miércoles, 11 de enero de 2012

Capítulo Cinco: "La batalla del Yamaguchi"

    "Pedibus timor addit alas"
     El miedo añade a las a los pies.


  Entre las matas de la orilla divisaron como uno de estos inhumanos se enfrentaba mostrando sus dientes a unos cuantos perros salvajes que deambulaban cotidianamente por la zona de los Golem, aquellos cines de antaño. Si uno miraba la escena no podría distinguir quienes eran mas salvajes, si los perros o ellos....Viraron a la derecha justo en el momento en que uno de los perros sucumbía a las garras de la criatura . Otro perro se abalanzaba sobre él  y lograba arrancar parte de esa inmunda y maloliente piel negra en descomposición. Al inhumano no pareció importarle mucho esa pérdida. Parte de su brazo izquierdo yacería allí, junto al estanque hasta que algún ave de rapiña quisiera darse el lujo de apropiarse de tan suculento botín.
   Saltaron fuera del agua podrida hasta llegar a un claro entre el antiguo parque infantil y el planetario. Todavía se escuchaba la lucha entre las fieras.

  - Shhhhh- Silencio- dijo Matías agachándose.
  -Con cuidado- le respondió su amigo Carlos- creo que por allí hay algunos- señaló.
Ambos detuvieron su marcha, sus corazones parecían explotar. Si bien se habían enfrentado a los inhumanos en numerosas ocasiones, cada nuevo encuentro era un examen de vida. Un encuentro que podía pagarse muy caro. Se conocieron algunos años atrás, después que empezara todo y se habían hecho inseparables. Sobre todo en sus salidas desde el refugio de la Ciudadela en busca de comida. Comida auténtica, por supuesto. No la comida que comían " ellos".
   Rozaban la treintena, uno había estudiado publicidad y el otro, poco afecto a los libros, trabajaba como dependiente en un concesionario de autos en la zona de Burlada. Claro, eso era antes. Antes de esa locura que se había desatado en Pamplona.
  Carlos serpenteaba los matorrales agazapado. Tenía la certeza que había mas inhumanos cerca. La experiencia manda. Pero era el olor a carne podrida lo que le hacía sospechar. No se trataba de ningún animal muerto, ni un perro, ni un jabalí. No. Se trataba de "ellos". Era un olor que viajaba por el aire y se incrustaba en las fosas nasales. Penetraba muy dentro y el cerebro enseguida lo asociaba a lo más horroroso de la anti-civilización. Lo asociaba a aquello horrendo, oscuro, siniestro que una vez posó sus alas de muerte sobre Pamplona.
  Matías se dio la vuelta y le hizo un gesto a Carlos. Le daba la orden de avanzar. Era el que siempre tomaba la iniciativa. Se sentía responsable de la operación y de la vida de su camarada. Llegaron frente al planetario. Ese planetario de Pamplona, otrora referente de España y que sin embargo ahora, después de cinco años sin nosotros, presentaba un estado ruinoso. Sus paredes descuidadas, trozos de estructuras caídas producto de primigenios combates, matorrales crecidos a su alrededor, sus vidrios rotos...le daba un aspecto desastroso.
   En la rampa de acceso algunos inhumanos deambulaban sin sentido, como siempre. Subían y bajaban, se golpeaban, se caían al suelo, se levantaban, subían, bajaban...se chocaban entre si, se volvían a levantar. Una danza macabra de muerte esperando quien sabe qué. A algunos les faltaba alguna extremidad,otros con cortes en sus cuellos, en sus brazos, en sus caras. Un amasijo de cuerpos putrefactos que se habían adueñado de la ciudad en donde ahora eran sus amos. Y donde cada vez eran más. Inhumanos que vagaban por los caminos en busca de comida fresca, de comida humana o animal, eso daba igual. Pero tenía que ser carne viva, con sangre caliente. El que tenía la mala suerte de pelear con ellos y era alcanzado con algún mordisco, rasguño o cualquier tipo de contacto con la sangre era ya hombre muerto. Se habían sacrificado varias personas para evitar más contagios. Por eso se recomendaba no salir fuera del perímetro de seguridad de la Ciudadela. Solo sus puertas se abrían para la búsqueda de comida o para ir al campo de cultivo del antiguo estadio del Osasuna. Nada más. La Ciudadela era el reducto de los últimos supervivientes de la ciudad.
  Los dos camaradas en silencio contemplando la escena. Los dos con sus ojos bien abiertos. Los dos tumbados en el suelo frente al planetario. Carlos le dijo algo a Matías. Pero Matías con su mente estaba lejos de allí.
Así era El Parque Yamaguchi antes que lo inhumanos colonizaron Pamplona

martes, 3 de enero de 2012