llenos de ira, de hambre de carne humana, unos ojos que alguna vez miraron en forma normal. Lo que a lo mejor en alguna oportunidad hubiera sido el cruce de unas miradas entre un hombre joven y una mujer también joven,  ahora se había convertido en nada. La mirada de algo peor que un animal, la mirada del demonio. Solo unos segundos. La criatura maldita se abocó de nuevo a su tarea junto a sus compañeros de ocasión. Arán y Tomás continuaron  a toda marcha. Jamás se olvidaría de esa visión.
  Llegaron a la Avenida Bayona y después atravesaron la Plaza M. Azuelo rumbo a Monasterio de la Oliva. En las fachadas de las casas se veían restos de los adornos de San Fermín. Algún toro de cartón en algún balcón, ropa roja y blanca tendida en las casas bajas. Pero había muchos cadáveres en las calles. Muchos rostros desfigurados en el suelo, restos de mapostería caída de las fachadas. Algunos edificios semi destruídos, producto de los ataques del ejército de días anteriores, sin éxito por cierto. Si uno levantaba la vista veía el cielo claro que despuntaba en Pamplona, pero si bajamos la cabeza la desolación de las calles era terrible. La muerte se había adueñado de las calles.
   Llegaron a la Avenida Monasterio de Urdax en su cruce con San Roque. Enfrente de los juzgados y a pasos del parking.
  -Tendrás la llave ,no?-preguntó Tomás.
  -Tu, que piensas?contestó sobrando la situación Arán.Metió la mano en el bolsillo y la sacó.
  -Con cuidado! exclamó Tomás-No sabemos que nos podemos encontrar allí abajo.
  Penetraron por la salida de autos. Solo se veía un agujero negro oscuro.
  -Te acuerdás donde lo dejaste?-preguntó Tomás
  -Si, frente a la caja-le contestó
  Sintieron un ruido. Se detuvieron. Entraron en la oficina y se agacharon. Solo se escuchaban las pulsaciones de sus corazones. Hacían tanto ruido que si algo había allí fuera seguro que lo escucharían. Detrás del vidrio roto los vieron. Eran media docena de inhumanos que arrastraban sus pies. Caminaban con ese andar bamboleante, pidiendo un pie permiso al otro, moviendo sus narices como olfateando algo, con ese movimiento de hombros imposible y algunos de ellos con la cabeza casi a la altura de sus cinturas. Uno de ellos se detuvo y entró en la oficina. Tomás le hizo una seña a Arán en medio de la oscuridad para que no se moviera. El inhumano avanzó lentamente, solo se divisaba su contorno. De pronto Arán ya no sintió la respiración de Tomás. Estiró su brazo y no lo encontró. El inhumano estaba frente a ella, pero no la veía. Presa del terror, casi da un grito cuando el carnívoro la olió. Avanzó un paso más y ella retrocedió dos. Ya no había donde retroceder. Ya era tarde. El inhumano se le cayó encima. Sintió un ruido seco. Quería gritar pero el miedo la enmudeció. El cuerpo la aplastó y cayó al lado. Dió un grito que al fin salió. Enfrente de ella otra sombra. Era Tomás que con su cuchillo había atravesado al inhumano en la nuca.. Arán movió el cuerpo intruso y le dió un golpe en el brazo a Tomás.
  -No me dejes más sola!-le recriminó.
  El ruido anterior llamó la aatención de otro inhumano. Retrocedió sus cansados pasos y enfiló para la oficina abandonada. Arán y Tomás se escondieron. El inhumano entró y se dirigió a donde estaba el otro caído. Se abalanzó sobre el y le dió un mordisco sacudiendo la cabeza para descuartizarlo. Se llevó las manos a la boca y se sacó el pedazo de cuerpo de su compañero. Parece que no le gustaba el sabor a carne podrida. Después retrocedió, miró desconfiado y se fue. Arán y Tomás fueron hasta el auto. Entraron en él. Arantxa encendió el motor y las luces. Y lo que vieron no les gustó. Por todo el parking había inhumanos. Algunos tirados en el suelo, otros que parecían dormidos. Otros con el jaleo del motor se incorporaron y fueron hacia el.
  -Acelera!-grito Tomás
  -Ahi voy!-dijo Arán
   El vehículo atropelló a unos cuantos. Su sangre negra estaba tiñiendo el parabrisas. Sus caras alumbradas por los faroles denotaban el terror. Unas caras desfiguradas por esa extraña epidemia que había inundado Pamplona. El auto dio unos cuantos brincos de derecha a izquierda antes de encontrar la salida. Allá a lo lejos se veía la claridad del exterior. El automóvil salió rápidamente. Un inhumano se cruzó delante. Arán no pudo seguir. Dió marcha atrás ante la mirada atónita de Tomás. Esquivó a la criatura y saltó el bordillo de la acera.
  -Porqué no lo atropellaste como a los demás? -le preguntó Tomás
  -Arán, tenía lágrimas en los ojos- suspiró y dijo- Creo que era mi peluquero-dijo cabizbaja.
El auto siguió su camino por las calles desoladas de Pamplona.
    Ahora, sentada en su cama de madera saboreaba un te hecho con unas hierbas que pululaban por ahí. Estaba flaca, la falta de alimentación como todos allí dentro. Sumida en sus recuerdos, en su familia, en sus amigos y en algún amor que encontró el año del fin del mundo. Saltó de su cama porque escuchó pasos fuera. Era Tomás, su amigo que iba rápido al encuentro de Iñaki.
   -Que pasa Tomás? le preguntó.
   -Es José, ha empeorado-le contestó.
  Entraron en la habitación del fondo. Salvadores e Iñaki los esperaban con sus mascarillas. Llegaron hasta José, que estaba sudoroso, con los ojos semicerrados. Iñaki le señalo la cara. Tenía manchas en la piel. Unas protuberancias negras. Le levantó la camisa y también en el cuerpo tenía algunas de esa manchas. Eran como granos con pus a punto de estallar. Tenía el pulso muy débil.
  Arán se puso unos guantes de latex y le cogió la mano.
  -Mi buen amigo, por culpa mía y ese maldito pozo!-exclamó
  -Tu no has tenido la culpa-le tranquilizó Iñaki-fue cosa del destino.
  -No creo que le quede mucho tiempo-dijo Salvadores.
  Tomás le tomó la tensión otra vez, casi imperceptible.
  -No tenemos nada que hacer-dijo lacónicamente.
  Yo me quedo con él dijo Tomás. Iñaki, Salvadores y Arán abandonaron la habitación. Cada uno a sus lugares de descanso.
  -No tenemos que asutar a la gente-dijo Iñaki.
  -Sin cuidado-dijo Arán- Salvadores asintió con la cabeza.
  Se despidieron en la puerta en donde moraba Salvadores.
  -Hasta luego- se dijeron.
  Salvadores se sirvió  un poquito apenas de agua racionada. Se sentó pensativo al borde del  catre. Miró al suelo y se persignó.
 Se sacó la camiseta y se miró en el pequeño espejo que tenía en la pared.Se levantó el pelo y trató de mirarse el cuello. Desde hace unos días había visto crecer un grano negro sospechoso. Ahora estaba más grande y con pus.
  -Que Dios me perdone por no decir nada-dijo y se tumbó en la cama de madera.





   
  


   











viernes, 1 de junio de 2012

Capitulo Veintidós: " Uno de los nuestros"

     
     "De doubus malis minus est semper eligendum"
     "Entre dos males es mejor elegir el menor"
                                                             Cicerón


    Iñaki y Tomás salieron a todo correr rumbo a la enfermería. Hacía mucho que no corría tan rápido. Años. Desde aquella vez en en el Rincón de la Aduana cuando aquellos inhumanos le cortaron el paso y casi no llegó a su antiguo refugio.Un piso en una vieja casa al lado de la Iglesia de San Lorenzo. Sus huesos estaba entumecidos, sintió un tirón fuerte en su rodilla  y se llevó la mano a ella. Se detuvo unos instantes, se acarició circularmente su rodilla y siguió corriendo. Todavía le dolía y eso que habían pasado años. Muchos años....




        Estadio del Reyno de Navarra, un domingo cualquiera.


  -Aquí, aquí!-gritaba el delantero señalando con su brazo en alto su posición en el campo.
Era un partido bravo. Osasuna se jugaba su permanencia en primera división y estaba jugando con un rival directo. A pesar de la lluvia los aficionados habían colmado las instalaciones. El clima no ayudaba en nada al desarrollo del partido. Esa llovizna que durante todo el día lagrimeaba sobre Pamplona hacía que el terreno de juego no estuviera al cien por cien y la peor parte se la llevaban las áreas. Era el fin del primer tiempo y el marcador estaba cero a cero. Un empate después de todo no estaba tan mal. El esférico rodaba de un lado a otro del campo sin que hubiera ningún claro dominador y el público se impacientaba. En teoría Osasuna era superior pero como en el fútbol la teoría existe poco así estaban las cosas, mal.
   El arquero del rival que saca desde la portería, la pelota que cruza la divisoria, un balón dividido. De esos que en un partido hay cientos. Pero sería un dividido distinto. El delantero que estira demasiado la pierna, Iñaki que también va fuerte y la colisión es inevitable. Sintió mucho dolor y cayó al suelo desplomándose como una hoja de árbol en otoño. El médico entró rápido al campo y lo encontró hundido en el césped, con lágrimas en los ojos. No sabía si eran de dolor o de su alma. Iñaki sabía que la lesión era grave, pero nunca pensó que ese golpe lo iba a sacar de los campos de juego para siempre. En el hospital y después de los estudios que le realizaron le dieron la sentencia final: rotura del ligamento cruzado anterior, algo que hacía que a partir de ahora tendría que dedicarse a otra cosa...

   
     Llegaron hasta la enfermería y encontraron a José con fiebre, dolor de cabeza intenso, escalofríos...
   -Mal asunto-pensó Iñaki
   -Sabes que creo?- preguntó Tomás 
   -Qué?-le contestó con otra pregunta.
   -Que lo que le mordió allá abajo o fue una rata o un murciélago. Si te fijas allí- y le señalo el cuello- podrás ver esas marquitas
   - Espero que no tenga la rabia- dijo apesadumbrado el jefe de la Ciudadela.
   -No tenemos medicamentos Iñaki-dijo en voz baja el médico-bicicletero.-
   -Lo sé- contestó preocupado-y que tenemos que hacer?-le preguntó.
   -Para empezar lo aislaremos-dijo Tomás- lo llevaremos hasta las habitaciones del fondo. Así lo mantendremos aislado de los demás- informó el médico.
  -Está bien- dijo Iñaki- Vamos a levantarlo y lo colocaremos en la camilla. La "camilla" eran dos hierros unidos por un enjambre de alambres y recubierto por paja. Trabajo de Julia.
 Colocaron la camilla en la otra cama y la cama la acercaron al enfermo que se sacudía en escalofríos.
  -Bueno-dijo Tomás-vamos despacio.Lo cogieron de las manos y los pies y lo fueron arrastrando hasta la otra cama. José, el infortunado, estaba realmente mal. Su frente bañada en sudor caliente y su temperatura rondaría los cuarenta grados. Se quiso incorporar  pero los dos hombres lo sujetaron para que no se levante. El esfuerzo lo hizo toser y varias gotas de esa saliva volaron por toda la sala. Algunas alcanzaron a Tomás que rápidamente se pasó el brazo por su cara.
  -Iñaki!-dijo. Traéte esas mascarillas de allí atrás y vamos a ponerlas. Le pusieron una a José y ellos hicieron lo mismo con las suyas.
  -Vamos!, arriba!-exclamó Tomás.
   Los dos hombres llevaron a José a través de la oscuridad por la noche de la Ciudadela hasta las " habitaciones del fondo" como las llamaban.
  -Tenemos que bajarle la fiebre-dijo Iñaki-está volando!
  -Si, si, le he dado algo de lo poco que tenemos-contestó Tomás y agregó-ahora cuando lleguemos le pondremos paños fríos. Mientras José deliraba producto de su fiebre. Se creía encima de "Embrujo" un caballo que había tenido en su juventud. Este ex-profesor de historia era aficionado a estos animales. Y allí estaba, practicando en los Campos de Zolina, con su caballo preferido. El corcel saltaba de un lado al otro esquivando obstáculos, primero las barras, luego las barras con el agua debajo, los bidones metálicos y vuelta a empezar a toda carrera, así tres veces.
  -Muy bien José!-le dijo su instructor-has bajado seis segundos tu último registro-
  -Bien! contestó José muy contento-sabía que mi caballo mejoraría.
 -Ahora tendremos que dejarlo descansar hasta mañana-dijo- para el Campeonato de España falta muy poco pero llegaremos en forma-dijo el instructor.
 -Quiero dar otra vuelta ahora-dijo con voz insistente José.
 -Bueno-le contestó el otro- Pero no tan rápido que lo vas a cansar-
 -Un poquito-contestó. Y lo tomó de las riendas nuevamente. Empezó con un trote tranquilo dando una vuelta alrededor de los bidones, suave para que su caballo se deslizara por el terreno. Luego avanzó más despacio rumbo a la primera valla. 
  -Vamos-gritó y dando un golpe con sus talones en el costado del animal, éste empezó al galope. La valla se veía más cerca. Con las riendas tirantes, el caballo salto levantando sus patas, primeros las delanteras y su cabeza que atraviesa la valla, luego su estilizado cuerpo, para posteriormente levantar sus patas traseras y en un elegante movimiento encogerlas y pasar totalmente encima de ella. Esquivando los obstáculos dio la vuelta entera al recinto dos veces más. Luego se bajó del animal y lo llevó hasta la cuadra. Abrió la puerta y se metió en ella. En su delirio no se daba cuenta que donde habían llegado era a "la habitación del fondo" de donde nunca más saldría.
   Al día siguiente el Capitán Salvadores reunido con los máximos responsables del fortín explicaba con detallada minuciosidad su informe sobre el perímetro de la Ciudadela. Junto al australiano habían dado la vuelta de rigor y solo encontraron una deficiencia en el ala este. Allí el portón estaba bastante deteriorado. Habría que colocarle unas planchas de madera gruesa para reforzarla, pero era una tarea muy difícil ya que esa labor solo era posible desde fuera.
   -Y nos dices que debemos salir para arreglarla-preguntó uno de los asistentes preocupado.
  -Así es -respondió Salvadores-solo será cuestión de minutos. Iremos en una de las orugas llevando la plancha. La colocaremos contra el portón de lado de afuera  y desde dentro la sujetaremos-dijo el australiano.
   -Yo me ofrezco de voluntario-dijo Jota Jota-
   -Bien hecho-dijo Salvadores. Además nuestros arqueros te tendrán controlado en todo momento desde arriba, estarás a salvo dentro de la Oruga-terminó Salvadores.
   Todo estaba listo ya. Jota Jota en su Oruga esperando a que le abrieran el portón. Fuera los inhumanos carnívoros. Se realizó el despeje de la zona lanzando unas cuantas incendiarias y una lluvia de flechas. Lo justo como para que no se metiera ninguno dentro. Esta vez la operación era más delicada ya que en las uñas de la Oruga colgaba la plancha de madera reforzada que serviría para colocar en el portón. La puerta se abrió y el Oruga con su parsimoniosa tranquilidad y a la vez fortaleza salió a la Avenida del Ejército y dobló rumbo a Pio XII. Había bastantes inhumanos que raudamente se abalanzaron contra la máquina solitaria. Un alimento apetecible en aquella pecera acorazada. Veía sus caras y pensaba -"no han cambiado nada, siguen horribles como siempre" y se llevó un par por delante. Tenía que ir despacio ya que la plancha pesaba bastante. Tenía solo que acerarse al portón dejar caer suavemente la plancha contra él, sujetarla un poquito hasta que desde arriba con unas cadenas empezarían la labor de amarre. 
  -Es como esos documentales que pasaban sobre el espacio-pensó-esos en que los astronautas salían fuera de su nave para efectuar alguna reparación y eran inundados por el negro espacio haciéndolos  figuras pequeñitas flotando en el cosmos-terminó. Solo que aquí la cosa era diferente. Tenía cerca de tres docenas de salvajes que lo rodeaban, se le subían a a jaula trasera, arañaban su protección que aunque segura no dejaba de impresionar lo que veía. Una flecha que vuela y se clava en el ojo de uno de ellos, otra que se introduce en la espalda de otro pero que sigue en pie. Y él, dentro del Oruga y despacio, muy despacio para que su carga no se bambolee. Pero cada vez había más. Y estaban por todos lados. Unos cuántos de ellos se le subieron delante y apoyaban sus horrendas caras contra el acrílico reforzado. Uno dejó media cara putrefacta allí y otro cogió parte de esa cara. Al instante la escupió en un acto instintivo. Parece que a pesar de todo los inhumanos tenían estómago.
   Jota Jota vio unos cuantos que empezaban a subirse por la plancha y la llevaban de un lado al otro. Eso era peligroso. Su carga corría peligro...y no tan solo su carga. El peso lateral se hacía insostenible y no podía ir más rápido ya que se corría el riesgo que se desprendiera. Pero la Oruga empezó a balancearse. Como debía llevar la plancha en alto hacía que la máquina no tuviera tanta estabilidad. Y la máquina perdió esa estabilidad. Jota Jota desde dentro veía que si no hacía algo rápido todo fracasaría. Empezó a acelerar un poco la máquina y con eso logró desprenderse de unos cuantos. Pero esa acelerada aumento el grado de inestabilidad. Un poco a un lado, otro poco a otro y el Oruga que perdía el equilibrio. En un último intento Jota Jota dio un acelerón y un frenazo para evitar lo inevitable. La máquina volcó aplastando varios carnívoros que aullaban de dolor ...y de hambre. Otros esquivaron la caída y luego se reagruparon en torno a la máquina. 
   Jota Jota estaba herido. Su brazo estaba incrustado en una de las palancas del Oruga y no lo podía sacar. Con la otra mano cogió su cuchillo y estuvo en guardia. De medio lado, volcado en el suelo vio como el acrílico enfrente de el empezaba a quebrarse. Los defensores  hacían llover sus flechas sobre la muchedumbre pero no era suficiente. Una garra que logra penetrar en el habitáculo y Jota Jota con su cuchillo le arranca los dedos. Esto enfureció al inhumano que golpeó con su cabeza la protección, una, dos, tres veces...Hasta que el acrílico cedió y a pesar de tener doble espesor saltó en mi pedazos. Los aullidos de unos atrajeron a otros que se abalanzaron sobre el pobre Jota Jota. Uno que mordió su espalda, otro sus brazo herido. Todos se peleaban por un trozo de comida humana. Desde arriba de la Ciudadela los defensores lanzaban todo lo que podían para espantar a la peste de encima de Jota Jota pero no se pudo hacer nada. Los aullidos de hambre de los inhumanos se unían a los gritos de terror de Jota Jota. 
   -Dame tu pistola!-dijo Salvadores a Iñaki-
   -Toma-le dijo entregándosela
 El capitán Salvadores se aproximó un poco más y apuntó.
   -Vamos, vamos, dejadme un hueco, uno solo-decía en voz alta.
  -Ahora-dijo y disparó a Jota Jota.
Se había decidido que las balas solo se usarían en caso de necesidad extrema y esta era una necesidad extrema. Parar el sufrimiento de un hombre.
  -Ya no sufrirá más-dijo Salvadores y se fue a buscar a Matilde, la esposa de Jota Jota.


Los inhumanos cubrían todo el Oruga.No habían podido sacar de allí al pobre Jota Jota y unos pocos carnívoros afortunados pudieron meterse.Un triste final para un hombre de valor. Que descanse en paz.