jueves, 26 de abril de 2012

Capitulo Diecinueve " Acostarse temprano no es bueno"

      "Carpe diem"
      "Aprovecha el día, aprovecha la vida"




    Tomás estaba cansado. Durante el día no había parado de trabajar con varias bicicletas de los críos. Entre bicicleta y bicicleta el médico también había atendido dos cortes, una mordedura ( de uno de los perros) y además estuvo recolectando leña del galpón para el comedor. Estaba realmente fusilado. Así que después de medio cenar pidió disculpas y se retiró del primer turno del comedor.
   -No te vayas Tomás-le gritó Merlín-que el australiano dijo que nos iba a contar algunas historias de canguros, jajajaja-resonó sus risas.
   -Eso, Tomás, le pidió Andrea- quédate que luego te acompaño a retirar mi bici.
   -Lo siento chicos- contestó- hoy estoy muy cansado y prefiero irme a acostar temprano.
Entonces se envolvió la cabeza con su manta para protegerse de la tenue llovizna que caía sobre Pamplona y en el medio de la oscuridad se fue para su barracón. Caminó por el camino que serpenteaba la Sala de Armas, abrió su puerta y entró. Busco a ciegas su lámpara de queroseno y la encendió. En su humilde morada pocas cosas había. Una cama hecha por el mismo, algunas partes de bicicletas, varias vasijas de barro y pocas cosas más. Hacía mucho frio esa noche y a pesar de ser sólo las ocho, una oscuridad de muerte lo invadía todo. La misma muerte que haría su aparición algunas horas después. Encendió con algunos leños su pequeña estufa y se tiró en la cama. Se abrigó con algunas mantas corroídas por el tiempo y mirando el techo de aquel arruinado barracón de tres por tres metros se durmió pensando en que algún día las cosas cambiarían.
    En el comedor ya no quedaba casi nadie, solo Iñaki, el capitán Salvadores, Matilde la mujer de Jota Jota y algunas otras señoras ayudando en las tareas de limpieza. Todos ajenos a lo que pronto se desataría allí fuera.
   Se escucharon unos gritos, unos perros ladrar y unas cuantas estampidas de las pocas armas de fuego que todavía tenían balas. Tomás se sobresaltó. Se sentó en su vieja cama y esperó unos segundos. Otros disparos y gente corriendo y gritando de terror. De un salto se puso de pie. Cogió su hacha y antes de salir al exterior su puerta se abrió de un golpe. Era Julia con los ojos desencajados y con lágrimas.
   -Tomas!, Tomás!- dijo con desesperación-Han entrado! Los inhumanos han entrado!
   -Pero cómo?-gritó Tomás-
   -No lo sé!-contestó nerviosa Julia. Han alcanzado a Merlín, Matías, Andrea...-y rompió a llorar en brazos del viejo Tomás. Éste la abrazó con fuerza y luego amontonó en la puerta sus pocas cosas para evitar que entraran. Miró a través de la oscuridad de la noche y lo que vió era digno de una película de terror medieval. Algunos arqueros disparando sus armas desde el portón de entrada, los inhumanos en el suelo arrancando a mordiscones lo que antes fue un cuerpo humano. Los chicos y sus madres corriendo muertos de miedo. Algunos eran alcanzados por los inhumanos. Julia vió desde su privilegiada posición como el australiano peleaba heroicamente contra media docena de inhumanos que lo rodeaban. Revoleó su lanza  y una cabeza salvaje voló por el aire, aguijoneó a otro en el pecho y luego le hundió la lanza en el cráneo. El cuerpo del inhumano cayó pesadamente al suelo y tuvo que poner su pie en la cabeza para desprender su lanza. Perdió unos segundos en esta tarea. Los suficientes para que uno de ellos lo cogiera por detrás y le mordiera el cuello El australiano se llevó la mano a la herida y enseguida notó que el final era inevitable. Con sus últimas fuerzas hundió una vez  más su lanza y cayó. Fue presa fácil de los inhumanos que hundieron sus fauces en el cuerpo. A pesar de no comer hace tiempo aquellos inhumanos tenían mucha fuerza en sus dientes. Julia no pudo más y lanzó un grito. Abrió la puerta y salió, hacha en mano contra cuaquier inhumano que se le cruzara. Tomás le siguió. No era lo mejor pero su refugio se había convertido en una ratonera sin salida. Corrieron en dirección a una de las salidas de la Ciudadela donde siempre estaban aparcados las orugas. Había muy poco combustible pero al menos estarían a salvo. No pudieron llegar. Varios inhumanos le cerraron el paso y entraron en una encarnizada lucha cuerpo a cuerpo. Avanzaron a saltos entre los cuerpos muertos que había en el suelo. La oscuridad era total y la lucha muy desigual. Corrieron y corrieron hasta llegar al comedor. Allí en el suelo yacía boca abajo Andrea. Le dieron vuelta y abrió los ojos. Pero ya no era Andrea. Esos ojos otrora llenos de vida ahora no tenían expresión. Miraban al vacío, muertos. En sus brazos había marcas de mordidas. Solo gruñó y miró. Se quiso incorporar pero Tomás le asestó un golpe en la cabeza.
   -Ya no era ella, Julia-Vamos!
  Un inhumano le cerró el paso con sus ojos vidriosos. Lo alcanzó a reconocer. Era Jota Jota. Se sumaron más y los hicieron retroceder dentro del comedor. Julia cogió una cacerola con agua que estaba todavía caliente y se la arrojó a la cara. Nada. Los inhumanos eran inmunes al dolor. Tomás le cortó el brazo a uno de ellos y con la otra mano empujó a dos que se le acercaban peligrosamente. Julia tropezó pero pudo esquivar las garras de uno que se le abalanzó.
   -Rápido-dijo Tomás-por la ventana!- y arrojando su hacha rompió el vidrio. Se subieron a la mesa de comer y de un salto cubriéndose el rostro saltaron al exterior. Al menos habían ganado algunos metros. La escena que contemplaron los dejó sin palabras. Del portón de entrada cientos de inhumanos entraban con sus andar cansado. Era el fin de su refugio de tantos años. En algunas de las esquinas todavía se veían luchas cuerpo a cuerpo pero el fin estaba encima. Vieron en lo alto de la entrada, varios arqueros disparando hacia abajo. Allí también estaba Carlos, Iñaki, el capitán Salvadores. Subieron por la rampilla y se colocaron al lado de ellos tirando lo que encontraban. Pero eran muchos. Muchos de los últimos Doscientos se habrían escondido en el refugio subterráneo pero eso era como morir en vida . La Ciudadela estaba copada por los inhumanos. Cientos de ellos comiendo restos humanos y de los pocos animales que había en la granja, cerdos, perros, gatos...lo que sea. Para el hambre no hay pan duro...
   Era el fin de la Ciudadela y del último bastión humano. Los que se refugiaron jamás podrán volver a salir a menos que los inhumanos abandonaran la Ciudadela. Pero sería inútil, ya era terreno salvaje. Julia desde lo alto lloraba al igual que varios de los que estaba allí. Tampoco ellos podrían bajar. Solo existía la tirolina que comunicaba con el Baluarte. Pero del otro lado las cosas estarán igual .....o peor. Disparaban con todas sus fuerzas sus últimas flechas en un acto de impotencia más que de venganza. Sabían que todo lo que hicieran era inútil. La suerte estaba echada y no era para ellos. 
   -Tendremos que echarlos con fuego -dijo Iñaki
   -Pronto arqueros-ordenó Salvadores-coged todo el combustible que tengais y arrojarlo abajo. Allí se agolpaban cientos de inhumanos que estiraban sus garras como queriendo alcanzarlos, gruñían, se peleaban por ser los primeros.. Menos mal que había al menos cinco metros de distancia. El combustible cayó y acto seguido las antorchas cayeron sobre ellos. Una llamarada se elevó en la noche y unos cuantos inhumanos se prendieron fuego...o los prendieron fuego... Cuerpos ardiendo que contagiaban su fuego a otros cuerpos y ese olor a carne podrida y quemada.
   -Tomás, Tomás!- grito Julia 
   -Que pasa?-pregunto rápido Tomás
   -Cuidado! otro grito de Julia-
  Un inhumano que salió no se sabe de donde estaba a escasos dos metros de él. De un golpe de hacha lo apartó de su vista pero c
uando iba a dar el golpe de gracia una mano lo sujetó.
   -Tomás, Tomás-una voz femenina lo llamó a la realidad.
   Tomás se incorporó de un salto en su cama y miró a aquella figura que le hablaba.
   -Tomás- dijo Andrea-que pasa?. Parece que hubieras visto un fantasma.
  Se levantó y fue hasta la ventana. Fuera había un poquito de sol, pero seguía haciendo frío. Algunos chicos de la Ciudadela jugaban con un balón hecho de trapos, toda era normal. Bueno normal dentro de lo anormal.
   -Venía a buscar mi bicicleta-
  Tomás abrió la puerta. El débil sol le golpeó en la cara. Nunca pensó que ese pequeño gesto le arrancaría una sonrisa.
   -Vamos Andrea-dijo-busquemos tu bici.

martes, 17 de abril de 2012

Capitulo Dieciocho " Nochebuena"

      "Noli foras ire, in teipsum reddi; in interiore homine habitat veritas"
       No vayas fuera, entra en ti mismo; en el hombre interior habita la verdad.
                                                                             San Agustín.



   Ciudadela de Pamplona, 24 de diciembre.
 
    El frío había llegado hacía un par de meses y eso había reducido la cantidad de inhumanos de las calles. Pero además había agregado un nuevo problema a la falta de agua: la comida. El problema del agua estaba en vías de solución ya que las últimas nevadas fueron copiosas y la nieve acumulada era transportada hasta las piletas. Allí se almacenaba y luego cuando se derretía un poco se hervía para hacerla más potable. Una ardua tarea pero en aquellas circunstancias todo era arduo. El tema de la comida era más complicado. El pequeño invernadero que tenían no resultaba suficiente y además algunos roedores habían hecho de las suyas en el granero. Casi la mitad de lo que tenían hubo que tirarlo. Ante este panorama tanto Iñaki, Merlín, el capitán Salvadores estaban ideando una evacuación ya que los hiper de Pamplona ya no tenían alimentos. Quedarse allí era una locura. Pero salir de allí también. Los inhumanos eran menos en las calles, pero los Últimos Doscientos muy vulnerables. Y el tercer problema añadido era la ropa. A la gente le faltaba ropa de abrigo y el invierno era muy duro. Y los chicos eran lo que más lo sufrían, como siempre. Se pasaban todo el día en la escuela, cercanos al fogón. Casi  inmóviles. La alegría de la niñez perdida. La humanidad se había reducido a eso. Una vuelta atrás en la historia de la evolución. Como en los primeros tiempos de la historia. La búsqueda de alimentos, seguridad, vestimenta. Otra vez la barbarie había ganado la batalla. Lo salvaje poco a poco extendía sus brazos por la vieja Pamplona.
   La ciudad abandonada a su suerte. Los árboles sin podar, las calles sucias... de muertos. Las matas de los arbustos adueñadas de las veredas, las aceras resquebrajadas, los edificios llenos de moho y de enredaderas que subían por las paredes como ríos verdes, los pájaros carroñeros haciendo caso omiso al frío volaban en  círculos buscando las huellas de la muerte. Y los inhumanos. Copando las calles, peleando por la comida, gruñendo siempre, siempre gruñendo. Por más que se organizaran de vez en cuando batidas desde las azoteas del fortín nunca se acababan. Ni las flechas, ni el frío, ni el hambre podían con ellos. Esa plaga mortal que apareció un día , así de golpe y se quedó para siempre.
   La vida se estaba poniendo muy dura y la desesperación inundaba la cabeza de mucha gente. Mucha gente que ya no eran personas, sino autómatas que desempeñaban una función; la de humanos.  En los últimos meses dos personas se habían suicidados porque no aguantaban más esa vida sin esperanza. Obligados a permanecer allí dentro, sin víveres y sin fuerzas. Era el 24 de diciembre de una año que ya no importaba.

   23 de diciembre 2011

   Las calles de Pamplona estaban repletas de gente haciendo sus compras de última hora. Como siempre. Las luces de las calles mostraban su colorido aunque no tanto su esplendor, fruto de los recortes en la iluminación. Así y todo la crisis casi ni se notaba. En el Paseo de Sarasate el olor a avellanas empañaba los sentidos. Algunos niños y sus madres hacían largas colas para adueñarse de tan preciado botín. Todas las calles que componian el casco antiguo y sus adyacencias eran un hervidero de gente. Los centros comerciales con sus últimas novedades y esas que todos buscaban y ya no había más. El aparcamiento de la Plaza de Castillo totalmente colapsado. Largas colas de vehículos esperaban pacientemente un hueco en su interior. Para los más afortunados la espera era de "solamente"  media hora. El frío era intenso fuera pero no bien uno se refugiaba en cualquiera de los bares de la calle Estafeta el calor volvía al cuerpo. En la Plaza de Toros la habitual feria de navidad aunque era todos los años lo mismo. Mucha artesanía, muchos guantes, medias y gorros. Mucho " perro flauta". En la Plaza del Castillo los puestitos con juegos medievales, chocolates y turrones , algunos jabones naturales, algunos libros. El mundo del consumo a la orden del día. Y que hablar de las grandes supermercados. La gente haciendo acopio de comida para las fiestas como si se fuera a acabar el mundo, kilos y kilos de comida, cientos de diferentes bebidas. Todo listo para consumirse en las próximas horas. Muchas veces nos preguntábamos donde almacenábamos tanta comida para tres días. Hoy, al volver la vista atrás añorábamos esas calles con calor humano, con regalos, con chaquetones bien forrados para el frío y con comida, mucha comida. Como si se acabara el mundo. Y el mundo se acabó. Y no tomamos esas precauciones.

    Años más tarde.

Esas fechas en la Ciudadela ya no simbolizaban nada. No había nada que festejar , ni casi nada para comer. Gracias que había agua para tomar. Tomás, que llevaba un minucioso control de los días le dijo a Iñaki y al capitán Salvadores, los dos jefes de la Ciudadela, que fecha era. Quería que la gente de allí se olvidara un poquito como estaban,que alguien les hablara, que les levantara el ánimo.De las penurias que estaban pasando, de la gente que no estaba . Del mundo que ya no era. Querían hacer algo especial. Algo que hiciera recordar otra época aunque era una tarea muy difícil. No había para hacer despilfarros de comida. Tampoco la había. Solo se les ocurrío llamar a todos a la Sala de Armas y recordar esa fecha. Y allí estaban, un poco menos de Doscientos, los últimos habitantes de Pamplona con sus caras flacas, harapientos, casi sin calzado. Rostros desencajados por la miseria de la situación, sin alimentos. Algunos andrajosos, con frío. Parecía una imagen salida de algún cuadro de Munch. Caras cadavéricas algunas. Y allí estaban todos: Los jefes del fortín Iñaki y sus sueños de un gran jugador. El capitán Salvadores con sus recuerdos de militar. Junto a él sus compañeros del País Vasco llegados en aquel camión viejo que tanto estaban ayudadndo con sus conocimientos de supervivencia militar.El australiano y la lotería de haberse quedado en Pamplona  en medio de los últimos Sanfermines. Andrea y su madre. Los abuelos del " Paseo Valencia" como le gustaba llamarle al Paseo Sarasate. Merlín y su templanza. Carlos y Matías; los amigos inseparables de hace años. Julia, la creadora de armas, Jota Jota, su mujer Matilde y su niño. Tomás, el médico-bicicletero. Todos y cada uno de ellos con sus pensamientos lejanos. Y los muchos más que estaban allí y los que no estaban. Cada uno en su mundo. El mundo que se reducía a esas cuatro paredes de la Ciudadela. Sin saberlo aquella sería la última reunión de Navidad de lo Últimos Doscientos. Pero no lo sabían. Tampoco importaba mucho. Ya no se sentía la misma fuerza de antes pero alguien tenía que levantar el ánimo.

     -Amigos míos-dijo Iñaki-A muchos los conozco desde hace años y otros un poco menos. Incluso a los menos, los conozco desde antes que empezara este desastre para la humanidad. He compartido con vosotros tristezas, muchas, pero también alegrías. Algunas veces tuvimos que levantar nuestra fuerza moral entre todos, en este mundo tan hostil y tan vacío. Otras veces fui yo el que necesité energía para seguir adelante. Juntos estamos sobreviviendo, juntos levantamos este refugio que es nuestro hogar y juntos lo mantendremos. Es cierto que son tiempos difíciles, pero no es el tiempo de tirar la toalla. Hemos llegado hasta aquí solo con la fuerza de todos y así tenemos que seguir. Fuera está la muerte, dentro la vida. No hay nada más que mirar a los chicos y adolescentes que forman nuestra familia. Por ellos no tenemos que bajar la guardia, no tenemos que dejarnos caer. Juntemos nuestras fuerzas! Juntos podemos seguir adelante!. Ya encontraremos la forma de huir de esta ratonera. Pero todavía no es el momento. Confiemos en Dios que nos está vigilando y depositemos  todas nuestras esperanzas en él que cuida todos nuestos actos. En esta Nochebuena de un año del que no quiero acordarme les deseo a todos paz y que el mundo vuelva pronto a ser lo que era. Y por favor , no me defrauden! Tenemos que mantenernos unidos!. Gracias por formar parte de esta gran familia!
   Cuando terminó su alocución muchos aplaudieron y otros sonreían tibiamente. Todos encerrados en aquella gran Sala de Armas. Y eso fue todo.Los habitantes de la Ciudadela se fueron diseminando para sus casas o los barracones comunes a buscar el refugio del fuego. Mientras, la nieve caía mojando sus escasas ropas y sus zapatos  duros y enmohecidos. Los techados de las salas se iban tornando blancos y una fina capa de nieve ya cubría el piso. Fuera continuaba alguna que otra pelea por algún jabalí moribundo o por alguna rata. Y otras veces los inhumanos que se agolpaban en torno al portón principal de la Ciudadela golpeando con fuerza con piedras, con sus cuerpos ,con sus cabezas. A diferencia de los humanos ellos podían seguir viviendo sin comer, lastimados, desmembrados, sin extremidades. Dios parecía haber castigado a la humanidad, pero también había castigado a aquellos seres, esas criaturas salvajes que antes también iban de compras para navidad, que hacían cola para comprar avellanas, que se refugiaban del frío en algún bar o que se atascaban en un parking. Todo había cambiado, de la noche a la mañana. Todos estuvieron presente en aquella reunión, inclusive alguien que no estaba invitado y que pronto se daría a conocer. Todo era cuestión de tiempo. El tiempo lo puede todo.

jueves, 12 de abril de 2012

Capitulo Diecisiete: "Tarde agitada"

   "Bellum omnium contra omnes"
   La guerra de todos contra todos.


   Oficina de telefonía móvil, 17:55

    Matías estaba impaciente. Se había podido escapar un ratito de su trabajo para averiguar en aquella oficina de telefonía porque su teléfono le estaba dando tantos problemas. Pero como siempre pasa, cuando uno tiene prisa más lento va el mundo. La mujer de la chaqueta roja no se decidía ante las supuestas bondades que le ofrecía el vendedor.
   -Este teléfono tiene lo último en tecnología-sentenciaba después de darle las mil y una explicaciones.
   -Ya,ya-le respondía la señora-Pero para lo único que lo quiero es para llamar a mi hija-continuaba-además...donde están los números?-preguntaba confundida.
   -El teléfono es táctil, señora. Tocando este comando le aparecen los números y puede marcar-contestaba suficientemente el vendedor.
   -No sé yo-la señora no era fácil de convencer
   Matías cada vez mas nervioso. Llevaba más de treinta minutos allí y seguramente tendría que irse sin solucionar nada. Cinco minutos más y se marcharía. Era San Fermín y ya había quedado con María su novia para verse por la noche. Y el tiempo volaba. Miró su reloj, las seis y veinte. Escapado de su trabajo, de un informe para la Universidad de Navarra y de su jefe, ausente con aviso. Se dió la vuelta y se orientó a la salida de esa minúscula oficina teléfonica. Casi al abrir la puerta se escuchó la voz de la señora de la chaqueta roja -No tendría otro? un poco más sencillo?- la gota que colmó el vaso. Abrió la puerta y el viento cálido de aquellos días de Sanfermín le pegó en la cara. La Plaza de Merindades estaba repleta de gente de blanco y rojo. Ahora la misma plaza, algunos años después también estaba repleta. Pero de otras "cosas".
   -Aseguremos las entradas-dijo Merlín-aprovechemos ahora que hay pocos,despacio! -
   -Déjame ver tu frente australiano-le dijo al ver el hilito de sangre-no es nada. Cosas peores te habrás hecho con algún boomerang allá en tu tierra-finalizó Merlín.
   Se pusieron ambos a la obra en silencio. Recogían aquellos que les podía servir y empezaron a cubrir la entrada. Unos escritorios desvencijados, unas maderas viejas , alguna silla. En realidad nada contundente.
   -Tendremos que tener mucho cuidado-sentenció. Ahora estamos solos acá afuera y tendremos que arreglarnoslas para volver a la Ciudadela. Esto es una ratonera. Si nos descubren....  
   Matías fue hasta atrás de la ofician arrodillado, casi cuerpo a tierra, como estaban todos. Entró en el baño. Merlín, ven por favor. Merlín fue hasta allí no sin antes decirle a los demás que vigilaran el exterior.
  -Qué pasa?-preguntó.
  -Allí-dijo Matías señalando el techo-
  -Ya veo-contestó Merlín.
  En la parte superior de aquel baño de la oficina había un boquete abierto y dejaba entrar un poco de claridad de la tarde que se estaba yendo. 
   -Eso debe ir a alguna parte-pensó en voz alta Merlín
   -Tráeme una silla de ahí afuera -le ordenó Merlín
   En la calle las cosas se empezaban a poner feas. Unos cuantos inhumanos seguramente atraídos por el olor a carne fresca se empezaban a arremolinar alrededor de la oficina.
   -Merlín!-exclamó Andrea-Visitas!
   Merlín asomó la cabeza fuera del baño y a través de la empalizada construida con sobrantes de otras épocas los vió aparecer. Eran cerca de cincuenta y parecía que los habían descubierto.
   -Silencio!-les ordenó, para agregar-rápido, la silla Matías!-
   Se subió y sus manos trataron de elevarse por encima de sus hombros. Un olor penetrante le inundó ls pulmones...-Alguien parece que huyó por aquí arriba-dijo.
   -Que ves Merlín ? -le preguntó Andrea.
   -Es como un tunel-le contestó. Sube un par de metros y luego tuerce. Entra la luz, así que debe ir a la azotea o algún lugar parecido. Pero hay algo que huele mal aquí-terminó Merlín.
   Un ruido de cristales rotos hizo volver la vista a la entrada. Algunos inhumanos con piedras estaban golpeando las rejas de la oficina. Un golpe y otro. Eso era contagioso. El australiano sacó su lanza. Y todo que se desencadena rápido. Carlos cogíó su arco y apuntó. La flecha silbó el espacio y mató a otro. Pero cada vez se agolpaban más.
   -Rápido, venir!- gritó Merlín-tendremos que arriesgarnos, esto ya no es seguro!, Tú, Carlos sube primero!
    Carlos obedeció-qué olor! -dijo-casi no se puede respirar-
   -Ahora tú, Andrea, arriba!-Afuera los inhumanos estaban descontrolados y se estaban agolpando y haciendo presión contra la entrada. Muy pronto todas las defensas caerían.
   -Vamos, vamos! gritaba Merlín. Uno a uno iban subiendo pero ese olor los echaba para atrás.
  -Sube Merlín!dijo Matías extendiéndole la mano. Fue en ese preciso momento que las barreras cedieron. Tuvieron que dejar las lanzas ya que no se podían introducir por el espacio que hacia curvas. Los inhumanos entraron...directo al baño. Merlín los observaba desde arriba. Los inhumanos alzaban sus brazos, estaban nerviosos...sus presas a escasos centímetros y no podían hacer nada. Merlín, que era el único que los podía ver pensaba lo bajo que había caido la humanidad. Esos rostros sin dueño...
   Por el estrecho pasillo avanzaba la comitiva al tiempo que los gruñidos de los inhumanos en la oficina les llenaba los oídos.Los gruñidos, el oido y ese olor nauseabundo los pulmones.
  -Que asco!-dijo Andrea. Pero después de tantos años pocas cosas podían asombrar a la gente de la Ciudadela.
  -Lo que sea qué es, está cerca-contestó el australiano tapándose la nariz.
  Apenas se veían, ya que en ese pequeño tunel no había luz. Solo se intuían. Cada uno sabía quien iba delate y quien detrás. Nada más. De pronto Matías que era el primero dijo-Aquí hay algo! - Allí en el medio de la oscuridad había algo en descomposición. Quizás llevaba varios meses, pero no se podía ver que era. Lo que era innegable era que se trataba de un cuerpo. Un cuerpo que quizás en la desesperación quedó atrapado allí para siempre. 
   Como no había espacio para apartarlo Matías no tuvo más remedio que pasarlo por encima. Cada centímetro que hacía encima de " aquello" sentía como se le clavaba en el cuerpo partes de huesos, ropa de un humano que ya no existía. Todos, uno a uno pasaron por encima de aquellos restos hasta que por fin desembocaron en otro cuarto un poquito más grande que el baño de la telefónica. Era el piso superior. Pasaron una puerta y salieron a un cuarto más grande. Allí estaban todos de pie, juntos con las pocas armas que les quedaban.
 Merlín se asomó a la ventana y vio como estaba Merindades. 
   -Por poco no la contamos-dijo-han invadido la oficina-concluyó
   Jota Jota estaba en silencio. Pensativo. A pesar de los tensos momentos que se estaban viviendo estaba en otro lado. Solo pensaba en su mujer y en su hijo. Los volvería a ver?. Ese pensamiento lo carcomía por dentro. Alojados en ese lugar con una única ventana que los comunicaba con el mundo y una puerta clausurada a cal y canto.
   -Este sería el escondite de alguien-dijo Andrea.
   -Seguro que si le respondió Merlin-y agregó-selló la puerta y saldría por la oficina de abajo. Ese tunel lo comunicaba con el exterior-hizo silencio.
   -Estás pensando lo mismo que yo-preguntó Carlos a Matías.
   -Sí, que ese cuerpo que encontramos en el tunel sería de esa persona. Pobre!
  -Ahora tenemos  que pensar como salir de aquí- dijo Merlín- la cosa está complicada- Se asomó a la ventana, la abrió un poco y escuchó como las bestias ahí afuera levantaban sus garras y miraban con esos ojos que no miran. Eran más de doscientos!.La única manera es salir por la cornisa de la ventana y saltar a la azotea vecina y así hasta encontrar la forma de bajar, no lo sé-dijo dubitativo.
 Estaban en el primer piso de esa casa, abajo,  el abismo de la muerte, pocas armas, poca agua y pocas esperanzas en algunos.
   -Esperaremos a que anochezca un poco-de noche no hay tantos-dijo Matías
   -Si-contestó el australiano-pero es más peligroso.
   Esperaron unas horas hasta que los inhumanos una vez pasada la exitación de ver carne fresca se empezaron a dispersar.
  -Atención-dijo Merlín-Saldremos por la cornisa. Es lo bastante ancha para poner los pies y pasaremos hasta la casa de al lado. Veo que tiene una ventana rota, no nos será dificil entrar allí-
   Todos estuvieron de acuerdo. Sabían que desde la Ciudadela poco se podía hacer,Sin vehículos nadie se atrevería a salir a rescatarlos, aunque quisieran. Como había dicho Merlín, allí fuera estaban solos.
   Como pudieron y agarrándose a una cuerda que llevaba Jota Jota en la mochila pasaron a la casa de al lado e ingresaron por la ventana.El piso era amplio,un poco lujoso y con sus muebles casi intactos.
  -Despacio-dijo Merlín-como presintiendo algo.
  Una sombra se apareció de la nada y atacó al australiano.Este pudo esquivarlo y le aplicó un fuerte golpe en la nuca con su hacha. Acto seguido cuatro o cinco inhumanos más gruñieron de placer. Parecían medios dormidos... Alargaban sus garras y hacían gestos mostrando sus dientes. Todos se pusieron alertas. Sacaron sus hachas y empezaron a desparramar golpes. Los cuerpos caían Un flechazo acabó con la vida de uno de ellos. Un inhumano se tiró encima de Andrea que gritaba horrorizada. Estaba en el suelo , esquivando los arañazos de sus garras y sus mordidas al aire. El australiano le clavó su hacha. Luego le extendió la mano a Andrea y le ayudó a levantarse.
   -Gracias John-le dijo agradecida.
   -Un placer-le contestó el australiano.
   -Cuidado Jota Jota -gritó Carlos.Otro inhumano estuvo a punto de cogerle la pierna. Matías le tiró un "aro de la muerte de Julia" que le dió en toda su frente. El inhumano retrocedió unos metros y Matías aprovechó y le clavo un palo que había encontrado ahí arriba y el monstruo que retrodeció y cayó al suelo junto a la ventana. Hubo silencio. Sólo se escuchaba el jadeo de todos los presentes. Más silencio, hasta que Merlín lo rompió:
   -Ya pasó chicos-
   -Alguno está herido?- preguntó luego. Nadie lo estaba, por suerte.
Bajaron unas escaleras sigilosamente. Escalón por escalón, en silencio. No querían más sorpresas. Llegaron a la planta baja. Un vestíbulo y una puerta pesada al fondo. Merlín miró por la mirilla.- Todavía están dando vueltas-dijo preocupado- Esperaremos-concluyó.
Luego de media interminable hora no había muchos de ellos.Abrió la puerta lentamente. Le hizo una seña al australiano y a Matías. Estos apuntaron sus arcos a dos inhumanos que cayeron al instante. Otros inhumanos miraron como se desplomaron pero ni se dieron cuenta de lo que pasaba. Otros dos al suelo.
   -Me estoy quedando sin flechas -dijo Matías
   -Guardarlas para más adelante-ordenó Merlín
   Salieron a la calle. Primero Merlín, luego Matías,Jota Jota y todos los demás. Avanzaron despacio hacia la esquina de Conde Oliveto. Estaba todo tranquilo. Había solo trescientos metros hasta la Ciudadela. Un mundo. Un mundo lleno de muertos.
   El pelotón seguía por la calle. Autos volcados, olores penetrantes. Un cúmulo de sensaciones mezclados. Una ciudad perdida, un mundo olvidado. Por las mentes de todos ellos pasaban imágenes de un pasado tan lejano y tan cercano a la vez.
Andrea pisó algo en medio de la oscuridad  y pegó un grito. No era un grito. Era un aullido. Un gruñido. Carlos que reaccionó a tiempo le cortó el brazo primero y luego el cuello. Pese a eso el inhumano seguía vivo. Otro golpe y se acabo. Pero ello atrajo la atención de otros que empezaron a correr a la comitiva.
  -Corred,corred- gritaba Merlín. Pero de todos lados salían más criaturas. Parecía que dormían pero su instinto podía más.Y el hambre, por supuesto.
 Corrían por la calle y se daban vuelta para ensartar a algunos. Así y todo eran demasiados. De la esquina anterior a Yanguas y Miranda salían a su encuentro unos cuantos más. Estaban rodeados. El cerco se cerraba sobre ellos. Y de repente lo que jamás se hubieran imaginado. Unas luces poderosas que aparecían en la calle. Un ruido olvidado. Unos cuerpos volando por los aires. Y entre esas luces siluetas cayendo. Disparos y gritos. El camión que se detuvo frente a ellos y ellos que raudamente subieron a la parte trasera donde varias personas agazapadas disparaban sus armas contra los más cercanos. Eran gritos de muerte, pero gritos humanos. Todos se ayudaron para subir. De vez en cuando alguno tenía que retroceder para cubrir la espalda a algún compañero y utilizar su hacha.Todos arriba. Y todos se asombraron de ver otros humanos en ese viejo camión militar cargado de cosas. Y esos tres encapuchados con esos cascos.
   El camión que arrancó golpeando algunos autos aparcados a modo de barricada en la Avenida del Ejército. Uno de los encapuchados se sacó su máscara y extendió la mano a Merlín.
   -Capitán Marcos Salvadores, del antiguo Pais vasco-dijo- Ya era hora de encontrarnos con algunos de los últimos Doscientos!
 Y los dos se fundieron en un abrazo.
  

  
 


  












lunes, 2 de abril de 2012

Capitulo Dieciseis " Ciudadela, año Cero"

    "Militia est vita hominis super terra"
    La vida del hombre sobre la tierra es lucha.



  Julia se alejó a toda la velocidad que daba su Oruga. No quería hacerlo pero sabía que la única solución para rescatarlos sería avisar a su gente. Aunque pensaba que el rescate sería muy difícil. Pocos medios había en la Ciudadela. Apenas un par de vehículos desgastados y casi sin protección. Dos inhumanos se le cruzaron en el camino. Mala suerte para ellos. Volaron como muñecos. En Conde  Oliveto la situación era desesperante. Julia vio el panorama y se dio cuenta que sería imposible atravesarlos a todos.
   -Son demasiados-dijo en voz alta-tendré que dar un rodeo.
Se subió a la vereda justo en la esquina con Yanguas y Miranda. Se topó con un antiguo puesto de helados al que partió en dos y frenó un poco en el edificio del INSS. Tenía que pensar como seguir. La muralla de autos frente a la Avenida del Ejército hacía imposible que siguiera por ese camino. Tendría que bordear la Ciudadela y entrar por Pio XII. Cogió su walkie que ya tenía cobertura con Iñaki y lo llamó
   -Iñaki!,me recibes?cambio.
   -Aquí Iñaki,Julia! Me tenían preocupados,cambio-
   -Bueno,cuando te cuente nos preocuparemos más -dijo toda afligida.
Y con el lujo de detalles que la caracterizaba le contó a su jefe y los demás miembros del Comité de Urgencia todo lo que había pasado desde su salida desde el Estadio del Reyno de Navarra. Iñaki movía la cabeza pensando en como resolver este semejante problema. Los demás pensando que en poco tiempo la tarde caería y muchos inhumanos se sumarían a los que por esa hora deambulaban por las calles. La noche les abría el apetito...




    Unos años antes

La lucha era cuerpo a cuerpo. Muchos inhumanos los rodeaban, pero no estaban armados. En el pasadizo de la Jacoba, esa vía que comunicaba con la Plaza del Castillo la sangre se desparramaba por todos lados. Algunos habitantes del casco antiguo, cansados de no tener comida y casi ni agua se habían unido para salir y buscar un lugar mas seguro. Corrían sin esperanza, era a veces, un verdadero suicidio. Dos jóvenes de entre veinte y treinta años se treparon hasta el kiosko de la Plaza y con sus palos golpeaban cabezas de inhumanos. Otros se habían refugiado en el parking y se habían parapetado detrás de sus puertas de cristales.  
  -Tendremos que meternos al parking y salir a Carlos III- dijo uno de ellos al ver que los inhumanos se agolpaban a la entrada y con los cristales a punto de ceder. Eran mas o menos cuarenta personas desesperadas por el miedo y el hambre.
  -Eso es una locura-le contestó una mujer-abajo no hay luz y no sabemos cuántos de ellos hay allí-
   -Lo sé-dijo el primero-pero no podemos quedarnos acá a que rompan los vidrios.
  Fernando, que así se llamaba el líder del grupo parecía decidido. Cogió su lanza y avanzó escaleras abajo por el parking.
   -En silencio!-dijo-Pero era difícil mantener el silencio de cuarenta personas, hombres ,mujeres,niños, ancianos adentrándose a la oscuridad del parking y con el gruñido de los inhumanos de arriba a punto de romper el cristal.
  Bajaron todas las escaleras. Una tenue luz entraba por las aberturas. Una parte de la mampostería se había caído, fruto de los ataques con morteros del ejército y cientos de autos sin dueño se agolpaban en sus plazas. El grupo avanzó despacio.
  -Vamos a dividirnos-dijo Fernando.
  -Tú, José, avanzarás por la izquierda y nos encontraremos al final. Juntos somos un peligro-concluyó.
   José, el vecino de la calle Zapatería avanzó sigiloso haciendo señas a un grupo.
  -Vamos!-despacio.Su voz sonó bajo pero enérgica.
   Un gruñido hambriento llamó su atención. Detrás de un Ford Fiesta salió un inhumano con su aliento mortal. No dió tiempo a nada. Se abalanzó sobre el brazo de una mujer al que le sacó un pedazo. Clavó sus dientes en el débil brazo y moviendo su cabeza lo despedazó de un bocado. Los gritos de la mujer eran aterradores. Su dolor y la suerte que le esperaba hizo el resto. Uno de los hombres golpeó al inhumano. Su cabeza casi se desprendió de cuajo. Aún así no se desprendía de su presa. Otro golpe y se terminó su vida. Que ya había terminado hace rato...La mujer cayó al suelo rota de dolor.Trataron de hacerle un torniquete. Estaba perdiendo mucha sangre. Nada se pudo hacer nada. Sólo que empeoraran las cosas. Los gritos y los golpes atrajeron a más inhumanos que se enfrentaban a los humanos. Caían, se levantaban, mordían. Eran atravesados por las lanzas, por los palos. Muchos cayeron...de ambos lados. La lucha fue sin cuartel. Lo que al principio era todo sigilo se convirtió en un desbande de personas, gritos, muerte.
   El contingente mayor salió por la salida del Paseo de Sarasate. Desde una ventana dos abuelos les gritaban.
  -Por aquí!,por aquí!
  -Fernando levantó la vista y dirigió su grupo hacía donde le indicaba el anciano. Una pesada y vieja puerta del casco antiguo de Pamplona. Se abrió y todos entraron dentro. Agitados, cansados, sin fuerzas pero vivos!.
   -Gracias-dijo José al viejo 
   -De nada! Me alegro encontrar más gente. Desde hace días que no se ve a nadie por aquí. La muerte se había apoderado de Pamplona. La mayoría de Sus habitantes o habían huido a las montañas o estaban muertos. Solo había pequeños restos de humanidad desparramados por escasos lugares de la ciudad.
  -Has visto mas gente por aquí ?-le preguntó Fernando
  -Antes se veían algunas personas en busca de comida. Algunos entraron a mi casa, pero al ver que aquí casi no nos queda nada preferían marcharse. Nosotros ya no tenemos provisiones-se lamentó el viejo.
  -Y a dónde se iban-les preguntó uno de ellos.
  -Creo haber escuchado que en la Ciudadela había gente. Que se habían parapetado allí y habían cerrado sus puertas. He visto algún camión con gente y provisiones de algún mercado que habían saqueado. Pero eso fue ya hace varias semanas. Ahora no se nada más.
  La mujer que hasta ahora no había intervenido dijo-algunas días se escuchan detonaciones, al mirar por las ventanas veíamos en el cielo estelas de humo, como esas bengalas que se tiran desde los barcos que vienen de aquel lado-y señalaba hacia el fondo, hacia el Ediicio Singular.
  -Tendremos que ir para allí-dijo Fernando-quizás haya gente.
  -Podemos quedarnos la noche aquí?-preguntó
  -Claro!. La casa no es muy grande pero nos apañaremos-le contestó el viejo.
 Se ubicaron como pudieron y apenas probaron algo que llevaban en sus mochilas que también compartieron con los viejos. 
  Después de una noche interminable, con más agitación en las calles que de costumbre llegó el día. Fernando se asomó a la ventana junto al viejo dueño de casa. 
   -Lo intentaremos dentro de un rato-le dijo.
   -Qué?-preguntó asombrado.
   -Iremos a la Ciudadela. Además aquí no nos podemos quedar- terminó Fernando.
   Desde el balcón la Estatua a los Fueros  se mantenía impávida al mundo que le rodeaba. Su base, un poco desgastada por el tiempo y las balas permanecía firme. Las otras estatua del paseo contemplaban las calles desiertas y llenas de muertos. Ellas nunca morirían.
  El trayecto fue corto y sin casi sobresaltos. Llegaron hasta el Antiguo Corte Inglés, esa gran tienda de Pamplona y doblaron a la izquierda. Una hilera de coches aparcados en la esquina los hizo detener. 
   -Cuidado! gritó un niño.
  Entre esos coches unas manos ensangrentadas y carcomidas salieron a la superficie amenazantes. Se abalanzaron sobre ellas. Pero más manos, pies y rostros desfigurados empezaron a salir por todos lados. Fernando y José gritaron y los hombres más fuertes se pusieron al frente de la lucha. Sus palos y lanzas golpeaban a diestra y siniestra. Un inhumano estuvo a punto de coger al viejo de Sarasate que lo pudo esquivar mientras otro le clavaba un hierro en sus ojos. Corrieron por la Avenida del Ejército. Detrás de ellos unos cincuenta inhumanos hambrientos de carne fresca. Uno que tropieza y los dientes que dan cuenta de él. Sin saberlo su tropiezo sirvió para que los otros escaparan. Era el precio que a veces se pagaba por el bien común...
  De pronto lo inesperado. Una lluvia de flechas que caía sobre los inhumanos. Un portón enorme que se abre y unos vehículos que salen. Un camión cargado de hombres que disparan armas de fuego. Los rodean, los atropellan, los degüellan. Descargan su ira en aquellos cuerpos que parecen muñecos. Los fugitivos entran a la Ciudadela. Los vehículos después de la matanza de muertos también.
   Fernando agitado por la carrera cae al suelo, como los demás extenuado. El pesado portón se cierra y los comentarios inundan el ambiente.
  El recién llegado siente que un brazo lo levanta y le extiende la mano. 
   -Soy Iñaki, mucho gusto.
   -Yo Fernando-le contestó. Gracias!
Ambos caminaron por el camino de entrada de la Ciudadela. Nadie sabía en ese momento que tiempo después Fernando se convertiría en el Jefe de la Ciudadela. Nadie sabía  en ese momento que protagonizaría una de las batallas mas memorables contra los inhumanos: "La batalla de la Plaza de la Cruz". Pero lo que nadie se imaginaba que un tiempo después Fernando moriría dejando un vacío de poder que luego ocupo Iñaki, el ex-jugador de Osasuna. Una nueva etapa en Pamplona, con los últimos sobrevivientes en la Ciudadela fortificada. Una   nueva era en ese fortín centenario.
   Ese mismo fortín que en la actualidad era el objetivo de Julia a bordo de su Oruga Una.