domingo, 27 de mayo de 2012

Capítulo veintiuno " Bajo tierra"

 
   
      "A digito cognoscitur leo "
      "Al león conocemos por su uña"



   -Que olor asqueroso-dijo Matías en la oscuridad del pasillo.
   -Esto estuvo cerrado durante décadas-comentó Arán
   -Acordémonos que la antorcha nos durará solo veinte minutos, según lo que nos dijo Julia. Luego encendemos la otra y regresamos. No quiero perderme en un laberinto de pasadizos y quedarme acá para siempre-dijo al aire Carlos.
   El aire estaba viciado, plagado de encierro, humedad, suciedad. Y seguramente alguna alimaña...
  -Con cuidado-dijo Carlos -deben fijarse donde pisan-terminó
  Llegaron hasta donde el túnel iniciaba un desvío. Dudaron unos segundos antes de tomar una decisión. Seguirían por el de la derecha. Dejaron una marca en la pared con una tiza.Y continuaron. El lugar solo estaba iluminado por la antorcha que llevaba Matías.
   -Silencio!-dijo Arán-me pareció escuchar algo.
  Todos se detuvieron y guardaron silencio. Nada. Debió ser una ilusión.Las únicas  que se podían permitir. Continuaron. La voz de Arán se oyó de nuevo.
  -Según los mapas que hemos encontrado por aquí tiene que haber alguna puerta, pero quien sabe. Han pasado tantos años, debe estar sepultada bajo kilos de moho, que debe ser lo único que crece en este lugar.
  Jota Jota cerraba la comitiva. Desde su posición solo veía como la llama de la antorcha dibujaba figuras que se adentraban en las paredes, figuras fantasmagóricas que le hacían acordar a esas sombras chinescas de cuando era chico.
   -Aquí-dijo Arán- según mi mapa acá tiene que haber una puerta. Esta puerta comunicaría con otro pasillo y de ahí a unos cien pasos tiene que haber una fuente de agua. Era el pozo que usaban los primitivos constructores de la Ciudadela, pero quien sabe...
   -Cogió una pala y empezó a rascar en  la pared. Los trozos de moho y piedra caían al húmedo suelo del túnel.
  -Pronto tendremos que encender la otra antorcha, esta ya se está agotando-dijo Matías y agregó-todavía no hicimos ni la mitad del camino-
   -Aquí hay algo-dijo Arán- y golpeó con su pequeña hacha la pared nuevamente. Apareció bajo la luz de la segunda antorcha un trozo de madera carcomido por el tiempo. Dio otro golpe más , esta vez ayudada por José, el arquero de la Ciudadela.
  -Matías, alumbra- dijo Aran
  La antorcha se metió un poco por la hendidura pero no se alcanzaba a ver nada. Jota Jota y Carlos tumbaron esa vieja puerta de madera y piedra. Todos avanzaron por el nuevo pasadizo. Caminaron unos cuantos pasos, pero la fuente de agua no aparecía.
  -Tiene que ser por acá-dijo Arán-
  Llegaron hasta otra bifurcación del camino. Pero allí se impuso la cordura. Carlos y Matías se detuvieron.
  -No podemos seguir más-dijo Matías-no tenemos casi luz, una linterna con poca batería y un largo regreso-concluyó.
  -Tiene razón Matías-apoyó Carlos-tenemos que volver, Arán.
  -Un poquito más-dijo la aludida-no podemos volver con las manos vacías-
  -Lo importante es volver, ya regresaremos. -dijo Jota Jota.
Y así iniciando el camino de regreso, la caravana humana dio media vuelta.
  -Uy!, algo me ha picado dijo José y se llevó la mano al cuello.
  -Qué? -dijo Carlos
  -Que algo me ha picado o mordido, que se yo, aquí, en el cuello-se quejó José.
  -Volvamos pronto, que te vea Tomás-dijo Arán-y a toda velocidad emprendieron el regreso. Llegaron a la  bifurcación con una debil llama en la antorcha.
  -Esperen unos segundos-dijo Arán-y se adentró unos metros-Quiero echar un vistazo por aquí-dijo
  -Arán!se quejó Jota Jota-que se nos va a acabar la luz.
  -Un segundo-contestó Arán. Luego de unos pasos sus pies tropezaron con algo, algo que estaba en el piso fijo y algo que se movió-Ratas! dijo Arán y dio un grito. Matías se acercó con la linterna y vió como unas cuántas ratas se desparramaban por allí- ahora sé que fue lo que le mordió a José-se lamentó. Alumbró el suelo con la poca lumbre que le quedaba y vio un esqueleto humano que parecía estar allí desde hace unos cuantos años.
  -Mira para ahí! -le dijo a Arán.
  -Y eso?-un esqueleto?-preguntó sorprendida Arán.


       Ciudadela, febrero de 1582 


  -Vamos, vamos!- traerlo para aquí-dijo uno de los capataces de la obra.
  -Has robado la comida de tus compañeros, ahora te daremos lo que mereces! gritó otro
  -No hice nada, no hice nada!- gemía el acusado.
  -No te creemos! dijo el primer hombre y entre tres o cuatro le dieron una paliza con todas sus fuerzas y lo ataron con cadenas a los aros de la pared.-Ya te quedarás un tiempito aquí para escarmentar y pensártelo para la próxima- le amenazó.
  Lo ataron de pies y manos y lo dejaron ahí. El capataz enfermó a los dos días. Al otro capataz lo derivaron a otro sector. Los otros no se animaron a decir nada. Nadie más se acordó del pobre infeliz. A las semanas ese tunel se cerró y nadie se acordó del pobre hombre. Pasó las primeros días gritando pero nadie lo oía. Estaba malherido, con sed, hambre y con esos visitantes molestos que apenas podía espantar. Esos ojitos que brillaban en la oscuridad y que se le acercaban. Un día entre sueños sintió un ruido y ese hilito de luz que se veía a lo lejos desapareció. Ya estaba solo y nadie lo sacaría de allí. Ya no tenía fuerzas para gritar ni para espantar a las ratas. Esas ratas que muy pronto se servirían de su cuerpo como alimento. Cerró sus ojos y en medio de la oscuridad veía esos  otros ojos que se le acercaban y que a pesar de la negrura brillaban. Ese pasillo que antes comunicaba con la salida ahora se veía tan lejano. 
   Ese mismo pasillo era ahora recorrido por algunos de los Últimos Doscientos que a oscuras y apoyándose en las paredes trataban de adivinar cuanto le faltaban para llegar a la salida.Uno de ellos herido por la mordedura de una rata. Y además sin haber encontrado ningún pozo de agua.
   La luz de la salida ya se divisaba. Apuraron el paso y de a uno fueron saliendo. La primera fue Arán que ayudada por uno de los guardias recorrió con su vista a los presentes buscando a Iñaki. No estaba.
   Salieron todos los demás y Matías acompaño a José hasta donde estaba Tomás para que le vea la herida. Tomás la examinó y puso mala cara. Parece de una rata o un murciélago. Apenas tengo medicamentos. Vamos a limpiar bien la herida con jabón para verla mejor y vemos que te puedo poner-le dijo a José.
   En los cercados de la Ciudadela se estaba llevando un exhaustiva verificación. Tanto el capitán Salvadores y el australiano revisaban cuidadosamente cada entrada a la Ciudadela. Fuera de ella la actividad de los inhumanos era frenética. Se agolpaban cada día más frente a todos los portones y aullaban y gemían más que de costumbre. Desde arriba se veían. Con sus caras deformadas , sus pelos chamuscados, sus heridas incurables y así y todo se movían, caminaban, deambulaban en búsqueda de alimentos. Existía una voz interior entre los Últimos Doscientos que decía que los inhumanos se preparaban inconscientemente para dar el salto final a la Ciudadela y eso los aterrorizaba. Por eso que toda medida de seguridad y revisión era poca. 
   Sus ojos se abrieron lentamente. Sentía algo que le estaba carcomiendo los pies. No tenía fuerzas para gritar a pesar del daño que le estaban causando. Unas cuántas ratas lo estaban mordiendo. Le clavaban sus dientes y lo roían por todos lados.Trataba de mover su cuerpos, sus piernas, pero no tenía fuerzas. Muchos días allí encerrado. Ese cuerpo del pobre infeliz siglos más tarde sería encontrado atado a la pared de un túnel en donde se buscaba agua sin resultado. Algo olía mal en el ambiente, algo que nadie explicaba pero que se presentía.
  Otra noche en la Ciudadela. Una luna que hacía unos días que no se veía. Unas fogatas que alejaban roedores y daba un poco de seguridad. Las rondas nocturnas se hacían sin novedad. Julia en su taller esperaba al australiano. Ya era vox populi que entre ellos había una relación. Iñaki en su cama mirando las fotos del antiguo estadio del Reyno de Navarra, una época tan lejana que parecía un sueño. Arán mirando unas fotos de una salida con sus amigos en un monte, un día de primavera que comieron cordero. Que época! Jota Jota y Matilde con su hijo caminaban por el exterior de la Sala de Armas, estaban preocupados por él. No atendía mucho en las clases. Todo el mundo trataba de llevar una vida de lo más normal, aunque encerrados y con esos gritos fuera era casi imposible. No había alimentos, poca agua y racionada...Pero eso no era lo peor. Lo peor se venía encima... Matías, Carlos y Andrea estaban jugando a las cartas, y como siempre Carlos haciendo trampas.
  Los golpes en la puerta les sobresaltó. Iñaki se incorporó rápido. Era Tomás y su cara no decía nada bueno.
   -Iñaki, ven pronto!,-dijo preocupado- José está mal, muy mal!
   Los dos salieron a la carrera rumbo a la pequeña enfermería. Julia le abrió la puerta al australiano.-Te estaba esperando-le dijo. Pronto en la Ciudadela llegaría algo que nadie
 estaba esperando...
  

























domingo, 20 de mayo de 2012

Capítulo Veinte " Incógnita"

 
   " Ab insomne non custita dracone"
   Para vigilar el dragón debe permanecer insomne




   -Lo encontramos!, lo encontramos- gritaba Aran (el sobrenombre de Arantxa) al tiempo que corría hasta donde estaba Iñaki junto al capitán Salvadores. Esta ex- arqueóloga estaba trabajando desde hacía meses en la búsqueda de unos túneles en base a unos planos encontrados tiempo atrás. Según dichos planos, existirían una serie de pasadizos, recámaras y túneles debajo de la Ciudadela. Tanto Iñaki, como el capitán Salvadores tenían la esperanza que se encontrara allí algún pozo de agua potable ya que la falta de este líquido elemento se estaba complicando.
  -Dónde?-preguntó Iñaki
  -En el ala sur-respondió Aran-tuvimos que sacar una gran cantidad de piedra encima de su entrada. Al parecer hace años que se había sellado y según los planos comunica con algún lugar del exterior.
  -Tendremos que tener mucho cuidado-dijo Salvadores.
  Aran condujo a los dos hombres hasta su hallazgo. Tomaron rumbo hacia el ala sur, donde estaba la Vuelta del Castillo, en las proximidades de la Contraguardia de Santa Isabel.. Al llegar vieron una gran mezcla de escombros e hierbas a los lados de lo que parecía una entrada al subsuelo de la Ciudadela.
  -Buen trabajo Aran-le felicitó Iñaki- ahora idearemos un plan para ver si hay algo adentro.
 Aran era una arqueóloga de una voz dulce que se contradecía con su fuerte carácter. Meses atrás había encontrado unos libros en un rincón olvidado de la Ciudadela y en uno de ellos una especie de mapa de túneles. Le preguntó a Iñaki si le dejaba explorar un poco y éste había accedido. De todas formas si se lo hubiera negado igualmente hubiera trabajado en ello.
  -Mañana por la mañana organizaremos un escuadrón para ver que hay ahí abajo. Ahora es un poco tarde. Felicitó de nuevo a Aran y las otras personas que trabajaron con ella.
  -Crees que habrá algo allí abajo?- preguntó Salvadores.
  -No lo sé-le respondió Iñaki-pero necesitamos encontrar agua urgentemente.
Después de un invierno muy duro, pero casi sin nieve, las provisiones se estaban agotando rápidamente, en especial el agua potable. Encontrar agua era una necesidad.
  -Pondremos todos nuestro esfuerzo en encontrar algo Salvadores y agregó-Dos personas que se queden de guardia esta noche, por las dudas. David y José harán el turno de noche en el portón. Traélos para aquí- le ordenó a Merlín y tanto él como Salvadores se alejaron de allí. Mientras tanto, Aran con su pala movió unos escombros que estaban a su derecha. -Mañana será otro día-dijo. Se secó unas gotas de sudor de su frente y se despidió.
   


    26 de noviembre 2011, esquina de Monasterio de Urdax y la Avenida de Barañain.


  Aran miró su reloj. Un Weisser comprado en Austria. Ocho y cuarto.-Ya es tarde!- se lamentó. Si sus amigas no llegaba pronto llegarian tarde el cine.- Siempre igual estas dos!- habló en voz alta. Miró para su derecha, hacia la Avenida de Sancho el Fuerte y nada. Abrío su bolso y sacó su teléfono móvil. Comenzó a marcar...647...Hace dos días que había regresado de su trabajo en Egipto. Trabajaba en el Valle de los Reyes para un equipo de investigación español auspiciado por una fundación Franco-alemana. Los egipcios poco dinero tenían para conservar lo que ya tenían como para buscar nuevos hallazgos. Su trabajo le apasionaba. Mezclada entre investigadores de varias partes del mundo y llena de arena hasta el más íntimo poro, trabajaba a destajo en la búsqueda de aquellos vestigios. Seis meses fuera de Pamplona y parecía una eternidad.
  ....458 y su teléfono que sube a su oreja. Una vez...dos veces...tres veces...-No puede ser que no conteste-se dijo. 
   Unas manos suaves le taparon los ojos desde atrás.Y una voz conocida que habló.
   -Felicidades!-dijo su amiga
  Aran se dió vuelta y se encontró con sus dos amigas. Habían decidido festejar su cumpleaños yendo al cine y después a cenar. Seguro que irían por el casco viejo de la vieja Pamplona.
  -Gracias chicas! les respondió-gracias!Pero tendremos que tomar un taxi si queremos llegar a ver la película-les dijo apurada.
  -Que cine,ni que cine!- le dijo Bea-hace casi siete meses que no nos vemos y vamos a ir al cine para no poder hablar nada?-le preguntó.
  -Eso, eso!-acompaño la sugerencia Fernanda- Vamos a un bar, que tenemos mucho de que hablar. Que tal tu trabajo?.Has visto muchas momias? Conociste alguien interesante en Egipto?-ametralló a preguntas su amiga.
   -Tranquila chicas-respondió Aran.-No iremos al cine entonces- Vamos a tomar algo y les cuento todo! dijo entusiasmada -
   -Entonces si has conocido a alguien!-dijo Fernanda.
   -Bueno, vamos! ordenó Bea-me dijeron que por la Plaza del Obispo Irurita han abierto un bar que está muy bien-
   Las tres amigas pasaron varias horas hablando de sus cosas y el tiempo voló. Aran les contó todo lo que querían oír. Les parecía un trabajo de lo más exótico e interesante. Entre restos de una antigua civilización, entre  pirámides ( aunque no estaba precisamente allí) y un calor abrasador.


  -Que fue lo más interesante que te pasó?-preguntó Fernanda-
  -Bueno, varias cosas-respondió Aran-lo más excitante fue cuando estaba trabajando con unas vasijas que habíamos encontrado. De repente miré al suelo hacia la derecha y creí ver algo que sobresalía  que no era una piedra. Con mi pala empecé a levantar cuidadosamente las piedras y la arena de encima y descubrí un aro de hierro-
  -Guau!- dijo Bea - Y que era? preguntó.
  -Era la entrada a una cueva sellada- contestó Aran. Y continuó su relato entre risas, recuerdos y el relato de un mundo lejano e insólito. Al final de unas cuantas horas tomaron un taxi y una a una fueron bajando en sus domicilios. Ella fue la segunda. Caminó unos pasos y abríó la puerta de su casa.
  Empujó la puerta de la residencia comunal y se acostó en su viejo camastro. Aquella noche en la Ciudadela se acordó de sus amigas, de su pasado y de su descubrimiento en aquél país lejano. Un descubrimiento muy distinto al de ahora.
   -Cuidado chicos, no quiero que se lastimen-dijo Inaki.
   Junto al foso descubierto por Aran estaban Jota Jota, Merlín, Carlos, Tomás , Iñaki, Julia, Aran, Matías y Matilde, la mujer de Jota Jota y unos cuantos más. El capitán Salvadores y el australiano estaban dando una vuelta de reconocimiento por todos las entradas de la Ciudadela.
   Limpiaron un poco más la entrada. Se veía unas escalones de piedra que avanzaban unos cuantos metros al interior de la tierra de la Ciudadela. Un par de metros. Más allá de ellos la oscuridad. Encendieron las antorchas. 
  -Tienen todo listo?-preguntó Iñaki.
  -Sí-contestó Matías. Aquí tengo el cordel, la linterna por si se nos apagan las antorchas y las armas.
  -Id con cuidado y marcando el camino-dijo Iñaki-No sabemos que se  pueden encontrar allí abajo y tampoco quiero que se pierdan.
  -Quédate tranquilo Iñaki- respondió Carlos. Daremos una vuelta y veremos que pasa.
  Uno a uno fueron bajando con sumo cuidado ante las miradas de los que se quedaban fuera.
  Primero Carlos, luego Matías, Aran, Jota Jota y José uno de los arqueros que pasaron la noche allí. La última antorcha se fue desdibujando y poco a poco la oscuridad se fue comiendo a la claridad. Otra vez quedó todo a oscuras.
   -Buena suerte y cuidado!- les dijo Iñaki- fijarse bien donde pisan!
   -Sin cuidado, jefe- contestó Jota Jota.Y no se escuchó más.
   Después de unos cuantos escalones llegaron a tierra firme. Era un corredor estrecho, una humedad asfixiante, las paredes recubiertas de una fina capa de musgo.Con la antorcha Carlos apuntaba hacia todos lados. Se respiraba un olor nauseabundo, fruto del encierro de quien sabe cuantos años. Una oscuridad que daba miedo. Aran, que cerraba la hilera se dió la vuelta y vió como la luz de la entrada cada vez se hacía mas pequeña. El corredor dobló hacia la izquierda y la luz desapareció totalmente. Estaban solos.Todos a oscuras, como aquella vez.


    Julio 2012

   El toque de queda estaba instalado desde hacía una semana. No tenía casi alimentos, ni agua. No quiso salir fuera. Las calles estaban muy peligrosas y las noticias no eran muy alentadoras. Una epidemia no se sabe de que estaba convirtiendo a la gente en caníbales. Miró por la ventana y vió como un grupo de uniformados disparaba contra varios caníbales. Sus caras eran anti-naturales. Sus dientes fuera desafiaban toda autoridad. Algunos caían por las balas pero la mayoría se levantaban y volvían al ataque. La policía era muy inferior en número y también caían. Pero al caer y ser alcanzado por uno o varios de los caníbales su agonía empezaba. Arrancaban con sus garras la piel a jirones, dejando al descubierto las entrañas que luego serían su alimento. Clavaban sus dientes en la piel y moviendo la cabeza de un lado al otro lograban arrancarla. Muchos compañeros uniformados al ver esta agonía sin fin no dudaban y disparaban directo al caído en combate. Una muerte más digna.
   Aran contemplaba la escena desde una posición privilegiada, si había privilegios en ese lugar. Era por oleadas. A veces se veía gente correr por las calles, otras eran perseguidos por caníbales. En otras oportunidades la gente lograba tirar y matar a alguno de ellos. Tenía miedo de salir. No se animaba. No sabía nada de nadie. No funcionaban los teléfonos, ni había electricidad. Nada de nada. 
   Al caer esa noche y en plena oscuridad se fijó que estuviera la puerta bien asegurada al igual que las ventanas. No quería despertarse y encontrarse con alguna de esas criaturas. Apagó la media vela que le quedaba, cogió su cuchillo y se tapó con unas mantas junto a la ventana. No había luna. Fuera, el aullido de esos caníbales le ponía los pelos de punta. Se tapaba con las manos para no oirlos. Apenas podía pegar los ojos.
   La luz del alba la despertó. Miró su reloj; las seis y cuarto. Miró por la ventana: no había nadie. Se incorporó, se lavó un poco las manos y la cara con un cuarto de agua mineral que todavía tenía, metió en su mochila unos pocos alimentos, su cuchillo y un par de fotos. Había decidido que sería la última noche que la pasaría sola y a oscuras. Además tendría que hacerlo ahora, ya que después no lo podría hacer por la debilidad fruto de su falta de alimentación. Alguien tendría que haber fuera. Retiró las sillas que hacían de parapeto en la entrada de la casa y abrió lentamente. Miró hacia ambos lados y no vio a nadie. Cerró con llave sin saber que jamás volvería allí. Llegó a la esquina y avanzó despacio, con sigilo. A la mitad de la calle había media docena de caníbales que se estaban dando un festín con un par de perros y seguramente algún humano. 
  Tuvo miedo y se refugio en los soportales. Miraba como esas formas antes humanas representaban el instinto más asesino de la humanidad. De repente sintió un ruido detrás de ella. Ese ruido acompañado de un gruñido y una garra que se estiró hacia ella. Dió un paso atrás, gritó, blandió su cuchillo de derecha a izquierda. El caníbal ni se inmutaba. Le saludaba con sus dientes podridos y su olor nauseabundo. El aliento de la muerte. Se le tiró encima. Apenas pudo esquivarlo. Le hundió el cuchillo en la espalda y el caníbal dió un giro violento. Se quedó sin arma. Su cuchillo clavado en el cuerpo de ese caníbal ya no le pertenecía.       Empezó a correr y correr sin mirar atrás. Y gritaba buscando auxilio. Cuando no pudo más y su corazón estaba a punto de explotar se detuvo contra un portal. Estaba rendida y se sentó contra la puerta exhausta. Su cuerpo se hizo para atrás. La puerta cedió y unos brazos la metieron dentro. Gritó. Unas manos humanas le taparon la boca. Estaba todo oscuro, muy oscuro.
   -No grites- dijo una voz adulta-me llamo Tomás. Era el que luego sería el médico-bicicletero.
   
   Ciudadela, años más tarde.


   Ese largo pasillo tenía la misma oscuridad. Solo que ahora estaba salpicada por las lucecitas de aquellas antorchas y lo que ahora se escuchaba era el aliento de sus compañeros que transitaban por esos túneles que ella descubrió.